GRADOS DE INDIVIDUACIÓN
El desarrollo de la subjetividad en relación con el colectivo
como marco de condiciones a priori de lo político
5-2-2024
En el adecuado desarrollo
de la subjetividad cabe distinguir una serie de fases de progresiva
emancipación y desenvolvimiento a partir de las condiciones dadas
inicialmente por el grupo. Éstas establecen un contexto de dependencia e
irreflexión, un “pertenecer a otro” o “ser en otro” (enajenación, alienación, etc.,
en el lenguaje clásico), del cual el proceso de individuación constituye un
progresivo distanciamiento. Aclaro que, cuando hablo de “emancipación”,
no lo hago en un sentido sola ni preferentemente político, sino como
aproximación a un ideal de cumplimiento, de “perfección”, que bien
podríamos asociar a la noción de virtud de la filosofía clásica y, con
ella, a la de felicidad. Naturalmente, con decir esto no queda explicado
cómo entender correctamente ni una ni otra, entre los múltiples sentidos que se
les ha dado; tan sólo señalo de entrada, y como hipótesis, una relación que
tendré que aclarar más adelante.
De forma muy
esquemática, voy a apuntar cuáles son esas fases o grados del proceso de
individuación, esto es, del desenvolvimiento de la subjetividad desde “lo otro”
hacia “sí misma”. Éste es un tema harto tratado por la filosofía (desde Hegel a
Ricoeur o Taylor) y por la psicología del desarrollo (del psicoanálisis de
Freud a la psicología genética de Piaget o la psicología histórico-cultural de Vygotsky),
al que no pretendo aquí, de forma tan breve y concisa, hacer ninguna aportación
“nueva”; únicamente quiero sintetizar diferentes planteamientos y presentar
dicho esquema de cara a su uso teórico posterior, como imprescindible fundamento
pre-político de lo psicosocial sin el que el discurso político cae en enredos
y aporías que van del populismo al fanatismo. Pues no todo es político, como
sostienen las diversas formas de culturalismo dominantes hoy en día; hay algo
previo, y es preciso mantener la variabilidad individual respecto al
grupo para plantear las problemáticas políticas de modo coherente y justo.
Esos grados de
individuación, así pues, son:
[1] Pertenencia
acrítica e irreflexiva al grupo: éste no se cuestiona en ningún momento, es
el único mundo, es todo lo que hay para el individuo, que no posee más
referentes ni horizontes. Hay una identidad plena, pero falsa ‒pues no ha sido ganada, sino dada sin más‒, así como una individualidad
nula (se vive en el modo del “uno”, del “ello”, de la “masa”, etc.). Se carece de
libertad, y por tanto de virtud, y por consiguiente de felicidad ‒sobre esto, remito a las Observaciones finales‒. Es el estadio del tribalismo, lo cual no tiene
por qué entenderse necesariamente en un sentido eco-tecnológico, como
“primitivismo”, aunque podría serlo; pero este estadio se repite incluso en las
sociedades más desarrolladas.
[2] Pertenencia
crítica al grupo: se produce un distanciamiento de éste, una toma de
conciencia de sí mismo por parte del individuo, aunque todavía inmadura y muy
limitada. Se abre a otras formas de entender el mundo, descubre que éste es
mayor de lo que había imaginado. Su identidad se resquebraja y pasa a verse
como una farsa, una impostura; nada viene a ocupar su lugar y, de este modo, se
crea un vacío. Como consecuencia de ese recelo hacia el grupo y la propia
identidad, aparece un malestar irresuelto. Es el estadio de la desconfianza,
de la duda, del escepticismo.
[3] Ruptura
con el grupo: desarrollo de una individualidad todavía abstracta,
consistente en “ser-negación-de”. El “nosotros” anterior se convierte en un “ellos”.
La identidad se perfila ahora como la oposición activa a lo que se pertenecía antes
(desde el punto de vista de la ideología política, de un nuevo credo o de la ausencia
de él, o de la defensa de una causa, etc.), y por tanto a sí mismo. Uno se
define por lo que ya no es, pero esto quiere decir que siempre en relación con
ello, lo cual sustituye unas dependencias simbólicas por otras. Se va formando un
nuevo “sentido de la vida”, pero es tan falso como cualquier otro dado
previamente; se trata de un sucedáneo que resulta ser siempre provisional. Se inicia
el despertar de la libertad y de la virtud, pero todavía no el de la felicidad ‒ver al final‒.
Es el estadio de la rebeldía, del antagonismo.
[4] Reconciliación
con el grupo: el individuo retorna emocionalmente al mismo (el nóstos,
el “camino de vuelta a casa”) porque repara en que la supuesta exterioridad a
él es irreal ‒también puede darse, por el
contrario, el viaje sin retorno, es decir, la [4b] integración en otro grupo,
y desde ahí se pasa a [5]‒.
Se (re)asume el grupo de origen de modo todavía meramente simbólico, exterior. A
resultas de ello, la individualidad es aún puramente estética, la mera imitación
de modelos que anteriormente se vivieron “desde dentro” (cosa que ya resulta
imposible, pues se ha “perdido la inocencia”). Ello ocasiona un conflicto entre
el pensamiento y la emoción (“se siente así, pero se sabe que no es así”), por
lo cual la pertenencia no es plena; la individualidad se sabe en el fondo
aparente. Hay un desarrollo de la libertad y la virtud, todavía muy parciales; por
ello la felicidad es superficial, un remedo ‒ver al final‒. Estadio de la nostalgia.
[5] Re-asimilación
“histérica” al grupo: se llega a una exaltación identitaria que, además, se
toma a sí misma por muy crítica y autónoma, pero realmente no lo es. Se acusa una
apremiante necesidad de ser aceptado de nuevo plenamente en el grupo, como consecuencia
del sentimiento de no terminar de pertenecer al mismo; un sentimiento que ha de
ser sobrecompensado (ahora “se sabe así, pero ya no se siente así”). Una
manifestación de ello es la hipertrofia de lo simbólico, el imperativo de demostrar
la pertenencia, de encarnar uno mismo al grupo del que, en su momento, se
distanció. Estadio de la culpa.
[6] Pertenencia
crítica y autónoma al grupo: el recorrido de alejamiento y retorno se
completa; el conflicto con el grupo y con uno mismo, necesario para llegar a
saber quién se es, está mediado por la experiencia y queda así relativamente resuelto.
La individualidad está al fin “sana”, “curada”: se alcanza el equilibrio entre el
pensamiento y la emoción (“se sabe y se siente así”). Hay una involucración
activa en el grupo y una expresión libre del desacuerdo con él, de la diferencia
en la identidad (si el
grupo no permite tal involucración y libre disenso, esta fase nunca podrá
alcanzarse, con independencia de los esfuerzos del individuo, que quedará como
mucho estancado en [5]). El sujeto ha demostrado ‒ante
todo, a sí mismo‒ que,
entre los muchos modos de entender el mundo, ha escogido libremente el de su
grupo, aun sabiendo que no es el mejor. Lo simbólico encuentra su armonía con
lo material, sobre lo que se sostiene, pero al cual “da vida”. Se consolida así
una actitud de “ironía” ante la existencia, propia de la subjetividad
plenamente consciente de sí. Finalmente, se realiza la libertad y, sólo con
ella, una virtud que se extiende más allá del propio grupo, y como resultado de
ello, la felicidad en sentido estricto ‒ver al final‒. Estadio del perdón,
tanto a los otros como a sí mismo.
Nota: el
proceso de individuación puede detenerse en cualquiera de las fases, y muy
especialmente es fácil que se estanque en [3], con lo que el desarrollo de la
subjetividad nunca llagará a ser pleno. En cuanto a la fase [5], no es necesario
atravesarla, pero si se hace, ha de ser superada igual que las anteriores,
obviamente. [Lee la segunda parte]
>>Keywords: Individuación, Fases de desarrollo psíquico, Relaciones grupales, Desarrollo ético, Integración y antagonismo social.
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