PENSAMIENTO EXDUCTIVO Y MÉTODO TOPOLÓGICO
Una nueva aproximación a una antigua forma de pensar (5 de 7)
D. D. Puche Díaz
7-9-2025
[Lee la 1ª parte]
[35] Una vez llevado
a cabo este trabajo de fundamentación ‒o más bien dejado planteado‒, corresponde examinar las tareas ligadas a 3) la REFLEXIÓN,
con las que la filosofía debe intentar acotar o categorizar la realidad y, como
algo en ella, también el mundo. Esas operaciones de categorización (“segmentación”
de aspectos o relaciones de objetos) proporcionan el marco teórico ‒habitualmente implícito‒ dentro del cual pensar,
esto es, producir conceptos ajustados a “objetos” más o menos concretos,
teniendo siempre en cuenta que no se trata de lograr el conocimiento efectivo
de los mismos (tarea de las ciencias), sino de establecer sus condiciones de
posibilidad gnoseológicas. Es en este momento teórico donde las diferentes
filosofías despliegan sus correspondientes sistemas categoriales, que las
caracterizan tanto como sus intentos de fundamentación última; pero son dichos
sistemas los que establecen su “praxis teórica” y su “efectividad intelectual”,
mucho más que esos intentos, de modo que este momento es particularmente
delicado. Tendríamos que ver ahora, consecuentemente, el desarrollo categorial del
método topológico. No obstante, no es eso lo que voy a exponer; se me tendrá
que disculpar que deje esa exposición para otro momento y que me dedique en
esta ocasión al examen de los procesos generales de pensamiento que
conducen a la obtención de dicho marco; que subyacen, de hecho, a todo sistema
gnoseológico. Mencionaré tan sólo las categorías indispensables para la
exposición del asunto, y abordaré el resto ‒necesarias
para todo ulterior desarrollo ontológico‒
en un próximo escrito.
[36] El
pensamiento humano es sensible y finito, lo cual quiere decir que depende de la
información brindada por los sentidos (y está sujeto, en principio, a
las limitaciones de éstos, incluida su adaptación evolutiva al espacio
tridimensional euclídeo) y que no tiene acceso intelectual directo a ninguna
realidad absoluta, sino que es siempre discursivo. Así pues, tiene un
límite “inferior”, su dependencia de estímulos exteriores que le proporcionen
un contenido que pensar; y otro “superior”, su incapacidad de construir
conceptos que no correspondan a contenidos posibles de la experiencia sensible,
salvo que se trate de formas puras que pueda intuir al margen de
todo contenido empírico, como es el caso de las matemáticas y la lógica.
[37] En el
proceso cognitivo humano, los sentidos reciben una serie de estímulos ‒ya sean externos o internos‒ que por sí solos no
conforman aún conocimiento, pero que constituyen su materia (la sensación),
la cual todavía ha de ser procesada por nuestro aparato sensoperceptivo. Cuando
el cerebro procesa dichos estímulos, organizándolos tanto espaciotemporalmente como
respecto a otros de sus parámetros (ubicación, movimiento, dirección,
distancia, relación con el propio cuerpo, etc.), tenemos la percepción efectiva
del objeto, que todavía es precategorial. Una vez producida esta percepción, representación
inmediata del objeto, el cerebro puede aislarla del contexto en que se ha generado
y preservarla como una imagen, reproducción de aquélla que es almacenada
en la memoria (como recuerdo) y utilizable, a partir de ese momento,
como materia para producir nuevas representaciones (fantasías, sueños,
delirios, creaciones artísticas, etc.) de forma más o menos arbitraria por
parte de la imaginación. También puede asociarse con la capacidad volitiva en
cuanto deseo o miedo, ya sea anticipación de un posible placer o
dolor, respectivamente (y, por tanto, produciendo atracción o repulsa y las
consiguientes conductas afines). La imagen es una representación aislada
(forma) que sirve a cualquier animal ‒con
un sistema nervioso suficientemente complejo‒
para el posterior reconocimiento del objeto según los parámetros de su
percepción originaria. Pero, en el caso del ser humano, el entendimiento puede
subsumirla bajo un concepto (abstracción) para producir una representación
mediata del objeto, la cual ya sí es categorial.
[38] Hemos visto sucintamente
el origen de las imágenes, pero tenemos que ver ahora, desde el lado opuesto, el
proceso de formación de los conceptos. Éstos pueden ser obtenidos mediante a)
un proceso puramente formal, esto es, ser de origen deductivo; b) un
proceso empírico, o sea, ser de origen inductivo; o c) un proceso
reflexivo y, por tanto, ser de origen exductivo. Todo esto al margen del
modo en que el ser humano haya desarrollado evolutivamente una inteligencia
capaz de crear y emplear conceptos, proceso en el cual, sin duda, la
generalización a partir de casos particulares, por comparación (inducción), es
anterior a los demás modos de producción de conceptos; pero el caso es que,
cuando la inteligencia alcanza una capacidad de abstracción lo suficientemente
elevada, descubre otras fuentes de las que extraerlos que, por así decirlo, “ya
estaban ahí” (es decir, penetra en el territorio de lo ideal). Sea como sea, el
primer tipo de conceptos conlleva, en su modo de uso ‒y
debido a su proceso de formación‒, entrar en relaciones de
carácter necesario; el segundo, de carácter probable; y el
tercero, de carácter hipotético. Por lo tanto, tenemos que someter a
consideración dichas relaciones en que entran los conceptos con una determinada
materia o contenido a la que sirven de forma; y ello implica hacer un bosquejo
del espacio lógico, o lo que es igual, del “espacio” de articulación de
unos conceptos con otros en sistemas complejos que responden a una legalidad
(la esfera del lógos o idealidad).
[39] En el espacio lógico encontramos
relaciones entre conceptos de diferentes tipos. Este territorio de lo ideal, de
lo racional puro, es el “mundo inteligible” de Platón, pero debe ser
considerado como el ámbito de las relaciones abstractas posibles ‒con independencia de todo contenido concreto‒ que dotan de legalidad a la realidad. Nosotros ponemos el
concepto, del modo en que quiera que lo hayamos obtenido, para examinar a
continuación en el espacio lógico su relacionabilidad con otros en
función de sus determinaciones (ya sean formales o reales). Los conceptos,
naturalmente, no “existen” fuera de nuestra capacidad abstractiva, pero, aunque
aceptemos que “se dan” (idealmente) fuera de nuestras mentes, lo hacen
únicamente como relaciones posibles entre elementos que, a su vez, serán
formales o materiales. Explorar el espacio lógico supone comprobar que la densa
red conceptual producida por la cultura (experiencia colectiva) humana también puede
organizarse según esa legalidad ideal; no podemos entender lo ideal al
margen de los contenidos que nosotros mismos le proporcionamos para “ponerlos a
prueba”. Por eso se ha llegado a pensar erróneamente que esos contenidos
“están ahí” antes que nosotros, cuando lo único que “está ahí” es la sintaxis
pura (lo formal en sí mismo, como lo son las matemáticas) a la que ha de
someterse todo concepto, ya sea puramente ideal o correlato de lo material.
Pero como requerimos conceptos para dotar de contenido pensable a este
espacio, partamos en todo momento de ellos como herramientas para “desplazarnos”
por él.
[40] Los conceptos entran,
básicamente, en dos tipos de relaciones entre sí, que constituyen dos de los
ejes en que nos desplazamos por el lógos. Tenemos A) un eje “vertical”,
en el cual los conceptos entran en relaciones meramente lógicas de
clasificación (género-especie), y B) otro eje “horizontal”, en el cual entran
en relaciones ontológicas de enlace con otros conceptos, las cuales
deben responder a la composibilidad de sus respectivas notas. En el eje
vertical realizamos operaciones de diaíresis que se mueven entre
conceptos de extensión mayor o menor al dado (géneros y especies), en la escala
a la que éste pertenezca, con el fin de clarificar su tópos lógico en
relación con otros (“definición”) o cualquier rasgo que, de modo formalmente
necesario (no contradictorio), ha de corresponderle ‒lo cual es un trabajo puramente analítico‒. En el eje horizontal realizamos operaciones de symploké,
de enlace de conceptos entre los que no hay una conexión a priori, sino que se
da una relación de subsunción no genérica, ya sea ésta meramente posible, fáctica
o materialmente necesaria (es decir, que le corresponde una intuición).
“Material” aquí no quiere decir “empírico”, sino únicamente que el concepto es
enlazado con algo fuera de él; es subsumido o se le subsume algo que no podría
deducirse a priori de éste, en ningún grado de proximidad ‒como sí ocurre en el eje vertical‒, con independencia de que ese “algo” sea otro concepto o un
objeto efectivamente empírico. Éste es un trabajo, por tanto, sintético,
que cuenta siempre con la eventual conexión con un objeto en general, se dé
éste o no. Tal articulación de conceptos “muestra” un objeto cognitivo nuevo,
ya sea concreto o abstracto ‒y, exista o no dicho objeto, para
ese ensamblaje conceptual ha de ser posible pensar un objeto en general,
sea éste imaginable o no‒, lo cual exige que las notas de
dichos conceptos sean composibles entre sí. Deben serlo en primer lugar
según relaciones matemáticas, que establecen una necesidad universal; y después
en los sucesivos órdenes de composición material que se piensen, en cada uno de
los cuales irán apareciendo nuevas formas de necesidad “regional” (leyes
necesarias para un nivel de organización, pero no para los anteriores, y que,
además, resultan ser así, pero podrían haber sido de otro modo, no como
las matemáticas).
[41] Los enlaces horizontales o
sintéticos, así, constituyen relaciones de subsunción que ponen un concepto
bajo otro (pudiendo repetirse esta operación tantas veces como sea oportuno) o,
finalmente, un objeto bajo un concepto. Si bien denomino a estas síntesis
“materiales” ‒y por ello “ontológicas”‒, pues el concepto enlaza con “algo otro” que no se puede
deducir lógicamente de él, sólo a las que son, además, “empíricas” les
corresponde un objeto real. Ese carácter “ontológico” ‒empírico o no‒ implica que el pensamiento finito
debe salir de sí mismo (y, por tanto, que el espacio lógico, el reino de lo ideal,
“desemboca” inevitablemente en la naturaleza, en el territorio de lo real,
y de ahí el problema metafísico de las condiciones de correspondencia a
priori entre ambos que vimos al hablar del problema de la fundamentación) y combinarse
con imágenes, cuyo origen en percepciones inevitablemente remite a la
materialidad (materia/energía y espacio/tiempo). Pueden darse, obviamente, sucesivas
subsunciones de concepto y objeto que forman en el espacio lógico conceptos ‒a secas‒ de orden mayor, los cuales
pueden ser subsumidos bajo otros, de los cuales constituyen su materia,
y así es como se construye el orden real en el propio espacio lógico para su
conocimiento formal. Mientras tanto, hay relaciones matemáticas que
son intuibles más allá del propio aparato sensoperceptivo humano y, por tanto, más
allá de toda materialidad, lo cual es pensable sólo en términos estrictamente
formales. Por eso los conceptos
matemáticos son construibles de forma pura, pero los de niveles
sucesivos no, ya que éstos requieren una posición (nueva en cada nivel) de
materialidad que introduce variables nunca agotables.
[42] La certeza es la intuición
de una conexión necesaria entre elementos formales, lo cual incluye
tanto operaciones según la legalidad lógico-matemática como relaciones abstractas
entre conceptos (la intuición ya es la captación inmediata de relaciones
formales, anterior a todo pensamiento discursivo, pero sin la conciencia de sí
misma que acompaña a la certeza). Como los conceptos pueden estar formados a su
vez por otros, en sucesivas relaciones “horizontales” de subsunción o enlace ‒que comprenden elementos materiales, y hasta empíricos‒, las cuales luego pueden entrar también en relaciones
“verticales” de clasificación, ello significa que podemos tener certeza de
determinadas relaciones formales en las que entra en juego un componente
empírico. De ahí la distinción entre: a) intuición categorial,
totalmente abstracta, validadora de procesos puramente deductivos, relativa a “formas
inteligibles”; b) intuición precategorial, estrictamente
perceptiva, lo cual es posible porque en la percepción están ya presentes
elementos formales no conceptuales (proporciones, equivalencias, secuencias,
etc.), o sea, “formas sensibles”; y c) intuición empírica, que relaciona
a priori conceptos inseparables de la referencia, directa o indirecta, a una
posible imagen ‒hablando rigurosamente, habría
que llamarla “intuición categorial empírica”‒. Mientras que la intuición precategorial es inconsciente
y se da como conocimiento “implícito”, a menudo presente en conductas prácticas,
las intuiciones categoriales (tanto pura como empírica) son perfectamente
conscientes y conocidas “explícitamente”, y por lo general son solamente teóricas;
por eso aquélla es accesible incluso a otros animales ‒los
cuales, naturalmente, pueden mostrar tales intuiciones, pero nunca
explicarlas ni comunicarlas‒, mientras que éstas son
patrimonio exclusivo del ser humano, y sólo en este último caso cabe hablar de “certeza”
como tal. (Hay que añadir a lo anterior que lo intuitivo siempre hace
referencia a lo formal, pero lo formal no siempre es intuitivo, o
incluso resulta contraintuitivo, como, p. ej., el espacio no euclidiano o
principios de la física cuántica no son intuitivos para nosotros, y por ello su
conocimiento es una laboriosa y tardía construcción estrictamente discursiva.)
[43] En cualquier caso, la
certeza asociada a una intuición empírica lo será siempre de la relación
formal de ese contenido con otro, nunca de su existencia como tal, que no
es un “contenido” que se pueda enlazar con un concepto, sino la posición
en sí de “algo” ‒materialidad pura‒ con anterioridad a todo concepto. “Existir” no es un
concepto que se oponga a otro género opuesto de cosas, el “no existir”. A
esto se puede objetar ‒y se ha hecho históricamente‒ que la certeza de una relación formal puede
unirse a la certeza ‒que habría que añadir a lo visto
en el punto anterior‒ de la existencia de un
objeto (“certeza material”) para dar lugar a un conocimiento empírico absolutamente
indubitable, por encima incluso del conocimiento científico, que es falible y
provisional; o por encima del propio de una filosofía que reconoce ‒así lo hago yo‒
su saber como meramente reflexivo (discursivo, por relación entre
conceptos). Sin embargo, no hay que caer en esta confusión: la certeza siempre
lo es de que algo existe o de una relación formal entre propiedades ‒las de uno o más objetos‒, pero ambas certezas (material y formal) han
de obtenerse por separado (una por la percepción y otra por el
entendimiento), y nunca deduciendo la una de la otra (lo cual es
imposible). Asunto totalmente independiente de este de la certeza, pero es
pertinente mencionarlo aquí, es el de la realidad o apariencia de
los objetos, par categorial que remite a la posibilidad de enlazar sus
conceptos ‒proporcionen éstos certeza alguna
o no‒ con una determinada materia
cuya existencia es constatable. No cabe aplicar estas categorías, por ello
mismo, a lo puro (matemáticas y lógica), precisamente porque no es “real”, sino
“ideal”.
[44] Si las relaciones de clasificación (género-especie) dan lugar al
concepto como definición de algo (“esencia”), que permite ubicarlo
topológicamente, las relaciones de subsunción entre conceptos de iguales o diferentes
niveles materiales dan lugar al par categorial, también pertinente ahora, de sustancia y accidente (aquello
que, para el objeto correlativo al concepto en cuestión, constituye su sustrato
de determinaciones, frente a cualesquiera otras, que dependerán de éste en
cuanto modificaciones suyas). La primera relación es, desde el actual punto de
vista, puramente formal (lógica), habiendo quedado reducido todo componente
material a una total abstracción y siendo ya indiferente; la segunda relación
sí comprende una necesaria referencia material (ontológica), aunque esté
todavía indeterminada. Sea como sea, en ambas direcciones del espacio lógico se
da una indicación acerca de la consistencia de un objeto posible de un
determinado nivel. Estamos así, con esta operación metodológica de reflexión,
ante un nuevo giro en la relación materia/forma, por el cual el anterior par
materia-forma que definía un nivel topológico es ahora el contenido “en
bruto” de la infinidad de conceptos que describen la ilimitada riqueza y
diversidad que encontramos en éste. Tanto la clasificación lógica de un
concepto como el conocimiento ontológico de un objeto posible remiten a dicho
contenido como su condición de posibilidad, tanto genérica (límites) como
sustancial (sustrato real); un contenido al que toda jerarquización (vertical) o
subsunción (horizontal) de conceptos remite en última instancia como la materialidad que le sirve de base. [Continuará en breve]
>>Keywords: Topología, Materialidad, Idealidad, Reflexión, Percepción, Imagen, Concepto, Categoría, Análisis, Síntesis.
>>Suscríbete a Caminos del lógos o añádelo a la pantalla de inicio de tu móvil (⋮) para no perderte próximas publicaciones.
>>Suscríbete a Caminos del lógos o añádelo a la pantalla de inicio de tu móvil (⋮) para no perderte próximas publicaciones.
Nuestros libros & revista
Entradas recientes
EL ÍNDICE DE TdM
25/8/25
En la anterior entrada adelantaba la inminente publicación de mi nuevo libro, Topología del mundo. Naturaleza, antroposistemas y racionalidad (TdM), y ahora les propongo echar un vistazo al interior. Lo que hago en esta obra es exponer de forma sistemática los resultados de mis principales líneas de trabajo de los últimos años (con mayor dedicación a una [...]
TOPOLOGÍA DEL MUNDO
26/7/25Al término de este verano verá la luz mi nuevo libro, Topología del mundo. Naturaleza, antroposistemas y racionalidad; un tratado filosófico en el que expongo los resultados de una década de investigación. En los últimos cuatro años de intenso trabajo de síntesis y redacción he retomado mis principales preocupaciones teóricas allí donde las dejé en [...]
PENSAMIENTO EXDUCTIVO Y MÉTODO TOPOLÓGICO (4)
13/1/25Tras la localización viene una operación no menos necesaria, que es 2) la FUNDAMENTACIÓN del objeto tratado, esto es, hallar sus condiciones de posibilidad (tanto ontológicas como gnoseológicas) en el nivel topológico que le precede. Se trata [...]
(RE)NACIMIENTO MORAL
23/12/24La Navidad supone para el mundo cristiano ‒prácticamente coextensivo con Occidente‒ una señaladísima fecha por motivos que tienen una raigambre antropológica muy profunda. En cuanto fiesta principal del calendario que es, implica ya de por sí una suspensión del tiempo lineal, de la cotidianidad; una irrupción del tiempo sagrado [...]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Déjanos tu opinión, ¡gracias!