Notas a vuelapluma que no tienen la categoría de
artículos, pero que tampoco merecen perderse (o quizá
sí; el tiempo dirá). Un cuaderno de trabajo dentro de
esta web, que contiene apuntes rápidos, esbozos de
teoría, observaciones informales, etc. Pensamiento en
voz alta, a veces simples divagaciones, que quizá puedan
ser del interés de algún lector.
[17] RACIONAL Y RAZONANTE.‒ La persona razonante aspira a darse fines en la vida que obedecen a la razón, no al simple mantenimiento de las condiciones materiales o a los placeres o a las satisfacciones de lo simbólico (en esto la racionalidad se diferencia de la inteligencia). Sublima su vida al máximo ‒o lo que es igual, la "refina"‒ y prescinde de pulsiones, lujos y, en general, de todo lo accesorio y efímero. Con ello se convierte en máximo exponente de lo que es la especie humana en cuanto tal, es decir, en cuanto "animal racional". En efecto, su vida se ordena del modo más alejado posible de la animalidad y sienta ejemplo a seguir por el colectivo, modelo de conducta virtuosa, "sabiduría". No sólo es un "intelectual" (que eso es lo de menos), sino que ha de poseer el matiz de la nobleza, que radica precisamente en la universalidad y desinterés de su comportamiento. De una "indiferencia elevada" frente a lo irrelevante. [17/4/2023]
[17] META-FÍSICA.‒ Uno de los mejores libros de filosofía que he leído en mucho tiempo es La totalidad y el orden implicado de David Bohm, físico especializado en mecánica cuántica (el libro en cuestión tiene sus años ya, es de 1980). Con eso lo digo todo. En las facultades de filosofía deberían dejar de perder el tiempo con tanto esteta posmoderno y tanto provocador barato y leer más a autores como éste. Que hoy sean los físicos los que quizá tengan algo relevante que decir en filosofía (y no hablo ya de epistemología, sino de la más pura ontología y la confrontación con los grandes problemas teóricos clásicos) es algo que el gremio filosófico debería hacerse mirar. Luego nos quejamos cuando nos orillan en el ámbito educativo o cultural en general, pero ¿acaso estamos haciendo algo real para contribuir al progreso del pensamiento? [17/12/2022]
[16] INTELIGENCIA EMOCIONAL.‒ Menudo timo, el de la inteligencia emocional. O lo que es igual: cómo el capitalismo te vende tus propias emociones, convenientemente "arregladas". Antes reducto privado, lo único que no te podían dar o quitar, ahora lo subjetivo-emocional es una mercancía más, perfectamente programable. Así, el sistema económico genera estados emocionales que siempre le benefician, desactivando aquellos que podrían llegar a perjudicarle (por ser económicamente disfuncionales o políticamente antagónicos). Y encima te cobra por ello, ya sea al ir al cine, al descargar música, al ver series en plataformas, al hacer cursillos, comprar libros de autoayuda, etc. El propio lenguaje económico-empresarial se infiltra en este ámbito, al hablar de “gestión (management) de las emociones” como si el propio yo se tratara de una empresa a la que hay que sacarle beneficio. Y, en efecto, las emociones son la mercancía clave del siglo XXI, junto con la información. Ahora bien, cuanto más emocional es la conducta, menos inteligente se muestra, por más que se insista tanto en la "inteligencia emocional" y aunque decirlo no encuentre buena acogida; la asimilación sistémica, propia de los libros de autoayuda, ha calado tanto que todo el mundo traga este discurso sin rechistar. Nadie puede cuestionarlo sin ser un "desalmado" o incluso un "psicópata"; hoy en día "carecer de empatía" es ya un insulto, cuando no una refutación. Pero las emociones no liberan; te dominan. “Patético” es precisamente el que se deja arrastrar por el páthos, por las pasiones. Esto lo han sabido todas las épocas menos la nuestra. De ahí que autores lúcidos como Chomsky hayan denunciado que la inteligencia emocional es un instrumento para crear una sociedad mentalmente debilitada y conformista, que se cree rebelde por "consumir hábitos" (como dice esa repulsiva jerga mercadotécnica) irracionales, "blandos", alternativos o políticamente (in)correctos, diseñados a medida para ella. [7/11/2022]
[15] PRIORIDADES.‒ Las luchas transversales (con sus respectivos colores: verde, violeta, arco iris, etc.) están muy bien; vaya por delante que cuentan, en principio, con todas mis simpatías. Pero mientras no se afronte como prioritaria la lucha principal, que es la económica, todas las demás diferencias y problemas seguirán estando ahí, porque son consecuencias de esa diferencia estructural y generatriz de la lógica sistémica. Dejar ésta de lado como algo "viejo", "rancio", "demodé", en favor de otras mil causas, es una estrategia (muy del posmodernismo y su infinita proliferación de "relatos") que sólo beneficia al propio sistema que se dice combatir, el cual incentiva, de hecho, esta forma "transversal" de pensar y actuar, a través de sus canales ideológicos y propagandísticos. Cualquier causa es buena y encuentran apoyo siempre que no toque lo importante, que es lo económico. Mientras no sea así, se deja al activismo discutir y criticar lo que sea; ahora bien, cuando se pone el dedo en la llaga se desata la maquinaria político-mediática acerca del "terrorismo", el "guerracivilismo", el "regreso al siglo XIX", el "eje del mal" de turno, etc.; y esto afecta incluso a los partidos y medios que se dicen "progresistas". Hay que repetirlo una y mil veces: ser de izquierdas no es una estética, ni tiene nada que ver con tantos activismos buenistas que hoy abundan; es una postura económica inseparablemente unida al mundo del trabajo y orientada a la redistribución de la riqueza socialmente generada. Todo lo demás, insisto, está muy bien, pero son cuestiones colaterales y nunca se arreglarán mientras no se arregle la fundamental, de la cual a menudo están ahí, precisamente, para distraer. [14/10/2022]
[14] INCONSISTENCIA.‒ Si defiendes una teoría (o se trata de unos "principios", una "causa por la que luchar", etc.) de la que puedes deducir una consecuencia práctica o su contraria, dependiendo de los intereses del momento, o del humor del que estés, o de quién emplee dicha teoría y para qué, entonces lo que estás defendiendo no es una teoría (o unos "principios", una "causa", etc.), sino una mera construcción retórica de muy mala calidad, cuyo único propósito es a todas luces el oportunismo ideológico. Y esto es lo que abunda hoy en día entre una "intelectualidad" al servicio de diversas trincheras políticas, activismos, batallas culturales y demás; lo que nunca hubiéramos visto hacer a los pensadores "clásicos", cuyo pundonor estaba siempre por encima de eso, o por lo menos nunca fueron tan obvios y tan poco inteligentes. Pero, en fin, tocan tiempos de miseria intelectual e inconsistencia... Y por eso falla todo intento de lograr fines políticos concretos, de producir los necesarios cambios sociales: aparte de otros factores, obviamente, porque no hay una verdadera intelectualidad detrás, estructurando esos discursos rectores y detectando sus contradicciones, para señalar metas realistas y practicables. Sólo hay gente pequeña, que salta de lo ideológico a lo estético y de lo estético a lo ideológico; pura pose del nuevo pensador-influencer, siempre opinando acerca de todo (o sea, hablando desde la más absoluta gratuidad), y buscando ante todo consolidar su marca personal de intelectual con "una voz" y "un estilo" propios e inimitables. Y así, contribuyendo desde su irresponsabilidad a desactivar toda posibilidad de cambio social efectivo. [12/9/2022]
[13] A LA DEFENSIVA.‒ Es imposible la convivencia en una sociedad en la que todo lo que a uno no le gusta es tachado automáticamente de "agresión" o "violencia". La gente, sencillamente, ya no sabe convivir, o lo que es igual, ya no sabe vivir (pues no puede haber una cosa sin la otra). Esa actitud es un rasgo propio del infantilismo y la inmadurez. Y lo que resulta de ella no es una sociedad, es más bien un agregado de ermitaños histéricos que no tienen exterioridad a la que huir y por eso huyen hacia una interioridad (normalmente grupal, identitaria) vacía y artificial. [22/8/2022]
[12] ARTE Y PUBLICIDAD.‒ Dice una de esas frases que se han convertido ya en
un eslogan y todo el mundo repite: «La creatividad sin estrategia se llama arte. La creatividad
con estrategia se llama publicidad» (la frase en cuestión es de Jef Richards,
que no por casualidad es profesor de Publicidad en Austin). Y cabe preguntarse,
yendo un poco más lejos, si gran parte del arte, por no decir prácticamente
todo, que viene haciéndose en las últimas décadas ‒quizá el último medio siglo‒
no es sino publicidad. A saber, la publicidad del propio artista, que es realmente
la mercancía en sí que se vende. La obra es sólo su spot; ésta nunca
es el “fin” de la experiencia estética, sino el “medio” de la misma para un fin
no-estético, sino comercial: el artista se ha convertido en un productor de mercancías
estéticas que se anuncia a sí mismo a través de éstas. Lo que se vende en el
sentido más literal, en esta “era de la reproductibilidad técnica” devenida
ahora “era digital”, es su marca de autor; o sea, lo que un publicista denomina
branding. El “consumidor” paga por tener algo (objeto, evento, archivo) con
su firma ‒cada vez más, en el futuro,
probablemente se trate de un NFT o cualquier cifrado blockchain análogo‒. Un producto considerado, lisa y llanamente, como una “inversión”
que se revaloriza para su reventa en función no ya de criterio cualitativo
alguno (“Arte”), sino por su mera exclusividad, por su valor como “mercancía
única e irrepetible”. En esta concepción capitalista-financiero-especulativa
del arte, sin duda alguna, hay una estrategia, es una estrategia:
tenemos un nicho de mercado al que la obra se dirige como su target, una
segmentación del mismo, y fórmulas bastante estandarizadas de captación y
fidelización de la “clientela”. Y ello por no entrar aquí en otra cuestión
convergente, la del activismo político que se ha convertido en canal
preferente de comunicación con el mercado potencial, y así, en la propia forma
reconocible de la obra; una forma que ha terminado devorando todo contenido
posible de la misma (por traer a colación esta vez a McLuhan, «el medio es el
mensaje»). En resumen, el límite entre arte, ideología y publicidad, así como el
que lo separa del diseño ‒el otro eje del “combinado
estético” dominante‒, cada vez está menos claro, si
es que hay, hoy en día, algún modo de diferenciarlos. [15/7/2022]
[11] ARTE.‒ Escucho decir en una tertulia radiofónica que “no se puede hacer arte cuando la realidad se ha roto". Esto, claro está, a propósito de la creatividad artística en las condiciones actuales. Y me pregunto ¿qué quiere decir algo así? ¿Qué concepción es ésta del arte, entendido como cosa propia del Bienestar, como ejercicio ocioso de clases medias que se desahogan de esta forma porque todo les va bien? A lo largo de toda la historia (pero basta con echar un vistazo a los siglos XIX y XX), el artista ha conocido todas las privaciones y penalidades, ha vivido guerras, hambre y hasta el Holocausto, y de ahí han salido algunas de las más elevadas expresiones de eso que llamamos el “espíritu" humano (cuya materialización más prístina es, precisamente, el arte). Y esas penosas condiciones han sido, de hecho, las que impulsaban al artista a mostrar algo que se sobreponía a todo ese dolor y miedo, algo que lo vencía, incluso mediante sus más aterradoras y literales descripciones. Pero, ahora, los acomodaticios “productores de contenidos culturales" están bloqueados por lo que sucede: la crisis económica, la pandemia, la desglobalización... Sus problemas me parecen muy sintomáticos de la situación en la que estamos, del impasse de Occidente, que ciertamente, como civilización, ya no parece que vaya a dar mucho más de sí. Entiendo que en estos momentos haya grandes impedimentos materiales para la práctica artística, pero incluso un pintor separado de su estudio puede dibujar, llenar hojas y cuadernos de esbozos, de ideas, manifestar, precisamente, lo que ocurre (ahora mismo, mientras está ocurriendo); no digamos ya un escritor (que era el caso del que hablaba en esa tertulia), que siempre podrá hacer su trabajo esté donde esté. ¿Acaso quiere decir que Goya acometió Los desastres de la guerra porque su realidad era fácil y cómoda? Es pasmoso ver hasta qué punto se ha consolidado esa visión del arte como una actividad que, básicamente, nos saca del aburrimiento producido por el exceso de comodidades de nuestro mundo. Una simple rama de la industria del entretenimiento. [15/6/2022]
[10] AURA.‒ La edición de obras clásicas de la pintura o la escultura en formato GIF (y otros) está produciendo uno de los efectos artísticos más sorprendentes en mucho, muchísimo tiempo. El arte, al fin y al cabo, tiene que sacudir la percepción, que ya teníamos bastante anquilosada. De repente, las obras recuperan el “aura" que, como decía Benjamin, habían perdido; pero la paradoja es que lo hacen precisamente gracias a la “reproductibilidad técnica" que, según él, era lo que venía a robársela. Un fenómeno, sin duda, curiosísimo. [24/5/2022]
[9] IDEOLOGÍAS.‒
Cada vez tengo más claro que ser
“de izquierdas" o
“de derechas" refleja la preferencia de cada cual por que le
mientan sobre unos temas o sobre otros. O lo que es igual:
ante qué parcela de la realidad se quiere permanecer ciego.
Por lo general, porque se es
emocionalmente incapaz de aceptarla.
[15/4/2022]
[8] VICTIMISMO.‒
La gente que siempre está hablando de “ambientes tóxicos”,
de la “presión de grupo”, etc., ¿no suele ser la misma que
crea ambientes tóxicos, que ejerce presión de grupo, etc.,
en su entorno, en su centro de trabajo o de estudios? Esa
gente que ha hecho del martirio la causa de su existencia y
que no deja de llorar porque le hacen la vida imposible por
ser “x”, mientras que, a la vez, no deja de hacerle la vida
imposible a otros por ser “y”. En su “causa” se adivina la
confesión de su propia culpa, de unos mecanismos
psicológicos que conocen muy bien, porque no dejan de
ejercerlos con terceros a la vez que los denuncian. Lo veo
con muchísima frecuencia. Es más, diría que lo veo a diario.
Ese jugar con la culpabilidad ajena para ejercer sutilmente
formas de dominio es algo que intenta hacer hoy, quizá,
casi todo el mundo. Puede que sea tan antiguo como la
historia de la propia moral, pero ahora está de moda hacerlo
con enorme desfachatez, e incluso está socialmente bien
visto. [20/3/2022]
[7] MODAS INTELECTUALES.‒
Es tan fascinante desde el punto de vista psicológico,
como repugnante desde el punto de vista teórico, ver la
pasmosa facilidad con la que muchos se suman a las nuevas
(y efímeras: tiempo al tiempo) modas intelectuales
para, desde el primer segundo, insultar y despreciar a los
que no lo han hecho, como si ellos llevaran allí toda la
vida (y como si eso, en todo caso, les concediera derecho
a hacerlo).
Son más papistas que el Papa; pero, claro, tienen que
demostrar públicamente su conversión, que tiene
poco de intelectual y mucho de religioso.
[12/2/2022]
[6] FAMILIA.‒
Si hay algo que las crisis económicas de 2008 y 2020 han
demostrado es que, cuando falla todo, incluso la red
asistencial del Estado, lo que queda es la familia. Es el
cemento que mantiene unidos los ladrillos sociales; fuera
de ella sólo quedan individuos solos ante el mundo.
Algunos ven en esto la suprema libertad; para la mayoría
es simplemente el horror. Por eso el capitalismo, para
garantizarse la mayor cantidad posible de mano de obra
dispuesta a hacer cualquier cosa, tiene que disolver los
vínculos familiares que le sirven de dique de contención.
Y lo hace ya sea mediante estrategias neoliberales, ya sea
mediante estrategias "progresistas". Cuando el resultado
es el mismo, el propósito no puede ser muy
diferente.
[21/1/2022]
[5] CAZA DE BRUJAS.‒ Hay claras tendencias histéricas (sic) hoy en día que sólo
se explican porque el fracaso de determinadas luchas
materiales ha conducido, como forma de compensación de los
derrotados, a la exaltación de lo simbólico, un
territorio que abarca tanto el lenguaje como, en general,
cualquier forma de expresión y comunicación. Esa histeria
colectiva ha activado, como en otros episodios históricos
‒desde
la Inquisición al macartismo, pasando por los pogromos‒, el mecanismo de la caza de brujas, si bien
con una novedad: que ya no tiene por qué ser activado por el
poder, sino que, en la era de la hiperconexión y las redes
sociales,
cualquier colectivo puede desencadenarlo sobre otro
colectivo o particular. Las cazas de brujas cobran vida propia y se multiplican,
espoleadas por las grandes empresas de la comunicación que
‒aunque no estén detrás, o incluso cuando se posicionan
contra ellas‒
se están beneficiando del clickbait. Lo simbólico,
el “inconsciente colectivo”, se exalta ante aquellas
derrotas materiales, y cuando es canalizado en formas
adecuadas (cuando no hay una fe, filosofía o proyecto
político que organice el descontento), llega a desatarse
como tormenta psicosocial que proyecta miedos y
amenazas por todas partes, y en consecuencia, produce
ansiedad y pánico. Los partidos políticos, de un tiempo a
esta parte, se mueven en ese peligroso filo para aumentar
sus caladeros electorales, y el fenómeno está ya más
extendido y es más incontrolable de lo que seguramente
calcularon (o quizá, simplemente, les dio igual). Hay
movimientos que pueden ponerse en marcha, pero nunca se
puede decidir cuándo se detendrán.
[10/12/2021]
[4] IDENTIDAD.‒
Lecturas como la del Dr. Fausto de Thomas Mann
deberían ser obligatorias a partir de cierta edad (sí, lo
sé, estoy pidiendo demasiado). La prolija descripción que
hace de cómo el proselitismo cultural de un pueblo ‒el alemán, en este caso‒, obsesionado con su propia identidad precisamente a
causa de la indefinición de ésta, terminará conduciendo a
la aparición del nazismo, es muy clarificadora de lo que
pasa hoy. Pero, como en La cinta blanca de Haneke,
película sutil en extremo, la cuestión no es hacer
comparaciones gruesas y simplonas con el propio nazismo;
el asunto es entender cómo, décadas antes de que aparezca
el chiflado de turno que se aprovecha de la coyuntura y
del malestar colectivo para uniformizar a la sociedad y
enviarla al desastre (propio y ajeno), hay ya una
predisposición sociológica que hace posible algo así. Y
ésta tiene que mucho ver con la mezcla de narcisismo y
victimismo que se transmite desde la propia familia y la
escuela (no digamos ya en un contexto altamente mediático
como el presente). Ahí se incuba el rencor, quizá incluso
inconsciente, hacia “los otros”, los que “nos impiden ser
un pueblo”, “una nación”, o “nos agraviaron en el pasado”;
rencor que estallará algún día, más bien pronto que tarde,
con cualquier pretexto. Desde el nacionalismo detrás del
Brexit hasta el auge de la extrema derecha en Polonia y
Hungría, sobran ejemplos en Europa y en el mundo de lo que
está germinando de nuevo, claros indicios de que se vuelve
a abrir la caja de los truenos. Y no será porque el pasado
no nos ha advertido lo suficiente. [10/11/2021]
[3] PSEUDOTEORÍAS.‒ Propugnar unos principios éticos que sólo ciertas minorías
privilegiadas (de clase media o superior, y sólo en el mundo
desarrollado) pueden seguir, y descalificar constantemente a
aquellos que no los siguen (porque, aunque quisieran, no
podrían permitírselo; y de hecho, si los siguiera todo el
mundo, seguramente resultarían desastres de todo tipo), te
convierte en a) un ignorante, o b) un hipócrita. Del mismo
modo, sostener unos principios intelectuales de los que se
pueden deducir consecuencias contradictorias entre sí (esto
es, unos principios inconsistentes) quiere decir que dicha
“visión del mundo” está necesariamente equivocada; la realidad
puede ser agonística, pero nunca contradictoria, salvo
en las malas lógicas. O sea, en las malas cabezas. Y esto vale
tanto si hablamos de la economía como de la alimentación, la
sexualidad, etc. En general, para todos los temas en los que
el mero activismo ha sustituido a la genuina teoría de sólidas
bases filosóficas.
[20/10/2021]
[2] ENSIMISMAMIENTO.‒
Para mí es una necesidad practicar, cada vez que puedo
‒desgraciadamente, no puedo a diario‒, la abstracción intransitiva, el camino del
énstasis, del demorarse en el sí mismo, aislado en
lo posible de estímulos externos y controlando las
representaciones internas (o más bien no dejándose llevar
por ellas). Un estado de serenidad que permite limpiar la
mente de material superfluo, de distracciones y
pensamientos en bucle, de obsesiones y emociones
interferentes con el flujo principal de la conciencia.
Algo que devuelve, en suma, a un cierto orden y equilibrio
que la cotidianidad altera constantemente. Un estado que
pasa forzosamente por la soledad, el recogimiento
interior, el olvido activo de lo inmediato, el
relajamiento físico, el dominio de la respiración, etc.
Naturalmente, estoy describiendo una práctica para la que
hay otros nombres, más viejos y populares; pero quiero
evitarlos, prefiero designarla con estos pedantes
tecnicismos, precisamente para no dejarme arrastrar ‒para que quien lea esto no se deje arrastrar‒
por los tópicos y mistificaciones ligados a aquellos
nombres.
Cuando se logra esa experiencia (lo que tampoco ocurre en
cada intento, pues a menudo la fuerza de las distracciones
es mayor), lo exterior, lo sensorial, parece alejarse y la
conciencia se enroca en sí misma; pero incluso en ésta
cambia algo, en su interioridad, pues la memoria deja de
manipular a su antojo las representaciones, que se vuelven
erráticas, advienen de forma azarosa, o según extrañas
leyes de asociación. No sólo se aleja el mundo (el ente en
bloque), sino también ese ente tan familiar que es el
propio yo, el cual se aparta como un frágil velo
que deja paso al sanctasanctórum de la mismidad:
tras él se revela una subjetividad trascendental ‒llamémosla así, en el sentido fuerte de Fichte o
Schelling‒
que es uno mismo y a la vez ya no lo es. Es más que
uno mismo, es la trascendencia que se eleva desde
uno hasta el Uno, desde el individuo
particular que soy hasta el lógos que estructura y
vincula todas las cosas, el cual en la vida inteligente
(como la humana) se hace autoconsciente, si bien opaco a
sí mismo. Una vez abstraído todo objeto, hay que abstraer
también el “objeto-yo” para liberar el acceso al sujeto
puro, a algo que no “está en mí” ni “soy yo”. Al
contrario, yo “estoy en ello”, me rebasa; y cuando consigo
ese acceso, siquiera por un breve lapso de tiempo ‒aunque éste parece detenerse entonces‒, vislumbro el orden tras la realidad, el
lógos pensándose a sí mismo
a través de mí (simple producto evolutivo de dicho
orden), a través de un ente: única forma que tiene de
hacerlo. Es una experiencia de traspasamiento y claridad,
de elevación y pertenencia a algo ontológicamente
superior, que no me extraña que haya sido vivenciado por
otros ‒por aquello que decía antes sobre las
mistificaciones‒
como “lo divino”.
Dios es la experiencia del sujeto trascendental en uno
mismo, que erróneamente se proyecta como algo “exterior” a mí;
a nosotros, los seres pensantes.
No me cabe duda de que si más gente, mucha, la mayoría,
hiciera esta experiencia, grandes cosas cambiarían en este
mundo. Trascender el ente y el propio yo hacia ese
Yo reforma considerablemente la perspectiva y las
prioridades de la vida; nos distancia de nuestra pequeñez
para acercarnos a algo más grande, algo ‒quizá‒
eterno. Tan longevo, cuanto menos, como pueda serlo este
universo. Pero, lo sé, es una experiencia que siempre
estará reservada a unos pocos, aunque sea en términos
relativos. Y por eso no es asunto de la
filosofía objetiva, sino de una
filosofía subjetiva de la que sólo pueden
comunicarse esquirlas y destellos.
[19/9/2021]
[1] COMPRENDER(SE).‒
¿Puede que todo empeño de comprender la realidad sea en
el fondo una confesión de debilidad? Ciertamente, el ser
humano pretende, a través del conocimiento, controlar
sus circunstancias; no existe un conocimiento
desinteresado, por lo menos no a largo plazo. La propia
curiosidad ya es un rasgo adaptativo. Necesitamos saber
para sobrevivir, para ser competitivos, y eso por más
que ese afán pueda sublimarse extraordinariamente y, con
las necesidades cubiertas y la vida asegurada, se llegue
a olvidar el propósito último tras el conocer. Pero, por
más que lo olvidemos, sigue ahí, impulsando a otros,
generación tras generación; de hecho, eso que está bajo
el impulso al saber es lo que homologa sus resultados:
tiene que ser útil, aplicable de alguna forma. De una
absoluta no aplicabilidad no tendría sentido
decir que fuera "verdadera". Por otro lado, un ser que
estuviera plenamente por encima de toda preocupación, de
toda menesterosidad (¿Dios?), no necesitaría saber nada.
No pensaría, ni querría conocer. ¿Para qué? Donde no hay
problemas que resolver no surge la inteligencia, que es
siempre (como la curiosidad, de la que es hermana) una
característica adaptativa. El anhelo de comprensión, la
búsqueda de explicaciones, es la medida de lo que
no somos, de nuestras aspiraciones insatisfechas;
el ideal sobre el que medimos nuestras deficiencias y
nuestra insatisfacción. Por eso, lo que valdría para un
hipotético ser todopoderoso, irónicamente vale también
para los seres humanos más elementales, aquellos tan
inconscientes de sí mismos, tan volcados en la pura
exterioridad inmediata (como los propios animales), que
no quieren saber nada. [3/9/2021]
VIVIR EN EL DESARRAIGO
La transformación de lo humano en el siglo XXI
Empieza a leer
Nos hallamos en un momento decisivo de nuestro
desarrollo como especie; no un momento simplemente
histórico, por tanto, sino incluso evolutivo. Un
interregno de cambios vertiginosos y de crisis de
inmenso alcance, que amenazan como nunca antes
nuestra existencia y hacen presagiar la
transformación del ser humano como tal en otra cosa.
Por eso la humanidad, que siempre se ha preguntado
por su propia naturaleza y propósito ‒ya sea de
forma religiosa, artística o filosófica‒, parece
recuperar una adormilada preocupación por lo que es
y lo que quiere llegar a ser; por la dirección en
que quiere encauzar los gigantescos e irreversibles
procesos de cambio en que está inmersa, y tras los
cuales el futuro inmediato se muestra oscuro y
difuso, tras espesas nieblas de incertidumbre.
D. D. Puche
Grimald Libros
Ensayo
(Filosofía, antropología, ciencia y tecnología)
251 páginas
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