SAGRADO Y PROFANO
En estas fechas de celebración, reuniones familiares y
alegría generalizada ‒a veces un tanto impostada, pero
no cabe duda de que las intenciones son las mejores‒, asistimos a una expresión de lo sagrado. Puede parecer que
está muy diluida en elementos ajenos a tal sacralidad, claramente seculares,
por no decir absolutamente mercantiles; no cabe duda de que toda celebración
religiosa, en un mundo desarrollado, global y multicultural (toda tradición
sobrevive gracias a un mayor o menor sincretismo que absorbe contenidos
locales), pierde su carácter y se vuelve una combinación heterogénea de
factores que borran su propósito inicial. Pero siempre queda un fondo que
justifica su pervivencia, sin el cual, sin duda, hubiera desaparecido tiempo
atrás. Hay un núcleo simbólico que unifica toda esa diversidad de fenómenos. Y
si actualmente celebramos la Navidad y no el solsticio de invierno, las Saturnales
o el Dies Natalis Solis Invicti, no es debido a la “imposición de un poder” (la crítica trivial
que hoy se hace de todo, con lo cual no vale de nada), en este
caso el del cristianismo, sino por su potencia simbólica a la hora de
incorporar todos los otros elementos como parte de una misma narrativa mítica y
de una ritualidad que resultan emocionalmente satisfactorias. La
cuestión es de dónde procede esa satisfacción emocional.
Como
señala Mircea Eliade, lo sagrado es la interrupción del tiempo profano, de lo
cotidiano, continuo y vulgar. Es la irrupción de lo heterogéneo en la anodina
homogeneidad. Y así, es portador de sentido, pues éste se destaca como
lo diferente frente a una serie monótona, que introduce una dirección en
ella. Aunque sólo fuera una ilusión, algo “meramente” psíquico, ya tendría alguna
realidad por los efectos que introduce en el mundo, por las alteraciones que implica
desde el punto de vista de nuestra conducta: pues rompe inercias e inserta
discontinuidades en series lineales. Aparte del tiempo, también hay un espacio
sagrado (como lo son los templos, determinados enclaves naturales o ciudades,
etc.), que señala puntos de referencia absolutos en un universo cada vez más
descualificado; direcciones privilegiadas en un espacio indiferenciado. Pero lo
importante del tiempo sagrado, del tiempo de las fiestas y celebraciones, es
que introduce puntos de referencia y direcciones también ‒aunque sea de forma pasajera‒
en el espacio profano, en el “mundo de la vida”; detiene la rutina y dota a la
existencia de un propósito del que habitualmente carece.
Libros y revista
Del autor de este artículo...
VIVIR EN EL DESARRAIGO
La transformación de lo humano en el siglo XXI
Nos hallamos en un momento decisivo de nuestro desarrollo como especie; no un momento simplemente histórico, por tanto, sino incluso evolutivo. Un interregno de cambios vertiginosos y de crisis de inmenso alcance, que amenazan como nunca antes nuestra existencia y hacen presagiar la transformación del ser humano como tal en otra cosa. Por eso la humanidad, que siempre se ha preguntado por su propia naturaleza y propósito ‒ya sea de forma religiosa, artística o filosófica‒, parece recuperar una adormilada preocupación [...]. Nuestra revista
CAMINOS DEL LÓGOS
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El
tiempo sagrado, como lo es la Navidad, abre así un espacio de conmemoración, de
anámnesis. Pero ¿qué es lo que se evoca? ¿A qué remite esa interrupción
de lo convencional, de lo acostumbrado? ¿En qué radica, por tanto, la
satisfacción emocional de la que hablaba antes? Porque, desde luego, no se
trata de los hechos narrados por el mito ‒en este caso, por el relato del
Evangelio‒, que carecen de rigor histórico
(cuando no son totalmente falsos, están deformados y envueltos en leyendas) y,
en cualquier caso, no producirían esos efectos “sanadores” en nosotros. No. Toda
narrativa religiosa, en su literalidad, es falsa; y, sin embargo, todas
ellas, comprendidas alegóricamente, contienen una imprescindible
verdad. Así pues, ¿dónde hemos de buscarla?
Al
igual que todo acontecimiento, esto es, toda interrupción secular del
tiempo (el “instante privilegiado”, la “revolución” que acumula y condensa el
sentido), remite a un futuro distinto que se ve como preferible, la
conmemoración de lo sagrado nos devuelve a un pasado siempre igual. El
tiempo sagrado es el tiempo de lo originario que renace periódicamente y
renueva la vida ya agotada y exhausta. Es el paréntesis que permite que lo
reiterativo y vaciado de sentido se “llene” de nuevo gracias a una hierofanía.
Así pues, la cuestión que antes planteaba se eleva a otro nivel: nos lleva más
allá de lo psicológico, y del análisis comparado de las religiones y de la mitografía,
hasta lo estrictamente filosófico ‒metafísico‒, para intentar responder a la pregunta por eso
“originario”. ¿Con qué nos religa lo sagrado, de dónde esa necesidad
humana que se traduce subjetivamente en una profunda satisfacción emocional? (O,
por el contrario, cuando no se satisface, en un intenso pero vago y desenfocado
descontento, en una experiencia de desarraigo que acompaña siempre al
sinsentido.) Sostengo que se trata de la naturaleza, de la cual somos
parte, y hacia la que conservamos un hondo anhelo de comunión. Una
naturaleza de la que los dioses ‒desde el animismo al politeísmo,
para luego culminar con el monoteísmo‒ son avatares culturales,
productos históricos de la imaginación; pero una naturaleza en la que, al fin y
al cabo, radica la (rota) unidad esencial de las cosas, de la que
nosotros, como seres vivos autoconscientes, animales culturales cuya inmediatez
vivencial con lo natural se ha quebrado, no podemos dejar de sentir nostalgia
(un melancólico deseo de restauración). Una naturaleza que es, de este
modo, “lo estructurante” de nuestra dispersa existencia; lo cual se refleja en
el trans-fondo siempre ausente de nuestra experiencia que, no por ello, dejamos
de buscar como “trascendencia”.
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