Las intensiones de la materia
Quizá el “gran tema” al que la filosofía debe aún intentar dar una formulación adecuada, el problema heredero de las cuestiones tradicionales de la metafísica ‒el más acuciante de todos ellos, en cualquier caso‒, sea el de cómo la organización de la materia en progresivos niveles de complejidad llega a dar lugar (en el nivel psico-cultural) a intensiones de la realidad objetiva, cuyo “soporte” o “sustancia” es evidentemente la propia materia ‒negar esto es, simplemente, religión‒, pero cuya estructura y funciones no parecen poder deducirse en absoluto de aquélla. Esta región ontológica del “espíritu” acontece en lo material, no más allá o independientemente de ello; y, desde luego, ni lo produce ni rige su comportamiento. Pero el hecho mismo de que exista y pueda albergar la autoconsciencia, e incluso una reorientación finalística de sus propias causas (¿se da, o es una ficción en nuestro modo de captarla?), debida a la inteligencia, no deja de ser algo que se nos plantea todavía como un misterio. Es el problema de conjugar la libertad y la necesidad, que planteaba la filosofía moderna, y singularmente el idealismo; es el problema de articular lo particular y la totalidad, como lo enunció Schelling. A estas alturas, no tiene ya sentido alguno el delirio antimaterialista de ciertas filosofías, que padecen un evidente complejo de inferioridad frente a la ciencia; pero el más serio idealismo, bien entendido, puede ser reubicado en lo material.
¿Qué es, cómo es esa intensión de lo objetivo que se percibe a sí misma como subjetividad? ¿En un universo entendido en términos materiales, qué tópos queda para ella, si hemos de comprenderla sin mistificaciones, ni delirios sustancialistas o particularistas, ni escapadas teológicas, ya sean religiosas o seculares? Éste es el problema… Y, si algo así existe, y no es una falsa autopercepción de una materia totalmente determinada que se cree libre (entre otras cosas, por su limitada experiencia del tiempo), ¿es explicable en términos cuantitativos, se puede asimilar al comportamiento del resto de los fenómenos naturales, o les es radicalmente heterogéneo? Pues lo que no se puede dar por hecho acríticamente ‒sería un voluntarismo inadmisible‒ es que exista algo, un ámbito de lo real, que es puramente cualitativo (un imperio dentro del imperio de la naturaleza), así, sin más justificación; de eso, de su afirmación como un factum obvio, vive gran parte de la filosofía contemporánea, en realidad mala metafísica que cree haber superado la metafísica ‒¡la metafísica no se “supera”!‒ por haberla confundido con la ontología y negar, en el culmen del extravío intelectual, ambas a la vez.
Pero esto, así dicho, ya resulta confuso; necesita una expresión mejor. Es lo que he intentado hacer en Vivir en el desarraigo, pero no es aún suficiente.
D. D. Puche
21/03/2021
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