LA IA Y EL FUTURO HUMANO




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LA IA Y EL FUTURO HUMANO


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¿Está empezando, aquí y ahora, la obsolescencia de nuestra especie?


David y Daniel Puche Díaz [ver+]
 
#InteligenciaArtificial #Tecnología
#ChatGPT #SingularidadTecnológica #ObsolescenciaHumana #Distopía
 

Qué añadir al mar de reflexiones que vienen publicándose en los últimos meses acerca de ChatGPT y otras IA; la preocupación al respecto es inmensa y la sensación de que estamos en la antesala de una transformación histórica de inmenso calado de que estamos ya de lleno en ella resulta abrumadora. Una transformación, incluso, de impredecible alcance antropológico, por cuanto las consecuencias de la progresiva implantación de estas tecnologías en todos los órdenes de nuestra vida hasta extremos que ahora nos cuesta imaginar van a alterar drásticamente la imagen que tenemos del mundo y de nosotros mismos; nuestra forma de ser, de actuar y de relacionarnos; y hasta nuestra alfabetización senso-perceptiva, o sea, nuestra forma de comprender lo real en cuanto tal. De distinguir, entre otras cosas, lo “real” de lo “ficticio”. Los cambios que se avecinan son, por tanto, inmensos e imprevisibles, con toda probabilidad mayores que los producidos por cualquiera de las anteriores revoluciones industriales; esto desdibuja por completo los perfiles de nuestro futuro, y la incertidumbre siempre va acompañada de temor.
 
Tal reacción no es de extrañar, pues esta inopinada “aceleración tecnológica” (hace poco más de medio año éste no era un tema que estuviera siquiera sobre la mesa) es el último jalón en la larga serie de eventos a los que había dado lugar la robotización y la creciente digitalización de todos los procesos productivos en las últimas décadas. La constante siempre es la misma: el que sobra en la ecuación es el ser humano. Todo desarrollo tecnológico, no nos engañemos, apunta en esa dirección. Sólo se implanta una tecnología en una rama productiva para aumentar la productividad, pero esto quiere decir, básicamente, ahorrar costos en salarios: de lo contrario la inversión no tendría sentido, y las máquinas no sustituirían de momento a los trabajadores. El empresario tiene que prescindir de empleados, debido a la competencia en el mercado (es la esencia misma del capitalismo); ha de ahorrar en gastos y problemas laborales, y la inversión en automatización es la clave. En cuanto al manido argumento de que “todo desarrollo tecnológico crea empleos nuevos” (desde los ingenieros que lo crean a los empleados que lo usan o los técnicos que lo mantienen), no es cierto en términos globales; o, por lo menos, cada vez lo es menos. Si anteriores oleadas de tecnificación crearon ejércitos industriales a costa del campo, y más tarde movilizaron un inmenso sector de servicios a costa de la industria, la deriva actual destruirá un enorme porcentaje de todos los trabajos existentes debido a las necesidades de crecimiento constante del capitalismo, que al ser cada vez más difícil por expansión, salvo de formas progresivamente más explosivas y breves, ha de conseguirse mediante el ahorro; y la tecnología es la clave de ese ahorro, pues hoy permite prescindir de inmensos contingentes de trabajadores como no podía hacerlo en el siglo XIX o incluso bien entrado el XX. El balance neto es que, aunque aparezcan más profesiones y oficios nuevos que los tradicionales que se extinguen, se destruyen cuantitativamente muchos más puestos de trabajo poco cualificados que los que se crean altamente cualificados. Hay que insistir en ello: si la digitalización y la robotización no redujeran la masa total de empleados, ni se plantearía su aplicación a gran escala: el “progreso” no sigue los caminos de la filantropía, sino de las necesidades materiales.
 
Pues bien, siendo así, ¿qué futuro espera al ser humano ante una tecnología (la IA, en conjunción con la robótica) que permite vaticinar su completa sustituibilidad en cualquier actividad pensable? Es más, ¿a qué mundo dará lugar una tecnología que es capaz de aprender y que será capaz de producir nuevas tecnologías por sí misma, llegado el momento, sin necesidad de supervisión humana?
 
En realidad, pese a esta forma de hablar tan extendida (el término “IA” está sustituyendo a “app”, como éste sustituyó a “programa”), no se trata todavía de una auténtica inteligencia artificial, pero hay una gran confianza entre los expertos en la materia en que podríamos estar en los albores de su nacimiento ésta sería la palabra, esto es, de que acontezca la singularidad, el que sería el evento más importante de la historia de la humanidad. Algo así como el momento en que ser humano crea un dios, pero ni siquiera a su imagen y semejanza, pues imaginar cómo pensaría y concebiría su propia existencia un ser autoconsciente con semejante capacidad de cálculo, memoria e interconexión con el mundo entero, es para nosotros algo imposible y casi pavoroso. Pero parece una constante evolutiva que la inteligencia se desarrolle cada vez más, y aunque este salto sería por supuesto artificial, y por tanto en absoluto un caso de “selección natural”, cabe especular si no sería una inevitable prolongación de la nuestra; si este inédito salto sería el que permitiera a la inteligencia liberarse de las limitaciones orgánicas; es más, liberarse de las constricciones de un único cuerpo (aunque fuera uno robótico), trascender semejante finitud y convertirse en algo en sí mismo viral. La inteligencia entendida como la capacidad de servirse de dispositivos “cuerpos” incluidos en los que no está  confinada, en potencial interconexión con el mundo entero (que, en rigor, sería su cuerpo, y ni siquiera eso). Por no hablar de que, en caso de que los propios cerebros humanos lleguen a estar interconectados entre sí y/o con la red (como previsiblemente ocurrirá, a través de procesadores implantados en el cerebro, inyecciones de nanotecnología con prestaciones IoT, etc.), nosotros mismos podríamos ser los “recipientes” para su uso, tan reemplazables y prescindibles como cualquier otro dispositivo.
 
La sustituibilidad humana no afecta sólo a la fuerza de trabajo bruta, sino también a la más refinada, a ámbitos que se hubieran creído al margen de toda automatización; hoy se comprueba con estupor que no es así. Las IA mantienen conversaciones fluidas sobre cualquier tema, o traducen simultáneamente cualquier conversación a casi cualquier idioma, componen música, escriben novelas, etc. El test de Turing, como criterio para diferenciar una genuina inteligencia artificial de un programa muy hábil imitándola, se ha quedado obsoleto. Esa diferencia es ya irreconocible, al menos por el usuario. Y así como en el ámbito laboral casi cualquier trabajador es potencialmente reemplazable, en los ámbitos cultural y educativo donde está causando una verdadera conmoción, el concepto de autoría está siendo rápidamente destruido, y con él, la posibilidad de demostrar las propias capacidades, y así, lo que diferenciaría a un individuo cualificado de cualquier otro. El “talento”, el “genio”, el “don”, en pocos años, podría no significar nada. Y con ello, todo ser humano. Los que actualmente se están sirviendo de las IA para “hacer trampas” en sus estudios, publicaciones científicas, certámenes artísticos, etc., no entienden hasta qué punto están socavando el valor de sus títulos y currículums, que muy pronto serán papel mojado. Es lo que traerá consigo la absoluta homogeneidad de los individuos que son usuarios de la misma tecnología: la reemplazabilidad total.
 
Personalmente, no me cabe duda de que la humanidad, debido a la globalización (aunque ahora mismo ésta se halle en un momento de impasse debido al choque entre el hegemón declinante y el ascendente, o sea, entre EE. UU. y China) y a la hipertecnificación de todos los procesos, tiende a la uniformización de todos los seres humanos en un ser humano estándar, un “usuario tecnológico” completamente reemplazable. Toda diferencia cualitativa se desvanece. Las reacciones histérico-moralistas (izquierda) y conspiranoico-fascistas (derecha), la agudización de los fundamentalismos religiosos (sobre todo el islam, pero cada vez más también el cristianismo) y de los atavismos nacionalistas (desde el imperialismo ruso a los diversos independentismos regionales), el clima indignado y colérico y, en general, todo el odio y el resentimiento que estalla diariamente en internet, en las redes sociales y en los medios de comunicación, todos estos fenómenos, podrían dar a entender que la humanidad diverge, se fragmenta fatídicamente como en el mito de la torre de Babel, alejándose en múltiples direcciones. Yo creo que no. Que, más bien, éstas son las reacciones desesperadas, irracionales e inútiles de los seres humanos que se resisten a la desaparición de la individualidad, de la diferencia y de la diversidad, factores conste que no digo “valores” que se están extinguiendo rápidamente. La tecnología logrará lo que jamás ha logrado ningún imperio o ejército; lo está invadiendo y unificando todo desde dentro. Y la IA es el arma definitiva de este proceso de asimilación, en el que ya veremos qué queda de “lo humano”.
 
Las típicas distopías de la ciencia ficción describían inteligencias artificiales (como el Skynet de Terminator) que decidían aniquilar a la especie humana. Pero, siendo incomprensible para nosotros como lo sería semejante “inteligencia divina”, ¿no podría resultarle nuestra existencia simplemente indiferente, como a nosotros las hormigas, o sernos ella simplemente inaccesible e inescrutable, como el océano viviente de Solaris? ¿No seríamos las reses de su “granja”, de la que se ocuparía diligentemente, ya fuera para nuestra explotación (Matrix), ya para nuestro bien, pero sin contar con nosotros (niños estúpidos e irresponsables) para nada? Me temo que, en unas pocas décadas, descubriremos la respuesta a estos interrogantes.
 
 
 
 

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2/5/2023
© David y Daniel Puche Díaz

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