Un repaso del debate entre Judith Butler y Nancy Fraser a propósito de las "luchas culturales" y el anticapitalismo en el colectivo LGTBI.Estás en CAMINOS DEL LÓGOS, página web de filosofía y crítica cultural. También es el nombre de la revista digital (ISSN 2659-7489) que publicamos semestralmente. Puedes escribirnos para colaborar en ambas; encontrarás los enlaces más abajo. Del texto, © 2020 Andrés Huergo.
Filosofía y sociedad | Artículos
LA RELACIÓN ENTRE
LO CULTURAL Y LO ECONÓMICO A PROPÓSITO DE LAS LUCHAS LGTBI
LO CULTURAL Y LO ECONÓMICO A PROPÓSITO DE LAS LUCHAS LGTBI
Por Andrés Huergo
Contacta con el autor:
Introducción
A finales de los años noventa, se produjo un
interesante debate entre las filósofas norteamericanas Nancy Fraser y Judith
Butler, a cuento de la relación entre las llamadas luchas culturales del
colectivo LGTBI y las luchas anticapitalistas.
A lo largo de ese debate, se dejaron ver de forma
bastante nítida los perfiles de las diferentes posiciones al respecto, que bien
pueden ponerse en relación con sendos enfoques filosóficos enfrentados acerca
de la ontología social, las relaciones entre lo cultural y lo económico y la
manera de comprender el desarrollo histórico del capitalismo.
En las líneas que siguen a continuación, me
propongo desenredar los nudos principales de esta controversia, deteniéndome a
comentar algo sobre ontología social con el intento de clarificar las
cuestiones.
Redistribución y reconocimiento. Lo económico y lo
cultural
Una de las aportaciones fundamentales de la obra
de Nancy Fraser es la distinción que propone entre la justicia como
redistribución y la justicia como reconocimiento. La redistribución sería el
eje sobre el que gira el reparto de bienes generados a través de la actividad
económica de una sociedad. El reconocimiento sería el eje que articula las
formas de integración de los sujetos en el ámbito de lo que llamamos “cultura”
(que incluye patrones de valor institucionalizados, normas morales, etc.)
La tesis de Fraser es que las luchas de las
personas LGTBI se inscriben dentro de la búsqueda de reconocimiento, pero eso
no significa que sean secundarias respecto a las luchas por la redistribución
de recursos, o que tales luchas constituyan un particularismo injustificado que
estaría lastrando el potencial emancipador de la clase trabajadora. Según el
enfoque de Fraser, los temas de reconocimiento y de redistribución son
fundamentales por igual y conceptualmente irreductibles los unos respecto a los
otros.
Según Judith Butler, dado el carácter material de
los efectos discriminatorios que sufren los gays y lesbianas por parte de la
sociedad, analizar su situación de discriminación en términos de falta de
reconocimiento es un error, pues tal forma de proceder encubre la materialidad
del fenómeno.
De esta argumentación se deduce que Butler
identifica el “reconocimiento” como un concepto que describe un tipo de
relaciones de carácter inmaterial. El problema es que eso es lo que entiende
Butler, no lo que piensa Fraser.
Fraser está de acuerdo en que las discriminaciones
por motivos de orientación sexual tienen un carácter tan material como la
explotación laboral que sufren los trabajadores en el sistema capitalista, pero
rechaza la identificación que realiza Butler entre lo material y lo
distributivo, por un lado, y lo inmaterial y lo cultural, por otro. Fraser
argumenta claramente que: “las normas, significados y construcciones de la
personalidad que imposibilitan que las mujeres, las personas racializadas y/o
los gays y las lesbianas participen de forma igualitaria en la vida social
cobran forma material en las instituciones y en las prácticas sociales, en la
acción social y en el hábito encarnado y, por supuesto, en los aparatos
ideológicos del Estado. Lejos de ocupar un ámbito etéreo y difuso, son
materiales en lo que se refiere tanto a su existencia como a sus consecuencias”
(FRASER 2017/96-97).
Sin embargo, que las discriminaciones por
orientación sexual sean totalmente materiales no equivale a decir que sean
discriminaciones originadas como efecto de causas económicas. Es decir, Fraser
entiende, con buen criterio según me parece, que lo material no es sólo lo
económico sino que incluye todo el campo de lo social y lo real: las
instituciones políticas, las normas sociales, las instituciones educativas, los
códigos de vestimenta, los patrones de comportamiento sexual, etc. Todo ello
sería material puesto que se sustenta, en último término, en entidades
materiales, esto es, concretas y mutables.
Parece que Butler sólo está dispuesta a admitir
que lo cultural es material al precio de proclamar una indistinción total entre
hechos económicos y hechos culturales. Apela para ello a Althusser y a autores
como Raymond Williams y Stuart Hall. Sin embargo, estos autores no negaron que
hubiera una diferenciación de ámbitos de la realidad social: lo que negaron fue
que estuvieran por completo desconectados entre sí o que uno de ellos (la
economía) fuera la causa mecánica y determinista de la existencia del otro (la
cultura).
Butler se apoya también en los análisis
antropológicos sobre el don y el intercambio de mujeres de Mauss y Lévi-Strauss,
respectivamente, para afirmar que la distinción entre lo material y lo cultural
es muy inestable.
El problema es que Butler cree que detrás de la
distinción entre la distribución y el reconocimiento hay una distinción
ontológica entre lo material y lo simbólico-ideal. Sin embargo, la distinción
normativa de Fraser (justicia redistributiva/justicia como reconocimiento) no
se funda en una división ontológica entre lo material y lo ideal (como dijimos,
Fraser piensa que las injusticias por falta de reconocimiento son tan
materiales como las que derivan de una mala distribución). En cambio, sí es
correlativa a una distinción entre lo económico y lo cultural. Según el enfoque
de Fraser, lo económico y lo cultural, además de lo político, son niveles
diferenciados de la realidad social, todos ellos materiales por igual. La
cuestión crucial estriba entonces en la distinción económico / cultural.
Los análisis antropológicos de Mauss y Lévi-Strauss
demuestran, parece ser, que en las sociedades primitivas analizadas
(preestatales y precapitalistas) no existen relaciones específicamente
económicas ni relaciones específicamente culturales. Sin embargo, que esto sea
así, no quiere decir que no podamos aplicar la distinción para la
caracterización de las sociedades capitalistas, en las que sí se produce una
diferenciación de relaciones, debido a la mayor complejidad de las mismas.
El enfoque de Judith Butler, al proponer una total
indistinción entre lo económico y lo cultural, y no diferenciar de forma
sistemática los distintos mecanismos que explican el funcionamiento de la
sociedad actual, termina por anegar por completo todo el espacio social bajo el
aspecto de lo “simbólico-discursivo”, confundiendo lo simbólico, además, con lo
económico-productivo (como se ve, por ejemplo, cuando propone la parodia del
género a través del travestismo o la transexualidad como una forma relevante de
subversión socioeconómica).
Me detendré ahora en este asunto para realizar un
apunte sobre la manera en que puede entenderse eso que llamamos “cultural”,
tratando de evitar el oscurantismo e idealismo que subyace al planteamiento de
Judith Butler.
Una teoría materialista y sistémica de la realidad
social: lo cultural es material
No hay espacio para desarrollar aquí de manera
extensa una ontología social materialista, pero podríamos echar mano para ello
de la filosofía de Mario Bunge, quien a mi modo de ver ha desarrollado estas cuestiones
con gran precisión y profundidad.
Muy brevemente, según la ontología materialista de Bunge, toda cosa real es
un sistema o parte de un sistema (BUNGE 2002).
Un sistema no es simplemente una agregación de elementos, sino una organización
cuyas partes o componentes están conectadas con otras partes de tal manera que
la totalidad posee algunas características emergentes que le faltan a sus
componentes. Esto quiere decir que la realidad posee diferentes niveles y en
cada nivel emergen propiedades que no están en los niveles inferiores.
La sociedad humana es un tipo de sistema, o más bien, un sistema de
sistemas, que incluye el sistema biológico, el económico, el político y el
cultural.
La sociedad humana está compuesta de personas, pero también de familias,
grupos de amigos, empresas, partidos políticos, instituciones, etc.
Las partes mínimas de una sociedad son los individuos humanos, quienes
además de ser componentes del sistema social, pertenecen al nivel biológico y
psicológico de la realidad, en tanto que son organismos animales con cerebros
muy complejos. Como tales, tienen propiedades características que no son
sociales, sino biológicas y psicológicas.
Los componentes últimos de todo sistema social son, por consiguiente, elementos
materiales, tales como individuos humanos u organismos vivos.
Los subsistemas sociales interactúan entre sí de
diversas formas, pero cada uno de ellos evoluciona según ritmos propios que no
tienen por qué tener “réplica” inmediata en otros subsistemas. Por lo general,
los hechos sociales se explican por la influencia de varios subsistemas al
mismo tiempo y no por uno sólo. Aunque hay algunos hechos que involucran
aspectos de un único subsistema.
Siguiendo el análisis que realiza Andreas Pickel
(PICKEL 2018), quien parte de la teoría materialista sistémica de Mario Bunge,
podemos caracterizar los hechos culturales como sucesos que tienen lugar en
sistemas semióticos, a partir de acciones llevadas a cabo por los usuarios de
los mismos.
Suscríbete por email a Caminos del lógos
Un sistema semiótico es un sistema de producción
de significados y reglas que está compuesto por dos partes: un sistema
simbólico y un conjunto de personas que usan ese sistema. Un sistema simbólico
es conceptual, no real, es decir, no tiene existencia independiente fuera de
los cerebros humanos que lo conciben.
Podemos considerar sistema semiótico a todo
conjunto estructurado de conocimientos y creencias, valores y aptitudes
indispensables para satisfacer algunas necesidades básicas, procurar la
cohesión social y saber emplear la tecnología.
Algunos ejemplos son los lenguajes naturales y
artificiales, las ciencias, las artes, las humanidades, los sistemas de
creencias, las ideologías, los códigos morales, los modelos familiares, la
normativa de género, los códigos de circulación vial, etc.
Esta caracterización excluye, como se deduce, toda
interpretación de los hechos culturales como si fueran meramente “simbólicos”,
pues requieren de personas concretas que interiorizan y usan los símbolos.
La “cultura” no es, pues, el reino de lo
simbólico, frente a la “economía”, que sería el reino de lo material. Tanto la
realidad económica como la cultural son realidades materiales, pues ocurren en
el seno de sistemas concretos que sufren cambios y evolución y porque ambas
existen gracias a las praxis de los sujetos, que son quienes las sostienen.
Desde el momento en que los animales humanos
utilizan un sistema semiótico tan potente como el lenguaje doblemente
articulado, y a partir del uso de la técnica, podemos empezar a hablar de “cultura”
en las sociedades humanas, en el sentido antropológico del término. Algunos
elementos culturales, como el lenguaje, acompañan a los procesos económicos y
los envuelven, y no otra sería la observación llevada a cabo por los
antropólogos cuando estudiaron muchas de las sociedades primitivas.
El panorama que describen los antropólogos cuando
analizan las “culturas humanas” es válido para las sociedades prepolíticas en
las que no existe separación funcional entre subsistemas sociales, pues existe
una total integración entre sistema y comunidad. Sin embargo, a partir del
Neolítico, y desde que emergen las primeras sociedades netamente políticas,
donde el poder coactivo comienza a estar en manos de un grupo dirigente
especial, separado relativamente del resto del cuerpo social, los sistemas
sociales se diversifican y se dividen en subsistemas, cada uno de ellos con sus
características peculiares y funciones específicas.
El mecanismo que caracteriza el sistema económico
es la producción y distribución de bienes y servicios. El mecanismo del sistema
político es el control y distribución del poder social. El sistema cultural
tendría como mecanismo general la orientación hacia procesos de comunicación;
está formado por personas, grupos e instituciones encargadas de la producción,
interpretación y difusión de efectos semióticos específicos.
Tanto las instituciones como las personas que
forman parte de los sistemas culturales son distintos de los símbolos que se
utilizan. Los usuarios de los sistemas semióticos son, a su vez, parte de los
sistemas biológico, económico y político. Las implicaciones comunicativas de un
mismo sistema simbólico dependen de lo que los usuarios hagan con ese sistema.
Lo que los usuarios hacen con los símbolos depende de factores biopsíquicos,
económicos y políticos. Por tanto, los sistemas simbólicos no tienen capacidad
de incidencia social de forma independiente: para que produzcan efectos
sociales de algún tipo tienen que darse dentro de sistemas semióticos, esto es,
en interacción con mecanismos de naturaleza bio psíquica, económica o política.
Los símbolos pueden tener consecuencias sobre la realidad sólo a condición de
que se encarnen en cerebros de organismos vivos inmersos en contextos sociales
concretos, no como meros símbolos, sino como estados mentales vinculados a
significados y prácticas que tienen un determinado poder de efectividad
individual y social.
Por tanto, los hechos culturales son hechos
completamente materiales porque se apoyan en sujetos corpóreos operatorios y en
las instituciones sociales creadas por éstos.
La falta de reconocimiento de gays y lesbianas es material, pero no está directamente vinculada a la estructura económica capitalista
Si te interesa la filosofía actual, te interesan nuestros libros
La falta de reconocimiento de gays y lesbianas es material, pero no está directamente vinculada a la estructura económica capitalista
Es verdad que algunas de las injusticias que
padecen gays y lesbianas se traducen en ofensas de carácter económico (por
ejemplo, si alguien es despedido de su puesto de trabajo por el hecho de
visibilizar su preferencia homosexual), pero la cuestión es cómo interpretar
dichas ofensas. Pueden estar relacionadas directamente con la estructura
económica de la sociedad, de tal manera que luchar contra ellas implique
transformar las relaciones económicas, o pueden ser un efecto indirecto
derivado de una injusticia de otro orden, esto es, una falta de reconocimiento.
El problema de reconocimiento tendría su causa en “un patrón institucionalizado
de interpretación y evaluación que construye la heterosexualidad como normativa
y la homosexualidad como desviación” (FRASER 2017/98).
Pero, ¿deberíamos considerar que este patrón
heteronormativo está directamente vinculado a la estructura económica del
capitalismo? Butler lo considera así, mientras que Fraser no.
Ahora bien, ¿en qué puede apoyar Butler esa idea
de que la moral sexual está íntimamente conectada con la estructura económica
hasta el punto de insinuar que la sola existencia de las orientaciones no
heterosexuales desafía el orden económico capitalista?
Fraser dice que el argumento puede tener dos
variantes: una de tipo definitorio y otra funcionalista.
La primera variante del argumento consiste en
establecer que, por definición, la regulación heteronormativa de la sexualidad
es parte de la estructura económica en la sociedad capitalista.
Fraser dice que esta forma de abordar el problema
quiere abarcar demasiado y corre el peligro de deshistorizar la comprensión del
capitalismo, al no ver a lo largo del tiempo sus diferentes tipos y
modulaciones, pues es evidente que en el capitalismo actual la sexualidad
heteronormativa no está ligada de ningún modo a la estructura de división del
trabajo ni a las formas de extracción del plusvalor. En el capitalismo la
relación entre el modo de regulación sexual y el modo de obtención de plusvalor
se da de forma muy debilitada. Las relaciones de parentesco, las formas de
organización política y el sistema de producción económica constituyen ámbitos
especializados relativamente desconectados los unos de los otros.
Además, en el capitalismo del siglo XX emerge
también como un espacio diferenciado el espacio de la vida personal, que es “experimentado
en su desconexión con respecto a los imperativos de la producción y la
reproducción” (FRASER 2017/100). No se puede reducir lo personal a un mero
epifenómeno o expresión superestructural de fenómenos económicos mucho más
elementales, salvo apelando a un economicismo vulgar. Por tanto, dice Fraser, “en
términos generales, la sociedad capitalista contemporánea introduce ‘fracturas’:
entre el sistema económico y el de parentesco; entre la familia y la vida
personal, y entre el sistema de status y la jerarquía de clase” (FRASER
2017/100).
La variante funcionalista del argumento dice que
la regulación heteronormativa de la sexualidad no forma parte del capitalismo
por definición, sino porque es funcional a dicho sistema.
Sin embargo, desde el punto de vista empírico se
prueba que no es así. Se constata que la existencia de gays y lesbianas como
grupo diferenciado no supone ninguna amenaza a los intereses del capitalismo,
pues gays y lesbianas no son una clase inferior unitaria que los capitalistas
quieran tener “en su sitio” (como las minorías raciales, por ejemplo), como
grupo oprimido laboralmente. Al contrario, el capitalismo actual ha encontrado
la manera de explotar los deseos y necesidades de gays y lesbianas de muy
diversas maneras a través de todo un nicho de mercado que ha dado lugar a un
potente entramado económico sustentado en una determinada cultura del
consumismo. Y muchos gays y lesbianas de hecho utilizan ese entramado económico
para ascender en la escala social.
Empíricamente, se constata, por tanto, que el
capitalismo no precisa del heterosexismo. Como dice Fraser: “La dimensión
positiva de todo esto es que no necesitamos derribar el capitalismo para poner
remedio a estas discriminaciones, aunque sigamos pensando que es preciso
derribarlo por otros motivos. La negativa es que es preciso transformar el
sistema de status vigente y reestructurar las relaciones de
reconocimiento” (FRASER 2017/102).
La falta de reconocimiento de gays y lesbianas
todavía se sigue produciendo como herencia de una moral sexual de índole
religiosa que se ha ido transmitiendo a través del aprendizaje social a lo
largo de siglos de tradición histórico-cultural.
Sin embargo, esta tendencia represiva hacia la
homosexualidad hace unas décadas ha venido cediendo en favor de una
liberalización cada vez mayor de las relaciones sexuales, al menos en el mundo
occidental. ¿Qué causas pueden explicar este cambio?
Según Marvin Harris, hay sociedades donde
predomina el sentimiento natalista (aquellas que ponen todas sus energías en
que nazcan muchos niños y niñas) y otras donde predomina el antinatalismo
(aquellas que controlan rigurosamente el número de nacimientos).
Partiendo de ahí, Harris hipotetizó que la
aversión hacia las orientaciones no heterosexuales comienza a decaer en
nuestras sociedades occidentales cuando el imperativo marital y procreador y el
modelo de familia centrado en el varón proveedor pierden fuerza (HARRIS 1984).
En ello influyó la expansión del movimiento feminista y los cambios en el
sistema productivo-reproductivo: las mujeres empezaron a ganar derechos, se
incorporaron masivamente a los estudios superiores y al trabajo fuera del hogar
y ganaron independencia para decidir sobre su maternidad, gracias, también, al
desarrollo de métodos seguros de anticoncepción. Toda esta conjunción de
factores facilitó que se extendiera entre la población el sentimiento
antinatalista y que el sexo se desvinculara socialmente de las prácticas
puramente reproductivas, lo que a su vez provocó un escenario cultural mucho
más propicio para llegar a comprender la homosexualidad o la bisexualidad como
orientaciones del deseo tan naturales como la heterosexual.
Sin embargo, la homofobia persiste, y lo hace
porque a pesar de que han variado las condiciones materiales que dieron origen
en un determinado momento a un sentimiento prevaleciente de aversión a la
homosexualidad, los ritmos por los que se produce la evolución cultural de una
sociedad son diferentes a aquellos por los que se produce la transformación de
sus relaciones sociales de producción y reproducción.
¿Qué vinculación tiene, entonces, la defensa de la
diversidad sexual, en cuanto tal, con la lucha por la superación del
capitalismo? Ninguna, como se puede concluir, pues el sistema capitalista se ha
reconfigurado en el nuevo mundo global, adaptándose a una suma de cambios, de
tal modo que la expansión de una nueva moral sexual mucho más abierta que la
tradicional en nada “contradice” los intereses de los propietarios del capital.
En la materialidad social, por tanto, existe una disociación real entre
diferentes ámbitos del sistema.
Esto no quiere decir que las luchas por el cambio
de normas, valores y comportamientos en la dirección de pergeñar una moral
sexual tolerante con la diversidad de orientaciones sea algo poco importante,
secundario, espurio o “inmaterial” (“superestructural”, en oposición a la lucha
de la clase trabajadora, que sería “material” pues afectaría a la “base”). Es
una lucha muy material y muy necesaria, pues afecta de manera profunda a
sujetos concretos de carne y hueso que pueden sufrir y sufren en sus pieles las
consecuencias de las formas de discriminación (oprobio, miedo, violencia
física, multas, cárcel, incluso muerte en los casos más extremos). Lo que
sucede es que esa lucha por el reconocimiento de los derechos de gays y
lesbianas no está vinculada, ni en fondo ni en forma, a las luchas llevadas a
cabo en otros espacios de la realidad social con el fin de transformar las
relaciones económicas para hacerlas más justas.
Se podrá producir, por supuesto, una alianza entre
las diferentes luchas ‒y puede pensarse en ella como algo deseable, con el
ideal de los “derechos humanos” como trasfondo humanista de todo movimiento
social éticamente orientado‒ pero en ningún caso como desarrollo inevitable de
una lógica inherente al capitalismo que la haga intrínsecamente necesaria como
parte de la “lucha de clases”.
Referencias
bibliográficas:
BUNGE, M. (2002); Crisis y reconstrucción de la filosofía,
Barcelona: Gedisa.
FRASER, N. y BUTLER, J. (2017); ¿Redistribución o reconocimiento? Un debate
entre marxismo y feminismo, Madrid: Traficantes de sueños.
HARRIS, M. (1984); La cultura norteamericana contemporánea. Una
visión antropológica, Madrid: Alianza.
PICKEL, A. (2018); “La cultura
como sistema semiótico: una redefinición de la idea de cultura desde la
perspectiva sistemista”, en Cultura y
Representaciones Sociales, nº. 25.
Comparte esta entrada
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Déjanos tu opinión, ¡gracias!