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NUESTRA SITUACIÓN ANTROPOHISTÓRICA



Nuestra situación antropohistórica | Caminos del lógos | Filosofía contemporánea.


Ofuscados por problemas que siempre nos parecen mucho más urgentes,
no somos capaces de reparar en ello, pero...

Nos hallamos en una encrucijada decisiva de nuestra evolución


Hagamos unos breves apuntes sobre

NUESTRA SITUACIÓN ANTROPOHISTÓRICA



Por D. D. Puche


1. ¿Dónde nos encontramos, o mejor dicho, cuándo? ¿En qué momento de nuestra historia? Ésta es la pregunta que se hicieron los ilustrados, los primeros que tuvieron "conciencia histórica"; aunque la suya, por ser la primera, estuvo muy distorsionada. Ciertamente, sólo tenían un par de milenios, quizá tres, para hacer comparaciones, y dentro de éstos, tenían demasiadas lagunas de información, por no hablar de unos enfoques teóricos muy errados. Porque la pregunta, ciertamente, sería: ¿tenemos la perspectiva adecuada para entender en qué momento nos encontramos del desarrollo de una especie cienmilenaria? ¿Hay forma de hacer una valoración que necesariamente ha de conjugar el desarrollo puramente evolutivo con el científico-tecnológico y el socio-cultural? ¿Y qué pasa cuando el "objeto de estudio", en este caso el ser humano, modifica y por tanto incluye ya, en su desarrollo, el planeta entero? Es difícil alejarse lo suficiente como para que nuestra mirada (theoría) abarque tantas cosas. Y sobre todo, debemos alejarnos del optimismo de aquellos ilustrados del XVIII y de los historicistas del XIX, que vieron un proceso lineal, positivo e irreversible donde ahora sabemos que hay procesos múltiples y complejísimos, de una fragilidad y reversibilidad extrema; tenemos una perspectiva mucho más amplia, desde la que la Modernidad (por no decir la civilización) se ve como una pequeña ventana de posibilidades que en cualquier momento podría cerrarse. Tenemos mucha más información que aquéllos, e instrumentos teóricos más afinados; y eso aparte, claro está, de lo que ha cambiado el mundo desde entonces. Así pues, si volvemos a las preguntas iniciales, ¿dónde estamos, y ante todo, hacia dónde vamos?

2. En términos geológicos y ecológicos, los científicos dicen (aunque no hay consenso pleno) que estaríamos en una nueva era, el antropoceno. Un período con características específicas que afectan no solamente al ser humano, sino al planeta en cuanto tal, debido al tremendo impacto de la actividad de aquél; nuestra especie es capaz de alterar el medio ambiente de forma decisiva. La consecuencia más directa de esa actividad es el calentamiento global, debido sobre todo a la acumulación de dióxido de carbono por el empleo masivo de combustibles fósiles (cuya mera extracción ya se está convirtiendo también en un factor contaminante importante). Esto causa el consiguiente deshielo de los polos, que a su vez retroalimenta el incremento de las temperaturas, además de incrementar el nivel de los océanos y modificar su salinidad (con efectos devastadores sobre la biosfera marina, y capaz de modificar las propias corrientes oceánicas, importantísimo regulador térmico del planeta). Esto sin tener en cuenta la contaminación directa de los océanos con toda clase de vertidos, y muy especialmente de plásticos y metales pesados que ya están presentes en el pescado que comemos. El rápido y peligrosísimo incremento de las temperaturas medias del planeta (con picos de calor y frío cada vez más extremos que tienen, por ejemplo, efecto sobre unas tormentas tropicales cada vez más devastadoras, ciclones que llegan a regiones a las que antes no, etc.) es ya de por sí un factor clave en la extinción masiva de especies que se está produciendo, a la que por supuesto hay que sumar la contribución directa de la actividad depredadora humana. Si a todo ello le añadimos la deforestación (ya sea directa, por diversas industrias, o indirecta, por las sequías que causa el cambio climático) y la producción de plastiglomerados no biodegradables, por no extendernos más, es obvio que la huella ecológica del ser humano es de un alcance terrible. Los cambios producidos por el capitalismo, las sucesivas revoluciones industriales y la globalización en apenas un par de siglos (sobre todo en este último) son mayores que los producidos en toda la historia anterior de la especie... Por no decir que la naturaleza hubiera necesitado decenas o cientos de millones de años para producir otros similares (y nunca todos ellos) por sí misma.




3. Como los efectos de los anteriores factores de cambio entran en dinámicas de retroalimentación que a partir de ciertos niveles se vuelven autónomas y crecen exponencialmente, cabe pensar (toda la comunidad científica lo hace) que lo peor que está por venir. Todas las líneas de no retorno se traspasaron hace años, o probablemente décadas, y esas dinámicas puestas en marcha por nuestra actividad industrial y agropecuaria son ya irreversibles. Las divergencias entre científicos afectan sobre todo a las fechas que dan para el colapso medioambiental que tendrá consecuencias devastadoras para nuestra propia especie (el cual vendrá precedido por colapsos energéticos y económicos que serán en realidad capítulos de aquél). 2050, 2100... Y ello pese a que gran parte de la opinión pública no quiere enterarse, porque está muy entretenida con el fútbol y demás, este desastre en ciernes no es que le ocurra "al planeta" o "al medio ambiente", que es para toda esa gente como hablar de "los países subdesarrollados"; no: el desastre se nos va a llevar por delante a nosotros, como especie, de manera global. Por no hablar de tantas otras, claro. Nuestra capacidad (antropológicamente definitoria) de transformar el medio para satisfacer nuestras necesidades (con la que ponemos un pie fuera de la biología, en el terreno económico-tecnológico), alcanzada cierta masa demográfica y ciertos niveles de bienestar, pasa inevitablemente por destruir dicho medio (al menos con el sistema económico y el desarrollo tecnológico actuales). Pero tenemos un pie fuera de lo biológico, no los dos: destruir el medio equivale a destruirnos a nosotros mismos. No hay vuelta de hoja. Es un suicidio ecológico. Y ya tiene múltiples consecuencias visibles en nuestro día a día, incluso en el mundo desarrollado que se cree inmune a esto; consecuencias que la ceguera de la ciudadanía quiere achacar a la "maldad" o la "negligencia" humanas. Ojalá fuera tan fácil de corregir como eso. Ojalá se pudiera evitar, con unos cuantos cambios de gobierno, la triple crisis (económica, energética y ecológica) en ciernes. Y las subsiguientes catástrofes humanitarias que van a disparar las migraciones masivas fuera de las líneas de los trópicos. Y el consiguiente desmoronamiento del Bienestar en los países desarrollados (que, de hecho, ya ha empezado, por el impasse de crecimiento del capitalismo). Y a resultas de todo ello, el descontento creciente contra las democracias liberales, que dará el poder a líderes neofascistas, con sus promesas de soluciones fáciles y rápidas (y por supuesto, crueles, pero sobre todo, falsas). Potencialmente, caminamos hacia nuestra extinción. El futuro cada vez pinta más parecido a Mad Max.

4. Pero al repasar nuestra situación antropohistórica, también hay que recordar los puntos positivos, para no caer en un catastrofismo quizá demasiado unilateral (aunque muy sensato). La historia de la humanidad en los últimos siglos, especialmente desde el XVII, ha dado lugar a muchas ganancias irrenunciables, y ello pese a los horrores con que han coincidido en el tiempo. La revolución científica y las industriales, la Ilustración, las democracias liberales y también las aportaciones hechas por el comunismo (pese a la tensión dialéctica entre ambos modelos), han supuesto conquistas como especie que dan lugar a ciertas esperanzas de futuro. Esa especie que en cierto momento empezó a fabricar herramientas, y más tarde aprendió a cultivar los campos, ha cambiado mucho desde entonces... A pesar de tener prácticamente el mismo cerebro que en el Paleolítico. Junto a las proyecciones científicas desoladoras, también se constatan hechos alentadores: grandes progresos en la erradicación del hambre (ahora los principales males alimentarios, de hecho, tienen que ver con el sobrepeso), cronificación de enfermedades antes mortales, menos guerras a gran escala, etc. Quizá la destructividad de nuestro desarrollo tecnológico hasta ahora sea la condición necesaria (por la que toda civilización suficientemente desarrollada, hipotéticamente, tendría que pasar) para alcanzar fases de equilibrio con el medio mucho mayores. Una especie de "pubertad" civilizatoria que estamos aún lejos de superar; el problema es que vamos contra reloj para hacerlo. Pero del mismo modo que estamos destruyendo la biosfera y dando paso al sexto "evento de extinción masiva", también puede que la tecnociencia que nos ha permitido hacerlo sea la que nos permitiera, pongamos por caso, desviar de la Tierra el asteroide que dentro de setenta años la aniquilara por completo. Nunca lo sabremos (con suerte); pero una especie preindustrial, desde luego, sólo podría mirar cómo ese asteroide se acerca en los días inmediatamente anteriores al impacto. Las expectativas creíbles de desarrollo tecnológico incluyen una bioingeniería capaz de modificar nuestra especie (y otras) sustancialmente (autopoíesis), energías limpias eficientes (entre ellas la fusión nuclear rentable), materiales inteligentes como el grafeno (hiperresistentes, ligeros y programables), la fusión de lo biológico y lo digital, computación cuántica, inteligencia artificial, la interconexión en red de nuestros cerebros, la colonización espacial (de momento, el sistema solar), etc. Pero incluso en esto hay contrapartidas. La principal, tal vez, es que la automatización de todos los procesos producirá pérdidas de empleo a escalas inimaginables (80-90% de la población hacia finales de siglo). Por primera vez en la historia (por lo menos desde el Neolítico), la renta y el trabajo se desvincularán totalmente, lo cual hará de la sociedad resultante algo totalmente impredecible para nosotros; eso dará lugar a una transformación psicosocial de alcance difícilmente comprensible. Habrá bolsas de desempleo de cientos o miles de millones de personas. Y ante esta tesitura, habrá que plantear medidas drásticas: o una renta universal (o solución análoga), o probablemente el caos absoluto; quizá una involución catastrófica.


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5. Esta inflexión histórica decisiva, que transformará lo que somos irreversiblemente (para bien o para mal) o nos devolverá a algún estado previo que dábamos por superado, es lo que intentan anticipar los teóricos del transhumanismo o posthumanismo. Se emplean distintos nombres y se insiste más en unos matices del cambio u otros (en lo tecnológico, o en lo psicosocial, etc.), aunque todos ellos son facetas de un cambio de tanto alcance que quizá no estemos preparados para imaginarlo hoy, como nos cuesta imaginar cómo será la IA cuando (presumiblemente) nazca. ¿Qué quedará de lo que fuimos? ¿Qué pasará con esa arraigadísima concepción moderna del individuo-ciudadano que, dotado de una amplia cultura, piensa de forma autónoma y crítica? Hasta ahora hemos querido pensarnos así; éste ha sido nuestro "ideal filosófico", con una más o menos exitosa traducción institucional y educativa.  ¿Qué quedará de todo lo que quisimos ser en la era de los cerebros mejorados por bioingeniería y conectados en red? Produce vértigo pensar en el futuro dentro de unas pocas décadas. Cada vez parece más claro que o se produce un tremendo salto tecnológico o nos enfrentamos seriamente a nuestra extinción; ya no hay término medio, pues hemos traspasado todas las líneas rojas. La cuestión no es tanto si querremos esos cambios como si éstos llegarán a tiempo de evitar males mayores: la tecnología se ha convertido en nuestra caja de Pandora. Pero aceptémoslo: nuestra evolución futura ya no será biológica, evidentemente, sino tecnológica. Infinitamente más rápida, pero no de menor alcance de lo que ha sido la evolución desde los primeros homínidos hasta el Homo sapiens actual. El Homo supersapiens será hijo de la ingeniería genética y se fusionará con las máquinas; el 5G, con el IoT (internet of things) supone otro paso importante en esta dirección, aunque todavía queden décadas para ver el alcance de estas transformaciones. Tendremos que comprobar cómo se adapta a todo ello nuestro cerebro, todavía paleolítico, que se vio sometido primero a las formidables fuerzas de la cultura y ahora se verá literalmente conectado a otros en red. No tenemos ni idea (pero la histeria que actualmente suscita internet y cada vez más articula nuestras relaciones sociales nos permite hacernos una idea) de cómo reaccionarán nuestras pulsiones primitivas, todo nuestro tribalismo y atavismo, al combinarse con la tecnología asombrosa que está por venir. Ciertamente, la "hipersensibilidad" actual parece una fase preparatoria para algo así, que ya se intuye; para la creación de un nuevo sujeto colectivo que debe vencer y aglutinar las variadísimas individualidades. La humanidad actual parece estar atravesando una fase psicótica; lo que debe llegar a convertirse en un nuevo tipo de metasubjetividad (o verse abocado a la extinción, probablemente) está aún en un estado embrionario y totalmente dividido. Una fase de rechazo a la disolución en esa metasubjetividad, que se adivina tan esperanzadora como aterradora a la vez. Las reacciones socio-psicóticas que se están produciendo se entienden mejor a la luz de la vertiginosa rapidez con que se están produciendo estos cambios, la cual los hace difícilmente asimilables. Lo que hubiera llevado millones de años a la naturaleza, está ocurriendo en el plazo de décadas. De ahí que esa sensación de "pérdida de lo humano" (aunque lo que estamos perdiendo no es "lo humano", sino nuestro sustrato animal) nos acompañe en todo momento y resulte tan desasosegante.

6. El futuro, si es que lo hay, y no consiste en una involución catastrófica a modos de vida preindustriales, resultará de la interacción entre una tecnociencia avanzadísima (lo que llamábamos aquí la "quinta revolución industrial") y la imprescindible superación del modelo económico actual, totalmente ajeno a la ecología; todo ello habrá de fusionarse en una nueva proyección del mundo, la ecosofía (basada en la "industria verde" y los proyectos colectivos). El nihilismo absoluto al que nos ha abocado el capitalismo, quizá como etapa histórica ineludible de desarrollo tecnoeconómico, habrá de dejar paso al comunitarismo y la economía colaborativa (desde luego, no en el sentido en que hoy llamamos así a ciertas nuevas formas de explotación laboral). Quizá estemos en la antesala histórica de una irónica realización de los ideales del comunismo, después de haber agotado todas las posibilidades que albergaba el capitalismo... Sea como sea, el ser humano debe descubrirse a sí mismo en la naturaleza, y viceversa. Debe alcanzar un nivel psicosocial de comunión con la naturaleza que Occidente no ha conocido sino simbólicamente, a través de la religión, y (precisamente debido a ésta) siempre de un modo erróneo y mistificado. Pero tenemos que aprender a percibir lo otro en nosotros, así como a nosotros en lo otro, para lo cual la tecnología no sólo no será un obstáculo, sino seguramente una condición necesaria. Formamos un continuum absoluto, somos la autoconsciencia del ser, aunque hasta hoy no hallamos pasado de una infancia egoísta y violenta. El hiperhombre (fusión de biología y tecnología, integrado en red, conectado a las cosas, tanto inorgánicas como orgánicas), si nace, deberá aprender a pensar, a sentir y a vivir de formas totalmente diferentes. Y la filosofía (que, de hecho, sobrevivirá a las ciencias sociales) será su guía para no perderse irremediablemente y verse reducido a un enjambre estúpido y furioso.



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