Empieza por el principio: lee Apuntes sobre el ser (1 de 3)
2.1. Llamo ente a todo momento del Continuo, del Flujo; a todo subproceso (en
diferentes niveles de organización) del vasto proceso del ser. Ente es toda aquella región del ser que mantiene
cohesión interna y se diferencia de otras durante un determinado período de
tiempo. Al hacerlo, "retiene" una cantidad
infinitesimal de energía del Todo (que en conjunto ha de permanecer constante), y en función de su consistencia y de su entorno podrá
hacerlo de modo más o menos eficiente, pero llegado cierto momento
‒nanosegundos o millones de años después‒ dejará de existir, esto es, sus componentes perderán cohesión y se
reintegrarán en el Flujo del ser (o un único elemento ya no será capaz de
diferenciarse de ese Continuo). Ahora con Anaximandro, podríamos decir que “se
dan mutuamente retribución por su injusticia [la separación del resto], según el orden del tiempo”. El concepto del ápeiron, en efecto, muy bien puede
comprenderse como el Continuo o Flujo del ser.
2.2. A medida que del ser surgen
formas de organización más complejas, las propias matemáticas a las que
responden se van haciendo asimismo más complejas, cuales “castillos
ontológicos” cada vez más atrevidos. El Continuo se pliega en irregularidades (quanta) que se combinan entre sí, en campos cada vez más intrincados, dando
lugar a todas las formas de materia/energía subatómica conocidas. Con éstas
van apareciendo nuevas formas de interacción y fuerzas (modos de relación de los pliegues espaciotemporales de esos quanta). Se configura así la
realidad en sucesivos niveles n que
no existirían sin los inferiores (más simples) n‒x, pero que no son explicables desde ellos, pues sus relaciones
son cualitativamente irreductibles al constituirse márgenes probabilísticos nuevos. Esa emergencia
alumbra niveles de realidad sucesivos que podríamos llamar ontologías regionales (formas de organización de la materia en las
que n “depende” de n‒1, pero n‒1 no “agota” n). Cada
nivel da lugar a tamaños y duraciones cada vez mayores (tendencia que parece
invertirse con la aparición de la vida),
y se organiza en función de principios nuevos (así, inicialmente, las propias
interacciones fundamentales, y después distintas fuerzas) que se suman a los anteriores
(n‒x); esos principios nuevos delimitan
lo propio de la región correspondiente.
2.3. Los “entes”, como tales “delimitaciones” del Todo,
ex-isten, aunque no son; es
nuestra constitución sensoperceptiva y cognitiva, evolutivamente parte de ese mismo proceso, la que nos hace pensar en realidades subsistentes cuando en
realidad lo que hay es un Flujo de materia/energía del que algunas “corrientes” fluyen “más
deprisa” y otras “más despacio”. Percibimos y pensamos como ente a lo que perdura cierto tiempo sobre
un fondo más estable, a una construcción
ontológica nuestra (que responde, por supuesto, a “algo” que “existe” “ahí”,
a cierta concreción del ser), la cual
delimita una determinada región espaciotemporal, una “solidificación” del
entorno que terminará por revertir a éste.
Todo esto considerado, desde luego, desde un nivel máximo de abstracción, que
nada tiene que ver con nuestra experiencia cotidiana (ni siquiera con la
científica, la mayor parte de las veces), pero que tiene consecuencias sobre
nuestra comprensión última de la realidad.
2.4. Comprendidos desde semejante
distancia teórica, los principios fundamentales que configuran el universo (el
ente en su conjunto, lo único de lo que verdaderamente cabe decir que “es”)
serían los dos movimientos del ser
que lo estructuran, esto es, su actividad (érgon)
propia y constante: a) un movimiento de composición
o síntesis, por el cual las
diferentes fuerzas emergentes hacen que los elementos de su correspondiente
nivel de efectividad se combinen entre sí para formar entes, esto es, persistencias
delimitadas del resto; y b) un movimiento de escisión o disolución por
el cual esas unidades se separan y reintegran en su entorno. El movimiento (a) es
lo que tradicionalmente se ha entendido como el “ser” (un “traer a existencia”),
mientras que (b) es lo entendido como la “nada” (un “dejar de ser”); pero es
importante entender que no son estados
resultantes, sino direcciones del
proceso ontológico global, del Continuo, momentos del ser (en cuyo “nivel cero”,
de hecho, se da una indistinción probabilística
entre ser y no-ser). Al “ser”, en este sentido, da igual llamarlo “la nada”:
ciertamente, es lo que en tales flujos y reflujos nunca se manifiesta como tal;
un océano del que sólo vemos el oleaje. Tenemos, así, un movimiento
particularizador y otro totalizador, respectivamente: uno por el que “nacen”
cosas y otro por el que “mueren”, como lo hará el propio Continuo, la
Asimetría, que en conjunto camina en esa dirección disolutoria, pues no está
perfectamente balanceada en su conjunto (o eso creemos a día de hoy, en base al
conocimiento del que disponemos).
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