CINCO REFLEXIONES BREVES



1. Pese a todo el construccionismo cultural en boga, que se aleja deliberadamente de la ciencia porque choca con sus a priori ideológicos (con lo que demuestra que no es una filosofía, sino pura mitología), la cultura es básicamente el modo artificial en que satisfacemos ineludibles necesidades naturales. Por mucho que podamos transformar técnicamente nuestro medio para conseguirlo (lo cual origina necesidades secundarias, culturales, que son las únicas que el culturalismo quiere ver), siempre habrá un equilibrio ecológico y demográfico que mantener. Querer ignorar esto conducirá a errores teóricos cuyas implicaciones prácticas (sociopolíticas, económicas, educativas, jurídicas, etc.) serán a la larga funestas. Nadie debería extrañarse de que el "instinto" de gran parte de la población, una especie de "olfato" innato para juzgar tales implicaciones, se rebele siempre contra ellas. Que lo haga a partir de razonamientos tan equivocados o más que aquellos que las originan es otra cuestión; tendemos a atribuir causas erróneas a problemas que, sin embargo, somos capaces de intuir. Y que las actuales sociedades desarrolladas occidentales, el "primer mundo", son insostenibles en términos ecológicos, económicos, energéticos y demográficos es algo palmario. Que una parte considerable de la población ve que el modelo actual conduce al fracaso como sociedad, y que estamos apagando los diversos fuegos con gasolina, es un hecho. Lo que pasa es que cada cual señala una causa distinta de ese fracaso, y nadie se pone de acuerdo en las soluciones, que tendrán que ser mucho más radicales de lo que todo el mundo piensa.

2. Somos seres racionales, pero también animales con necesidades muy básicas, y arrastramos elementos conductuales vestigiales que no se pueden obviar. Somos racionales, pero muy poco razonables; está en nuestra naturaleza. En realidad, naturaleza y racionalidad forman un continuum evolutivo, pero conviene recordar ambas por separado porque en cada época quiere obviarse una de ellas. Hoy es la primera, por parte de ese culturalismo de raigambre posmoderna que, paradójicamente, no deja de construir discursos puramente estéticos acerca de los "cuerpos" y el "deseo" (que deben de ser los de un ángel u otro ser inmaterial). Sea como sea, todo empeño por introducir demasiados cambios, demasiado rápidamente, en el continuum biocultural, provocará siempre una esperable reacción en contra, tan conservadora como hasta cierto punto lógica. Todo cambio deben ensayarse antes de ser aceptado, y querer introducir nuevos cambios antes de haber comprobado las consecuencias a largo plazo de otros anteriores causa un rechazo visceral (nunca mejor dicho) en amplios sectores sociales. En su empeño, quizá los renovadores provoquen efectos diametralmente opuestos (involutivos) a los que esperan. Todo cambio en las vigencias normativas introducido deliberadamente debe estar extremadamente calculado y ha de tener en cuenta lo que el constructivismo es incapaz de tomar en consideración, a saber, que lo arcaico en nosotros siempre retorna, y que lo hará en el nuevo marco. Así, si éste no dispone satisfacciones que procurarle, chocará antes o después con la animalidad en nosotros y provocará una reacción previsiblemente brutal. Una reacción que tendrá, cómo no, una forma política. A los que tanto hablan de "biopolítica": ojo, que nada hay más "biopolítico" que el fascismo. En el auge del actual, seguramente, se estén malinterpretando sus motivaciones fundamentales.

3. Hasta mediados del siglo XX, la intelligentsia demostraba ser eso, una clase extremadamente inteligente y culta (formada por escritores, filósofos, etc., de indudable talento) que había meditado profundamente sobre sus propuestas y las avalaban con una trayectoria vital. Desde entonces, ya de lleno en la era de los mass media, "la cultura" (así se autodesignan con insufrible pedantería) es un difuso grupo de personas autoinvestadas como tales porque dan clase en la universidad (lo cual ya no significa lo que significó en los siglos XVIII o XIX, y de hecho, esa clase está absolutamente "proletarizada") o porque trabajan en la industria de la comunicación, el ocio y el espectáculo (lo que no sólo no las acerca a aquel ideal decimonónico, sino que hasta las aleja, en cuanto "productores de ideología"). En cualquier caso, lo que hoy se observa es una absoluta irresponsabilidad en la producción de ideas ("teoría"), una absurda producción de mercancía intelectual, de "stock teórico" (que cuya venta viven), tan rápida y pobremente elaborado que las consecuencias que se pueden deducir de él llevan a constantes contradicciones, incoherencias internas que demuestran eo ipso que dichas construcciones son falsas (nada verdadero produce una contradicción). Esa incapacidad de extraer consecuencias de lo que uno mismo dice y ver que no da ni tres pasos seguidos antes de fallar (y eso en el plano púramente teórico, antes siquiera de enfrentarse a ninguna dificultad práctica) define a un tipo de "intelectual" que resume, en realidad, la inteligencia media actual.

4. Cada vez tengo una impresión más clara de que la democracia, llegada cierta fase de su desarrollo, termina fracasando por el aburrimiento que causa entre la población más joven. Entiéndase: no quiero reducir tal fracaso (que vemos venir) de nuestra democracia a motivos psicológicos, subjetivos; las causas son materiales y perfectamente objetivas, y se deben ante todo al agotamiento del modelo productivo que la sostiene (las crecientes dinámicas de inestabilidad económica que impiden al capitalismo seguir creciendo en un mundo global y postcolonial, con nuevos actores emergentes y el consiguiente descenso de las posibilidades de revalorización del capital, etc.). Pero no me cabe duda de que, en las sociedades desarrolladas, ese factor psicológico retroalimenta poderosamente la espiral de socavamiento social. La gente, especialmente los jóvenes, quiere emociones, quiere experimentar la sensación de libertad. Necesita épica (como se puede observar claramente en Cataluña o Reino Unido). Ansía poder decir "mi generación ha hecho una revolución, yo lo he visto, estaba ahí, he sido partícipe". No quiere saber nada de democracias y libertades heredadas. Eso es aburrido. La libertad heredada no se siente como libertad. Y la democracia es procedimiento, formalismo, imperio de la ley. O sea, tedio. Algo que choca con la necesidad de estímulos frescos y vigorizantes a que el propio capitalismo consumista nos ha abocado. Por eso anhelamos "otra cosa" que anime la fiesta que decae, que nos haga sentir la vida como lucha. Y la tendremos; está cada vez más cerca. Y cuando ya esté aquí nos arrepentiremos de haberla deseado.

5. Sobre el tan filosófico motto de la "muerte de Dios", que a toda la tropa posmoderna e iconoclasta le encanta repetir (como si la frase de Nietzsche aún tuviera teóricamente mucha vigencia), hay un gran malentendido, creo, que distorsiona su sentido fundamental. Es muy fácil, demasiado (de hecho, es absolutamente naif), pensar que se refiere a un ser trascendente (summum ens), o tan siquiera a un conjunto de valores supremos derivados de tal orden teológico o metafísico. Y así, hay muchos "nihilistas" que van por ahí predicando que los dioses ajenos han muerto. Dejémonos ya de eso, por favor. "Matar al padre", como lo hizo Nietzsche, como lo hizo Platón, como lo aborda Freud, como lo ha hecho todo el que ha hecho algo grande, no significa nunca matar lo que otros valoran: es matar lo que uno más quiere, lo que más respeta, lo que más ama. Y ello porque es un ídolo. Hay que matar al propio padre (¡no al de los demás!) para ser consciente de quién se es, para alcanzar la auténtica mayoría de edad del espíritu. Tiene que ser el propio padre, aquello en lo que uno todavía cree, y no ya el padre ajeno; eso es vulgar pose de "malote intelectual". No hay ningún mérito en ello, ningún valor, ningún aprendizaje. Es la actitud de un adolescente provocador. Y no veo que haya mucho más entre la insulsa intelectualidad actual. Mucho menos en esos cementerios escolásticos (por más que esa escolástica ahora consista en comentar a Nietzsche y Derrida), esas escuelas de autocomplacencia y narcisismo, que son las facultades de filosofía.


 




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