Volvemos a publicar este artículo de hace dos años, que guarda una paradójica relación con estas fechas navideñas.
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DESUBJETIVACIÓN
En la subjetividad humana hay algo irreductible a su sustancialización moderna, pero también a su deconstrucción posmoderna.
Por D. D. Puche
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Quien vive volcado en la
exterioridad, en “las vivencias”, nunca comprenderá la plenitud, la amplitud del mundo, propia de quien vive
recogido en su interioridad. Incluso a aquéllos les convendría, de vez en
cuando ‒a ser posible, diariamente‒, aislarse de lo que les rodea, en-simismarse. Dar un giro del ámbito de
lo objetivo al de lo subjetivo. Pero
lo subjetivo no entendido en sentido contemporáneo (ni siquiera diría moderno,
por más que ése sea el tópico), como “identidad”, sino precisamente como algo previo y fundante de ésta, que se
experimenta como un vacío sin colmar. En efecto, en el énstasis, en el apartarse de toda exterioridad, de todo estímulo
‒no sólo perceptivos, sino también mnémicos, volitivos, etc.‒, se da una
experiencia de recogimiento sin el
cual la vida, volcada en esa pura exterioridad, no se posee nunca a sí misma ni
será capaz de fijarse fines que no sean causados
por aquélla (por lo general, la mera autorreproducción de la propia vida,
incluso cuando tal autorreproducción apunte a un incremento de bienestar, poder
o estatus). Si hay algo libre en
nosotros, en un sentido duro, ontológico,
será precisamente lo que no proceda de la exterioridad, con independencia de
las recompensas (refuerzos positivos de condicionamientos previos) que de ella
resulten, simples estímulos para nuestra animalidad. Ese apartamiento de lo
condicionado, causado, delimita una esfera de interioridad (“espiritualidad”,
si se quiere) que es lo único genuinamente libre y racional que podremos hallar
en nosotros. Lejos de ser una mera “huida” del mundo, ese retiro permite volver a él, cada vez, con la perspectiva que habitualmente hemos
perdido.
Estar volcado en la exterioridad
disgrega, y con ello reduce, nuestra potencia.
Ciertamente, el bombardeo constante de estímulos está detrás de muchas
patologías del mundo contemporáneo. Es preciso retener la capacidad de atención
en que consiste nuestra unidad existencial;
dejar que esa potencia que es la psyché, esa posibilidad pura aún no traducida en acción alguna, se concentre en
sí misma. Sólo así puede germinar algo distinto a lo dado, que no sea simple
acción-reacción; algo espontáneo, ajeno al mero trato con lo otro, a la
repetibilidad de la interacción con lo exterior (ya sean cosas u otras psychés). Por ello, con cierta
frecuencia y regularidad, es preciso i) retener la psyché de toda acción, incluso la intelectual (abstención); ii) concentrar,
acumular esa potencia mediante la contemplación, en la cual la psyché es pura forma que reflexiona
sobre sí, al margen de todo contenido concreto (meditación); y finalmente, cómo
no, iii) restablecer el contacto con el mundo, con la exterioridad, pero de tal
forma que no se disperse inútilmente toda esa potencia acumulada, sino actualizándola
de modo significativo (producción). Es necesario un producto, un objeto
resultante de esa subjetividad pura. Por encima de la praxis, las traducciones más significativas y perdurables, y por
ello mejores concreciones de esa potencia, son las de la poíesis (defiendo un enfoque materialista frente a la hermenéutica
y la política posmoderna). En la producción de arte y belleza, y también en el
discurso intelectual, lo que encontramos es potencia
solidificada. Una sociedad en la que todo el mundo estuviera capacitado
para tal productividad (el trabajo de la cultura,
siempre un ideal rector) sería antropológicamente distinta a todo lo conocido. Habría
algo de suprahumano en ella. Lo que tenemos,
en cambio, es demasiada animalidad
insuperada, demasiada reproducción maquinal
de las condiciones de vida dadas.
Mucho de lo que hago aquí, se me objetará,
suena casi a religioso, quizá hasta místico. Ciertamente, lo que hago es
traducir lo esencial de esas experiencias (lo que tienen de religador, no de confesional) a un lenguaje
filosófico. Esto no es incompatible, ni mucho menos, con el enfoque materialista
que explícitamente defiendo; al contrario, encuentra su lugar propio solamente en él, y lo que siempre he intentado es
mostrar cómo se componen discursos
tan aparentemente lejanos, desde un punto de vista estrictamente racional. En éste
y otros textos he defendido que inteligencia, capacidad adaptativa, puede reorientarse hacia fines propios, no causados.
Lo intensional no puede darse sin lo extensional, pero su contenido no se
reduce a ello. Y por eso digo, recogiendo todo lo anterior, que hay una experiencia del ser (no uso el término
en sentido heideggeriano) que podemos hacer a
través de nosotros mismos, la experiencia de una pertenencia o cofluencia
con las cosas, que nos puede dar indicaciones ‒por sutiles que sean‒ acerca de cómo
vivir “rectamente”. Una experiencia del “justo
medio” aristotélico entendido ontológicamente, como un “dejarse ir” por las
líneas de mínima resistencia que nos ofrece la realidad (las cuales
primero, por supuesto, hay que aprender a reconocer);
un no decantarse por las empresas activas
de un signo u otro, sino por las pasividades
eficientes que fluyen entre ellas. ¿Que en esto hay resonancias orientales?
Sin duda, pero tales motivos no están menos presentes en nuestra propia
tradición occidental grecolatina. Ya hablemos de voluntad, conatus, libido, Dasein...,
se trata de formas de nombrar ese “impulso de ser”, ese existir autovivenciándose propio de una entidad autoconsciente. Porque
la inteligencia surge de la vida (bios)
y es una capacidad adaptativa al medio, pero su evolución le permite llegar a saberse parte del Todo, expresión viviente
del propio lógos universal (“lo mismo
son pensar y ser”), e introducir así, en la cadena de determinaciones, otras no
causales. Somos fragmentos de realidad
huérfanos de la totalidad, que ansiamos recomponer sin saber cómo, buscando
experiencias sustitutivas, efímeras formas de pertenencia a algo; pues no hay
mayor tragedia que saberse a sí mismo:
es lo que nos separa de lo otro y nos hace experimentarnos como escisión, como algo que aspira a superar su soledad.
Caminos del lógos (ISSN: 2659-7489), revista digital de filosofía contemporánea de aparición semestral. ¡¡Buscamos colaboraciones para el número 3!! Haz clic en la imagen para acceder a todos los números publicados y a las normas de envío y colaboración.
En esa subjetividad del énstasis, del recogimiento, de la
interioridad (condición de posibilidad del mundo,
del ámbito del sentido que no se reduce a la suma de extrapartes materiales que,
sin embargo, lo sostienen y componen), y sólo en ella, se experimenta la nada, la única cosa a la que llamar
así sin que sea un flatus vocis. La nada
no “es”, ni “es el ser”, ni existe “fuera de” la psyché. Ahí radica lo erróneo de la mística, y de ahí también los
extravíos de Heidegger, que sostiene el ente sobre la nada (pese a que ex nihilo nihil fit). La nada, como trascendencia de lo ente, está
únicamente en nosotros, seres más o
menos pensantes, limitadamente autoconscientes, hasta cierto punto libres.
Partes de un Todo para las que el principium
individuationis significa dolor, cuyo único cese estaría en una
inalcanzable unidad. Si se puede vislumbrar
ésta, no será nunca en manifestación colectiva alguna, ni en el emprendimiento
de ninguna empresa política, ni en cualquier otra forma de impulso gregario. Lo
dionisiaco, como lo llamaba Nietzsche, nunca nos esperará ahí. Esa
subjetividad, como decía al comienzo, no sólo no corresponde a identidad alguna, sino que es inseparable de una total
pérdida de identidad. Es un ejercicio, en realidad, de desubjetivación. Al contrario que la más reciente filosofía, que se
ha metido en el callejón sin salida de la producción de nuevas formas de
subjetividad e identidad ‒cuando no en la reconstrucción de otras ya viejas‒,
la experiencia ontológica, el modo
racional de aprehender lo numinoso, no consiste en “empoderamiento” alguno,
sino en un despojamiento de sí, en la
renuncia a la identidad. Esto no es incompatible con participar en un proyecto
sociopolítico, pero proporciona la distancia
para no caer en el fetichismo, para no dejarse engañar por la trampa de las
identidades, que siempre serán falsas.
Todas. Como lo es cualquier contenido que
queramos darle a esa forma vacía de la psyché, a esa potencia insaturable.
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VIVIR EN EL DESARRAIGO
La transformación de lo humano en el siglo XXI
D. D. Puche
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ISBN (papel): 9798695923155
ISBN (digital): 9781005138646
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