Seremos más diferentes del ser humano de finales del siglo XXI que de nuestros antepasados de hace dos mil años. Las inéditas transformaciones que va a experimentar nuestra especie son un asunto de inmensas consecuencias psíquicas, sociales y políticas al que la filosofía debe prestar una atención prioritaria. Hablamos de ello en este libro.
Estás en CAMINOS DEL LÓGOS, página web de filosofía y crítica cultural. También es el nombre de la revista digital (ISSN 2659-7489) que publicamos semestralmente.
VIVIR EN EL DESARRAIGO
Sobre la transformación de lo humano en el siglo XXI
Sobre la transformación de lo humano en el siglo XXI
Un ensayo de
D. D. Puche
Mi último ensayo, Vivir en el desarraigo. Sobre la transformación de lo humano en el siglo XXI, es un estudio sobre los cambios en la esencia de lo humano que previsiblemente se producirán a causa de desarrollos tecnológicos y ecológicos que ya están en marcha; pero también es una reflexión acerca de aquello que permanece invariable en nosotros (lo que podríamos llamar la "naturaleza humana"), y la dialéctica que se establece entre ambos factores. Puedes leer aquí mismo el prólogo del libro.
Nos hallamos en un momento decisivo de
nuestro desarrollo como especie; no ya un momento histórico, por tanto, sino
incluso evolutivo. Un interregno de cambios vertiginosos y de crisis de
inmenso alcance, que amenazan como nunca antes nuestra situación global y hacen
presagiar la transformación del ser humano como tal en otra cosa. Por
eso la humanidad, que siempre se ha preguntado por su propia naturaleza y
propósito ‒ya
sea de forma religiosa, artística o filosófica‒, parece recuperar una adormilada
preocupación por lo
que es y lo que quiere llegar a ser; por la dirección en que quiere encauzar
los gigantescos e irreversibles procesos de transformación en que está inmersa,
y tras los cuales el futuro inmediato se muestra oscuro y difuminado, tras espesas
nieblas de incertidumbre. Otras épocas lo tuvieron más fácil a la hora de
anticipar el porvenir, aunque fuera en forma de ciencia ficción; pero todo va ya
demasiado rápido.
El vertiginoso desarrollo de la técnica en
las últimas décadas, especialmente en los campos de la informática, la robótica
y las comunicaciones, ha cambiado ‒y sigue haciéndolo‒ nuestro día a día
más que la mayoría de los grandes acontecimientos de siglos pasados juntos. Pero
estos increíbles progresos tecnológicos, cuyo potencial de transformación apenas
podemos vislumbrar (mencionemos también la bioingeniería, la nanotecnología, los
big data, etc.), coinciden en el tiempo con gravísimas crisis económicas,
una crisis ecológica aún peor en ciernes, el exceso demográfico, el agotamiento
de los combustibles fósiles, y otros factores menores que amenazan seriamente con
un retroceso civilizatorio terrible. Sus consecuencias parecen intuirse
ya en el resurgir de los ultranacionalismos, en el creciente fundamentalismo
religioso, y en general, en el nihilismo propiciado por la vida vaciada de
sentido del capitalismo global, que socava las bases culturales e
institucionales del mundo actual.
Nos jugamos nuestro futuro, y ello en el sentido más profundo: se está decidiendo lo que vamos a ser, lo que va a significar ser “humano” en los tiempos venideros. Nuestra capacidad científico-técnica permite ya (y esto sólo va a ir a más) una capacidad de autotransformación que hace que conceptos y valores tradicionales acerca de lo humano salten en pedazos; el viejo humanismo se da ya por muerto y enterrado, salvo en los círculos intelectualmente más conservadores. Esta situación de “aceleración histórica” crea una desorientación general, así como las reacciones virulentas de ciertos sectores sociales; se percibe una casi unánime insatisfacción con lo que parece que se aproxima, sólo que cada colectivo salva algunas de sus promesas mientras estigmatiza el resto. El ser humano, de aquí a unas décadas, será más distinto a nosotros de lo que nosotros lo somos de nuestros antepasados de hace quinientos o mil años. Y no estamos preparados para eso, ni intelectual ni emocionalmente. Hay algo crucial que parece a punto de ocurrir, una serie de saltos exponenciales que lo alterarán todo para siempre. Eso sí, no sabemos si hacia mejor o hacia peor.
Los avances técnicos demasiado rápidos, que
arrastran consigo las estructuras sociales ‒lo cual, a su vez, tiene consecuencias
psicológicas‒, impiden
los reajustes simbólicos que el ser humano necesita para comprender sus
circunstancias históricas. Se produce una pérdida del sentido, una
desestabilización del necesario conjunto de referentes que constituyen el mundo
humano. El clima reinante de desorientación que resulta de ello viene a ser lo
que Bauman describe como “sociedad líquida”, inseparable del “malestar en la
cultura” del que hablaba Freud, o del “nihilismo” que diseccionó Nietzsche. Ese
decalaje entre lo material y lo simbólico hace que “lo humano”, que consiste en
la pertenencia a un mundo, quede en el aire; a partir de ese momento, está
en disputa. Se llega así a una situación de “desarraigo” que, como decía,
tiene gravísimas consecuencias psicosociales. Ante esta situación, abordada
desde múltiples ángulos (humanísticos, científicos, políticos, etc.), se han
dado diversas respuestas, desde el esencialismo más reaccionario al relativismo
cultural más corrosivo; pero hasta ahora, parece que todas ellas se han mostrado
insuficientes.
Ahí es donde ‒como en cada crisis histórica que hace
tambalearse las más firmes convicciones culturales‒ la filosofía entra
en liza. Decía Ortega que cada filosofía es una nueva concepción de lo real,
y ello porque es una nueva concepción del pensamiento. Y si conjugamos
esto con la afirmación kantiana de que la filosofía es en última instancia antropología,
pues sus preguntas fundamentales se resumen en la pregunta “qué es el hombre”,
podríamos concluir que cada filosofía es
una nueva concepción del ser humano, del “protagonista”, al fin y al cabo,
de esa nueva propuesta intelectual. Naturalmente, nunca se empieza de cero, lo
cual sería una tarea tan imposible como vanidosa; toda filosofía tiene una
filiación. La que se perfila en estas páginas parte de un enfoque materialista,
aunque después irá tendiendo puentes hacia otras posturas teóricas ‒con las que
considero que no sólo no es incompatible, sino hasta complementaria‒. Pero el punto de
partida debe ser el del propio problema, esto es, lo material (económico-técnico)
que vertebra los “sistemas humanos”. Todo lo específicamente humano,
como veremos, surge con la ruptura que introduce la actividad productiva en la mera
adaptación al medio que caracteriza a lo biológico en general. Dicha actividad
productiva, transformadora, es la que sostiene el mundo humano que hoy se ve
amenazado, paradójicamente, por la celeridad de las nuevas sinergias
productivas. Por eso el análisis deberá partir de éstas.
Como dije antes, el concepto de “desarraigo”,
que será el hilo conductor de este trabajo, está a su vez emparentado con el
del nihilismo de Nietzsche; pretende, de hecho, recogerlo y actualizarlo
desde un enfoque materialista. El nihilismo nietzscheano es un proceso histórico
que amenaza lo humano mismo; frente a él, el filósofo alemán preconizaba
la necesidad de un tránsito (Übergang) hacia un nuevo tipo de ser
humano, el “superhombre”; un tránsito que es contrapartida del ocaso (Untergang)
del ser humano habido hasta ahora.
Estas nociones ‒como la del propio superhombre‒ son vagas e imprecisas, con matices aún
claramente idealistas; pero anticipan los debates teóricos actuales
acerca de la “superación del humanismo” en diferentes direcciones, como el posthumanismo
y el transhumanismo. Nietzsche entendía que lo único definitorio del ser
humano era la Selbstüberwindug, su capacidad de “autosuperación”. Un
proceso de autotransformación que también traduciremos a términos materialistas
para comprender y criticar el posthumanismo y el transhumanismo (dos formas
y grados de autotransformación, tanto física como mental y moral). Y
también para esbozar, incluso, una noción del tipo de ser humano venidero (el “ser
hiperhumano”), que seguramente se aleja, en su intención crítica, tanto de
aquéllos como del superhombre nietzscheano. Pues hablar de un ser hiperhumano
no significa, en absoluto, defender un hiperhumanismo, sino todo lo
contrario: la cuestión es si, pese a las inmensas transformaciones de lo humano
que se anuncian (las cuales intentaré esbozar al margen de valoraciones
morales, sin nostalgia alguna del pasado), podemos hablar de algo específica e
irreductiblemente “humano”, de algún tipo de fondo que permanece en todo
cambio y puede todavía servir de faro que oriente su incierto devenir
histórico. Ahora bien, sólo llegaremos a ese fondo penetrando en aquello que lo
amenaza, que lo “saca de sí”; por eso hay que construir el concepto de
desarraigo como punto de partida para posteriores análisis. Este término, “desarraigo”,
ha sido usado muchas veces y en muchos contextos, sobre todo sociológicos, casi
siempre en un sentido natural y meramente descriptivo. Quiero convertirlo,
precisamente, en un concepto técnico y preciso, con un contenido filosófico
propio.
Una filosofía materialista nos brinda
herramientas teóricas más potentes y actuales que otras estrategias
intelectuales; converge fácilmente con el conocimiento acumulado por las ciencias,
del que puede servirse para construir modelos fundamentados y coherentes.
Además, también puede reconstruir esas otras estrategias ‒en función de su viabilidad‒ como “segmentos separados
en abstracto” de sí misma. El enfoque materialista no puede, ciertamente,
prescindir de una base biológica, económica, tecnológica, etc., a la hora de
explicar los procesos del mundo real; aunque la filosofía no se reduce jamás a ser
la exposición, síntesis o divulgación de los contenidos de las ciencias
naturales y sociales, tampoco puede comprender la realidad al margen de éstas
sin caer en la más absoluta arbitrariedad ‒lo cual ha sido el gran pecado de una gran
parte de la filosofía de las últimas décadas‒. Para propiciar una orientación de la
existencia tanto individual (ética) como colectiva (política), requiere
referencias sólidas a las condiciones materiales que permitan ponerla en
práctica. Ahora bien, la nueva concepción del ser humano que subyace a esa
nueva racionalidad que reclama nuestro tiempo de zozobra, no dependerá tanto de
los descubrimientos empíricos que se realicen (en genética, neurociencia, etc.),
aunque desde luego habrá que tenerlos muy presentes. Más bien dependerá de cómo
se aborde su existencia en
cuanto una exigencia racional (“lo
que debería llegar a ser”) a partir de aquello que de hecho es.
Es decir, que “lo humano” que buscamos es algo que no puede existir al margen
de una base material, pero que tampoco puede deducirse sin más del conocimiento
de ésta; es algo necesariamente material, como todo lo real, pero en un
grado tal de complejidad y de mediaciones simbólicas y racionales que no se
puede reducir sin más a las estructuras dadas. Es, en suma, algo que supera (el
überwinden nietzscheano), a la vez que sigue necesitando, nuestra mera corporalidad
biológica y los particularismos culturales, para ir al encuentro de lo universal
con que se identifica la razón; lo cual es imprescindible en un mundo global en
el que todos los referentes se hacen pedazos cada vez más rápido, dejándonos huérfanos
del sentido.
La primera cuestión en relación al
desarraigo es explicar el desencaje entre las condiciones objetivas
de existencia y las subjetivas (y qué significa esa “subjetividad”, cuyo
significado no podemos presuponer). No aclarar esto ha hecho fracasar a diferentes
teorías emancipatorias, desde la Ilustración hasta nuestros días. Por eso, en
un segundo momento, hay que construir un concepto de “lo humano” con el
que medir la distancia de la “normalidad” psicosocial actual a un ideal (incluso
para juzgar el curso de la historia según converja o se aleje de ese métron). Todo concepto filosófico
es un concepto teórico-crítico,
pues no se trata de un mero descriptor formal o empírico ‒ni supraempírico,
si es que pretende ser racional‒; no se limita a constatar lo que
hay, sino que propone. Posee un
componente valorativo que conecta la
teoría con una praxis posible. La “legitimidad” de semejante concepto radica en su capacidad de universalización, o sea, de abarcar sin conflicto, o minimizando el
conflicto, las distintas autocomprensiones culturales ya existentes, a la vez
que es compatible con las condiciones materiales de una posible realización.
En un tercer momento, habrá que producir modelos, esto es, aplicaciones de ese ideal a circunstancias
concretas de nuestro tiempo. La filosofía no es una ciencia, y por tanto, la mera
propuesta teórica no es suficiente; necesita la exposición de
“experimentos mentales”, como el de la ciudad-hipótesis platónica. Esos modelos,
por descontado, no pueden ser extraídos acríticamente de un pasado mítico que
se pretenda repetir, ni de ideologías que no hayan pasado la más severa criba
intelectual.
Con este ensayo he pretendido contribuir a la
comprensión de importantes cambios que se están produciendo y que se van a
producir, así como al esbozo de una determinada actitud teórica ante los mismos
‒que
no ceda a los tópicos sobre la “tecnofilia” o la “tecnofobia” que tanto abundan
en la literatura actual‒; he querido proporcionar, en resumidas cuentas, un mapa conceptual
que permita ver con algo más de claridad hacia dónde nos dirigimos. Lamentablemente,
la empresa no es sencilla, y a menudo el texto, por la propia complejidad del
asunto, se vuelve duro, quizá demasiado técnico. No obstante, creo que puede
ofrecer distintos niveles de lectura en función del lector, y por tanto,
rendimientos intelectuales adecuados a las diferentes expectativas. Me limito a
añadir, como advertencia y disculpa final, que a lo largo de la obra abundan
las referencias a páginas web y artículos de prensa online, debido a haberla
escrito en gran parte durante el confinamiento por el COVID-19. Por ello mismo,
las referencias bibliográficas a títulos impresos recurren a una gran disparidad
de ediciones, a veces en castellano y a veces en versión original, pese a existir
buenas traducciones; son los libros de los que disponía en mi lugar de
confinamiento, y no me he sentido con el ánimo de modificar después tantas
citas y menciones del voluminoso aparato de notas. En cuanto a éstas, por
cierto, no las he puesto al final, como se estila actualmente, pese a ser tan
abundantes; hacerlo hubiera aligerado mucho la lectura, pero creo que es más
práctico ponerlas al pie, pues son útiles para el seguimiento del texto ‒aunque el lector no
especializado bien puede ignorarlas‒ y he querido evitar la molestia de tener
que buscarlas.
VIVIR EN EL DESARRAIGO
La transformación de lo humano en el siglo XXI
D. D. Puche
Grimald Libros
251 páginas
Tapa blanda / ebook
ISBN (papel): 9798695923155
ISBN (digital): 9781005138646
ISBN (papel): 9798695923155
ISBN (digital): 9781005138646
Échale un vistazo al interior
Puedes encontrar el libro en cualquiera de estas librerías online, tanto en papel como en cualquier formato digital (epub, Kindle, Kobo, etc.). Haz clic en la que prefieras para comprarlo.
También
puedes comprarlo aquí mismo con Paypal (te lo
hacemos llegar a través de la distribución de Amazon, pero nos
encargamos nosotros de todo). El precio de los ejemplares impresos incluye los gastos de envío y la copia digital de regalo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Déjanos tu opinión, ¡gracias!