SABIDURÍA E HIPERTECNIFICACIÓN




Sabiduría e hipertecnificación | Caminos del lógos. Filosofía actual.

 
SABIDURÍA E HIPERTECNIFICACIÓN
Un dodecálogo para vivir en estos tiempos


David y Daniel Puche Díaz [ver+]
 
14/7/2023 
 
Keywords: #Sabiduría #Tecnología #SaberVivir 
#ModosDeVida #Hábitos #Salud #Felicidad
 
 


 
 
El terreno de eso que llamamos “sabiduría” no se puede reducir, obviamente, a una forma específica de teoría. Por eso la filosofía contemporánea, que en gran medida ha querido reducirse a teoría de la ciencia o, en todo caso, a un saber teórico homologable a las ciencias humanas o a las sociales para encontrar su acomodo y “legitimidad” en la universidad, se ha alejado progresivamente de aquel viejo ideal de la sabiduría, del “saber vivir correctamente” y, por tanto, se ha alejado de sí misma, de su función primordial. Y así, se afana tanto más en justificar esa “legitimidad” entre el corpus de los saberes cuanto más se siente obligada a reconocer que carece de “objeto” propio, cuando debería reclamar éste o sea, la doctrina de la sabiduría y no preocuparse tanto por justificarse metodológica y discursivamente; pero se ve obligada a competir con otras disciplinas que le disputan ese objeto en parte, como la psicología o la pedagogía. Como esta situación ya no tiene vuelta de hoja (pues sabemos que ninguna disciplina puede existir al margen de sus condiciones materiales e institucionales de producción), y presupone la tópica distinción entre “filosofía académica” y “mundana”, vaya por delante que este texto se ajustaría a las intenciones de lo que suele denominarse “filosofía mundana”. Es decir, la que no procede a fundamentar su discurso desde principios (más o menos) últimos, sino que parte de una concepción del mundo socialmente vigente para aclarar, a partir de ella, ciertas condiciones de vida y normas que considera “mejores”, “preferibles” o “deseables” frente a otras; un trabajo que, además, asume cierto cariz “divulgativo” teóricamente accesible frente a la complejidad y la elevada abstracción de la “filosofía académica”. Aclarado esto, entremos en la cuestión.
 
Y la cuestión es qué cabe entender como sabiduría en estos tiempos de hipertecnificación, con una quinta Revolución Industrial en marcha aunque esto depende de cómo las periodicemos, la del internet de las cosas, la inteligencia artificial, la robotización del propio cuerpo humano, la interconexión de nuestro cerebro con dispositivos digitales y la edición genética, tecnologías que nos obligan a replantear por completo la significación de “lo humano”. Evidentemente, nuestra posición ante el mundo ha de ser muy distinta de la de otras épocas, en la misma medida en que lo son nuestras perspectivas de futuro; comprender los efectos que todo ello tendrá sobre nuestra existencia y estar preparados para los cambios decisivos que están por venir es una tarea a la que la filosofía debe contribuir, y mucho. Como decía Ortega, vivir es estar continuamente anticipando y proyectando un futuro; no decidiremos cómo será éste, pero tampoco podemos ser testigos pasivos de lo que nos ocurra. Ahora bien, hay aspectos de la existencia humana que no dependen de la coyuntura presente ni de ese “estar volcados” en el futuro, sino que tienen que ver con el pasado, o mejor dicho, con la actualización del pasado, de algo que para nosotros, precisamente por haber sido ya y estar fuera de nuestras posibilidades modificarlo, tiende a mostrarse como una serie de características “eternas” y “universales” de nuestra especie (la “condición humana”) que nos describen e imponen ciertas exigencias al margen de todo lo que ocurra en el presente, con el cual se solapan. Y esa dimensión continuamente reactualizada, que no puede ser ignorada sin que nuestra vida caiga en el despropósito, en el malestar, en la “ausencia de los dioses” o “del sentido”, es precisamente el objeto propio y genuino de la filosofía en cuanto “doctrina de la sabiduría”.
 
Hay en esa actualización algo de terapéutico ha sido así, explícitamente, desde los orígenes de la filosofía, y no porque la filosofía esté llamada a ocuparse de la “salud mental”, que para eso están la psicología, la psiquiatría, diversas formas adicionales de psicoterapia, la neurociencia, etc.; sino porque la cuestión que plantea la filosofía es anterior a éstas, es condición de posibilidad de esa “salud mental” (cuando su falta no dependa, claro está, del daño o los déficits cerebrales). Los problemas estrictamente “mentales” son en realidad problemas del mundo, del “descentramiento” de éste, de su “injusticia” o inclinación hacia los extremos, de su particularidad enfrentada a la universalidad; tienen que ver con que no sabemos vivir correctamente, y ello tanto en un primer plano colectivo (político, de pólis, “ciudad”) como en un segundo individual (psíquico, de psyché, “alma”). Pero todo lo relacionado con la vida correcta, esto es, con los fines de nuestra existencia, está relacionado con la sabiduría, y ninguna ciencia podrá aclararlo jamás, pues éstas se ocupan de buscar medios (explicar el “cómo”), pero no fines (comprender el “para qué”). Si no ordenamos el mundo tarea colectiva e histórica y también nuestra propia vida tarea individual y biográfica, nunca alcanzaremos la “salud”; el descuido de cualquiera de ambas dimensiones existenciales es la causa del mal, de la enfermedad que nos aqueja, con independencia de los tratamientos sintomáticos (meros lenitivos, por lo general) que el especialista de turno nos prescriba. Hay problemas de raíz, de fundamento, que tenemos completamente desatendidos. Y a ellos atiende la filosofía.
 
No voy a centrarme en esta ocasión en el plano político, sino en el anímico (una vez más: de ánima, “alma”), en ese núcleo vital desajustado con su entorno que imposibilita la “felicidad”. Saber vivir es hallar ese ajuste, y esto es inseparable, aunque el mundo actual pretenda lo contrario, de vivir modélicamente, lo cual es una cuestión antes de virtud que de conocimiento, más de praxis que de teoría. Es una cuestión, por tanto, concerniente a lo que suele entenderse como “filosofía mundana” (aunque la académica no habla de “otra cosa”; simplemente la fundamenta en principios racionales). Lo que expongo a continuación, así pues, no son normas deducidas sistemáticamente a partir de una “legalidad racional”, sino una simple casuística obtenida inductivamente a partir de la propia experiencia, de lo que después de años de vida y de docencia he comprobado que funciona, tanto para mí como para otros. Una serie de consejos que no conforman “ciencia ética” alguna, sino más bien una “artesanía de vida”. Lejos de ser abstractos aforismos sobre el buen vivir, son ante todo pragmáticos y extremadamente concretos; la sabiduría, a fin de cuentas, ha de plantear unas normas concretas de vida, una serie de ejercicios físicos, mentales y “espirituales” (los efectos psicofísicos que provoca en nosotros “la cultura”) para ser feliz. O lo que es igual, “estar en equilibrio” con el mundo que nos rodea.
 
Son los siguientes:
 
I. Pasear todos los días, al menos media hora, y a ser posible por el campo, parques, jardines, arboledas, etc. El ejercicio suave es imprescindible para cuerpo, mente y “alma”, así como lo es el contacto con la naturaleza (“religación”).
 
II. Leer todos los días unas pocas decenas de páginas de textos que supongan un cierto esfuerzo, ya sean literarios, científicos, filosóficos, religiosos, etc. Y “leer” quiere decir, necesariamente, leer en papel, no en un dispositivo electrónico; el ejercicio mental realizado no es, de hecho, el mismo en ambos casos (se activan partes diferentes del cerebro). Es muy recomendable leer y releer textos clásicos, especialmente mítico-sagrados y poético-literarios, y después reflexionar sobre su significado.
 
III. Escribir todos los días. Una buena opción son las libretas o diarios siempre que sea posible, hay que llevarlos encima en los que anotar los pensamientos que vayan surgiendo, los cuales, de lo contrario, suelen olvidarse enseguida y para siempre. Es bueno llevar un registro de los mismos y releerlo periódicamente; da una insospechada continuidad y organización a la vida. Resulta muy conveniente plantearse así a uno mismo los dilemas vitales, para objetivarlos y distanciarse de ellos, antes de tomar decisiones importantes es decir, que esa libreta o diario puede desempeñar una insospechada función “oracular”. Y, al igual que dije antes, “escribir” es escribir a mano, cuidando incluso la caligrafía; escribir en dispositivos digitales activa, en efecto, regiones del cerebro diferentes; no es, literalmente hablando, la misma actividad, o en cualquier caso nuestro cerebro no la interpreta igual. Escribir en teclados o pantallas no produce los mismos efectos beneficiosos.
 
IV. Meditar cada día, a ser posible dos o tres veces, aunque sea solamente unos diez o quince minutos cada vez. Por “meditar” entiendo ejercicios de respiración y relajación en los que el pensamiento se deja correr libremente, dejando que las ideas salten de unas a otras siguiendo asociaciones libres en las que conviene reparar, para intentar comprenderlas, pues nunca son azarosas; o por el contrario, concentrándose en alguna cuestión o problema concreto e intentando alejar de la mente todo lo ajeno a éste (“reflexión extensiva” o “intensiva”, respectivamente). Es importante hacerlo con regularidad, en un lugar solitario y tranquilo, y así, apartarse del mundo, abrir unos paréntesis de quietud e introspección en cada jornada; huir de lo exterior y volcarse en la propia interioridad. Ese recogimiento es esencial para el correcto funcionamiento anímico.
 
V. Realizar una actividad manual como dibujar, o tallar, o bordar, el origami, cocinar, etc. que suponga ejercitar la creatividad. Por supuesto, y por los motivos ya expuestos anteriormente, esta actividad no puede recurrir al uso de ningún dispositivo electrónico; debe tratarse de actividades estrictamente “tradicionales”.
 
VI. Realizar todas las actividades vitales básicas que se puedan desempeñar por uno mismo, intentando no depender de terceros, o hacerlo lo menos posible: limpiar, cocinar, hacer camas, planchar, ocuparse de basuras y residuos, etc. No sólo son actividades físicas convenientes de por sí, sino que son también un recordatorio de humildad y laboriosidad, e impiden que olvidemos esas facetas esenciales de la vida, o que creamos estar por encima de quienes las realizan.
 
VII. Hacer cosas que sean de provecho o ayuda para los demás: dar limosna, contribuir a través de organizaciones sociales, formar parte de voluntariados, prestar gratuitamente ayuda profesional, participar en recaudaciones o recogidas de alimentos, etc. Cualquier actividad asociada a un sindicato, partido político o iglesia, emprendida siempre con miras al bien común, es muy conveniente en este sentido.
 
VIII. Cruzar cada día alguna palabra con un completo desconocido, con amabilidad y cortesía; hay que recordar que todos somos de la misma condición y sólo el azar nos ha puesto en circunstancias diferentes. Las de otros bien podrían haber sido las nuestras, y tenemos que intentar comprender sus puntos de vista, por muy chocantes que nos resulten.
 
IX. Preguntar cada día a algún conocido, lo veamos en persona o no, qué tal está y si necesita ayuda o tiene algún problema en que podamos cuando menos consolarlo. Con cierta regularidad, hay que llamar o escribir a alguien de quien no sepamos nada desde hace mucho tiempo, e intentar mantener o recuperar ese contacto interesándonos por su vida.
 
X. Cuidar de alguna planta o animal. Cuantos más, mejor. Si podemos rescatar de la calle o de un refugio a un animal, mejor todavía. Todo contacto con seres vivos aparte de los humanos es poco.
 
XI. Imaginarse a uno mismo viviendo en otra época o lugar, en condiciones mucho peores que las propias: tiempos de privación económica, de carencias materiales y técnicas, con una medicina muy poco desarrollada y alta mortalidad, épocas de hambre o de plagas o de guerra, etc. Hay que evocar esas épocas o lugares con todo el detalle que sea posible, incluyendo narrativas ambientadas en ellas. Después, se debe comparar ese ejercicio imaginativo con el mundo en que se vive y pensar en las comodidades y ventajas que éste supone.
 
XII. Plantearse cada día esta reflexión: «estoy equivocado acerca de más cosas de las que creo, por obvias que me resulten; estoy manipulado acerca de lo que ocurre en el mundo mucho más de lo que imagino, por mucho que confíe en mis fuentes; padezco unos sesgos intelectuales bastante mayores de lo que pienso; es muy posible que, acerca del tema “x”, yo esté confundido, por difícil que eso me pueda parecer».
 
 
 

 
  
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