PENSAMIENTO EXDUCTIVO Y MÉTODO TOPOLÓGICO
Una nueva aproximación a una antigua forma de pensar (3 de 7)
29-10-2024
[Lee la 1ª parte]
[19] Lo primero
al encarar un “problema filosófico” ‒un
problema referido a lo real en cuanto tal (ontología) o al
mundo en general (metafísica)‒ es localizarlo en el
nivel topológico adecuado. Centrándonos ahora específicamente en lo relativo al
mundo como sistema, el problema es ¿cómo diferenciar los tres subsistemas
que lo componen? ¿Cuáles son sus rasgos esenciales, o lo que es igual, sus criterios
de delimitación? No pretendo ser exhaustivo; las indicaciones más básicas son
las siguientes:
[20] Se ubican en
a) la NATURALEZA HUMANA (y pertenecen por ello a la arqueosofía) todas las
cuestiones relativas a lo constitutivamente pasado en nosotros, a
lo “pre-histórico” y atávico que, sin embargo, retorna una y otra vez y
ejerce una fuerte influencia en nuestro modo de sentir, pensar y actuar
“actual”, interfiriendo de algún modo con lo “cultural”
(antroposistémico) al evocar lo “arcaico” en el ser humano que se resiste
a desaparecer. La confusión con lo biológico, o sea, con lo “genético”,
“instintivo”, “hormonal”, “neurológico”, etc., es inevitable y da lugar a inacabables
discusiones; pero la “condición humana” es en realidad puro sedimento antropológico
depositado sobre nuestra existencia como un hábito profundo, reproducido
ontogenéticamente desde la infancia a través de medios de transmisión
culturales (míticos, simbólicos y rituales, y esto con independencia de que se
hayan secularizado por completo, y así, perdido eficacia), cuya intensidad
y perduración dependen, eso sí, del grado en que sus representaciones mentales
se muestren idóneas para activar los circuitos cerebrales del placer ‒que exigen repetición‒
hasta conformar una “segunda naturaleza”. Ésta es la base material de lo
que el psicoanálisis entiende como el “inconsciente”, del mismo modo que la consciencia
queda del lado de lo explícitamente histórico-cultural, del antroposistema “presente”
al que uno pertenece. Dicho “inconsciente” no es una manifestación de la
biología humana, la cual es objeto exclusivo de las ciencias (bioquímica,
genética, medicina, neurociencia, etc.); antes bien, es algo que circula por canales
culturales, pero produce efectos muy específicos en el cerebro: un complejo
de representaciones heredadas que remite a una normatividad “hoy”
culturalmente obsoleta, a unos valores propios de otro tiempo, a unas
relaciones sociales caducas, que pese a ello nos siguen interpelando por
su potente capacidad de estimulación
de las citadas áreas de nuestro cerebro (lo cual podría deberse al valor
adaptativo, a la importancia que demostraron en otro tiempo para la
supervivencia, en condiciones más próximas que las actuales a las del
desarrollo filogenético del propio cerebro, que por ello mostraría una singular
receptividad hacia las mismas).
Así es como tales representaciones perviven entre nosotros como lo
mitológico (un pasado “no-histórico”, irreal, pero igualmente influyente) de
lo que nunca terminamos de escapar, pues despierta satisfacciones que lo
presente a duras penas puede igualar, y es por eso la principal fuente del
sentido de la existencia ‒que radica en la
repetición de lo antiguo, de los “valores primigenios”‒. Evidentemente, se puede negar tal eje
vital, se puede ir conscientemente contra él (“secularización”), pero ello
aboca o a sustituciones siempre menos eficientes de cara a la
organización significativa de la vida o, simplemente, al sinsentido, al
nihilismo que niega todo propósito de la misma y la aboca a la desesperación.
[20] Observación
#6. Este estrato del mundo, insisto, no comprende nada en sí mismo biológico, aunque
se vincule con ello ‒es naturaleza simbolizada‒, y su estudio, forzosamente
interpretativo, corresponde a la filosofía (que se sirve de ciencias
como la mitografía, el estudio comparado de las religiones, o incluso de los
hallazgos válidos del propio psicoanálisis). Pero las posturas culturalistas
hoy predominantes en las ciencias sociales y humanas (las cuales sostienen que lo
biológico no afecta en absoluto, o prácticamente nada, a la identidad y la
conducta humanas, que son productos exclusivos de la educación) confunden ambos
niveles, y al negar todo papel de lo biológico ‒lo cual ya es de por sí un error‒, niegan asimismo que haya semejante “condición humana”, al considerar
que todo rasgo conductual humano es el resultado de la influencia ambiental
presente, más allá de la que ni saben ni quieren ver. Para el
culturalismo, preso de sus presupuestos políticos (que no científicos), todo
rastro del pasado es una construcción del presente, inculcado “hoy” por
el statu quo con fines de control social (es una “forma de dominación”),
y por tanto es ideológico. Todo lo es, de hecho, salvo el propio
discurso culturalista, que es el único “emancipatorio” y por ello está sobre
toda verdad científica, siempre al servicio del “poder establecido”. Pero este planteamiento,
naturalmente, no es más que un disparate, una moda teórica iconoclasta que
sirvió a un par de generaciones de intelectuales para medrar en el contexto
contracultural del posmodernismo, y cuyas consecuencias académicas, educativas
y sociales han sido nefastas. Y, sea como sea, no se debe confundir lo mitológico
con lo ideológico, porque son cosas diferentes en su origen y efectos
sistémicos. En cualquiera de los casos, puede que el culturalismo tenga razón
en algo, pero sin haberlo entendido nunca bien del todo: hace ya mucho tiempo,
en efecto, que el ser humano es el fruto de la selección artificial
(“construcción cultural”) más que de la natural (“adaptación biológica”); pero
lo que el culturalismo se empeña en ignorar es que la selección artificial,
tanto en el caso humano como en el de cualquier animal o vegetal criado o
cultivado, lo que selecciona son genes, o sea, algo objetivamente
biológico. Así pues, somos “ganaderos” de nuestra propia especie, y
mientras ignoremos esto no podremos cambiar nada mediante atajo alguno. Esto sirve
para delimitar con precisión la “naturaleza humana” (bio-cultural) del terreno
de lo estrictamente cultural (transmisión en exclusiva ambiental).
[21] Podemos localizar
en b) el ANTROPOSISTEMA (o sea, que corresponden a la ecosofía) las cuestiones
relativas a lo que el ser humano hace en la historia y que, como tales,
son experimentadas como “el presente” o recordadas como un pasado empírico y
más o menos datable en el tiempo, a diferencia del pasado mitológico, que
siempre ha acaecido in illo tempore. Naturalmente, ambas modalidades del
pasado pueden confundirse ‒por no hablar de que el ser
humano no siempre es consciente del “paso de la historia”‒, e históricamente esto ha
sido lo habitual, de hecho, por lo que la distinción de ambos estratos era a
veces casi imposible; pero la racionalización del pensamiento tiende por sí
sola a separarlos, y desde la Ilustración del siglo XVIII esto se ha venido haciendo
de forma sistemática, con importantes progresos debidos al nacimiento de la
ciencia histórica como tal y de la filología en el siglo XIX, y los avances
posteriores de otras (sub)disciplinas “reconstructivas” como la arqueología, la
antropología, la paleontología, etc., especialmente ya en el siglo XX. Esas
confusiones, así pues, entre la temporalidad cíclica (lo simbólico que remite
a lo primigenio y se repite siempre igual) y la lineal (lo empírico que,
siempre nuevo, se va acumulando) pueden persistir en la mentalidad natural,
pero ya no en la científica.
[22] El
antroposistema constituye lo “estrictamente cultural”, esto es, el resultado
de la transmisión intergeneracional de contenidos relativamente conscientes y
explicitables ‒ya sean conocimientos, habilidades
o normas‒.
En general, se trata de hábitos y costumbres, de “modos de vida” que, en la
práctica, se mezclan con los rasgos mitológicos vistos antes, en combinaciones
extremadamente difusas, pero que son diferenciables por el pensamiento. Es un territorio
donde impera la funcionalidad, la adaptación al (y del) medio, con el que
los colectivos humanos organizados han de mantener un equilibrio dinámico ‒o sea,
constantemente
corregido‒, frente a la intransigencia
simbólica de la naturaleza humana, “obsesionada” con la repetición del
pasado, aunque hayan cambiado completamente las circunstancias; la condición
humana no atiende al paso del tiempo, no es capaz siquiera de reconocerlo.
[23] Podemos dividir el antroposistema,
desde su “exterioridad” (contacto directo, y por tanto material, con el
ecosistema) a su “interioridad” (elementos más alejados de ese contacto, y por
ello más sublimados), en tres subsistemas: i) el tecno-económico
(base material productiva y distributiva), ii) el sociopolítico (organización
interna y régimen normativo) y iii) el psico-ideacional (vivencia subjetiva de
las anteriores relaciones y producción simbólica e intelectual). Es en este último
subsistema ‒a menudo tomado erróneamente
como “la cultura” a secas, al margen de sus relaciones topológicas‒ donde se producen las formas de pensamiento que
normalizan el antroposistema en su conjunto; que asumen su estado actual
como perenne (al revés que la naturaleza humana), como lo que “siempre ha
sido así y siempre lo será”, porque expresa unas “relaciones inevitables” entre
sus componentes; y de este modo se hace pasar cierto statu quo, unas
relaciones de dominio coyunturales, por algo necesario. Esto es a lo que
propiamente podemos llamar ideología.
[24] En lo
tocante a la ideología, y para evitar dos habituales y graves errores teóricos,
hay que decir que: 1) no toda relación social es una relación de poder
devenida (y por ello modificable), o sea, un “constructo cultural”, pues
las hay que tienen su origen en la propia biología humana, que permea lo social
por mecanismos genéticos y neurológicos; en otras palabras, lo cultural modula
en gran medida lo biológico, pero tampoco puede erradicarlo. 2) No se
debe confundir lo ideológico, que expresa unas relaciones de dominio históricas,
con lo mitológico, que es siempre anterior a la configuración de las mismas y
que plasma, en todo caso, las relaciones de dominio de antroposistemas pretéritos
que son evocadas como un “estado añorado” de la existencia (el Edén, lo
idílico, la ingenuidad anterior a la corrupción, etc.) en el que se deposita el
sentido (la plenitud, la felicidad) que las relaciones humanas “actuales”,
precisamente, no proporcionan. Teniendo esto en cuenta, evitaremos confundir ambos
subsistemas.
[25] Ubicaremos
en c) lo IDEAL (y son, así pues, asunto de la ideosofía) aquellas cuestiones concernientes
a los ámbitos del conocimiento y la normatividad que sólo son accesibles
a partir de un grado de desarrollo suficientemente alto del antroposistema (una
“cultura” lo bastante “sofisticada”), pero que encontramos como “estando ahí”
con antelación e independencia del mismo, como algo que no es producto suyo
‒como sí lo son, p. ej., las
formas de organización política o las expresiones artísticas o las creencias
religiosas‒, sino que lo trasciende
en una dirección que es tanto suprafísica (por encima de la naturaleza y de
nuestra propia biología) como supracultural, es decir, resultados en los que todas
las culturas, llegado cierto momento, terminan convergiendo. Algo a lo que
podríamos llamar, por tanto, “metafísico”: lo relativo al mundo en cuanto
mundo, y ello tanto desde el punto de vista objetivo de lo pensado
como desde el punto de vista subjetivo de la racionalidad con que pensamos
tal concepto (aquí “subjetivo” no quiere decir “psíquico” ni “particular”, sino
lo relativo al “sujeto cognoscente” considerado de forma universal y abstracta).
[26] Lo que hallamos en este
“reino de lo ideal”, en el dominio de la racionalidad liberada de las
obligaciones materiales ‒la de las “clases intelectuales”
que pueden permitirse tal actividad, la “ciencia de los hombres libres” de
Platón‒, es un plano de relaciones
abstractas que no tienen por qué verse reflejadas en lo real y práctico,
pero que constituyen sus condiciones de posibilidad. Éstas conforman la
legalidad misma que rige el universo material (leyes puras y naturales), la
cual puede verificarse deductiva o empíricamente, y en este segundo caso, de
forma inductiva o hipotético-deductiva; el descubrimiento progresivo de dicha
legalidad es la historia misma de la ciencia. Pero también puede tratarse de la
legalidad de la conducta que conduciría a una armonía entre las voluntades de
los seres inteligentes (leyes morales); una legalidad no necesaria ‒pues podemos desobedecerla‒,
que además choca con la singularidad y el interés propio de cualquier forma de
vida. No obstante, esa legalidad persiste como tal ideal (el “deber”), planteándonos
una exigencia de diferente tipo que la material; “interpelándonos” de algún
modo. No nos muestra cómo somos (tarea de la ciencia), sino cómo deberíamos
ser (tarea de la moral), y ello no desde un punto de vista adaptativo,
pragmático, utilitario, etc., sino en función de un concepto de armonía
universalizable que es ontológicamente anterior a nuestra propia especie; algo
que no se crea, sino que se descubre, y ello mediante el pensamiento
exductivo: pues no puede demostrarse, y siempre será tachado de “ilusorio” por
muchos ‒precisamente por su carácter inmaterial,
que no quiere decir en modo alguno irreal‒,
pero se va revelando como exigencia histórica a medida que las
condiciones materiales de vida crean márgenes para hacerlo posible; a medida
que cada vez más individuos pueden, mediante la educación y la cultura, conocer
esta región ideal ‒pero no porque tal transmisión cultural
“construya” su contenido, que entonces será el de una cultura particular (“ideología”,
“adoctrinamiento”, etc.), y en tal caso terminará siendo reconocido como tal y
superado en favor de la universalidad exigible por la razón‒. Por ello, el cumplimiento de semejante exigencia se
muestra esencialmente futuro, algo que puede llegar a realizarse
históricamente o no; que acontece en el tiempo lineal “desde fuera”, sin ser “ni
de esta época ni de ninguna”, y por ese motivo resulta por lo general irreal y
utópico. Pues bien, esto que la razón piensa como algo “eterno” es lo genuinamente
filosófico, que sirve de medida para la crítica de lo mitológico
y lo ideológico; desde ahí se establecen los fines racionales que
cuestionan el sentido heredado (por lo que tiene de contingente) y la normatividad
del propio antroposistema (por lo que tiene de particular). [Continuará en breve]
>>Keywords: Metodología filosófica, Topología, Materialismo, Operaciones intelectuales, Naturaleza humana, Antroposistemas, Idealidad, Exducción.
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