Quizá sea fascinante desde un punto de vista personal, pero no tanto
desde un punto de vista teórico, el comprobar la pasmosa facilidad con la que tanta gente se suma a las nuevas modas teóricas (nuevas y efímeras: tiempo al tiempo). Se observa en el ámbito académico, en el mediático, y en esa industria del ocio y el entretenimiento a la que queremos seguir llamando "cultura": individuos que antes no se habían destacado por la defensa de ciertos discursos, de la noche a la mañana (al calor de "oleadas" en las redes sociales, o de las manifestaciones promovidas por algunos partidos políticos con el fin de "animar" la calle) se convierten en paladines de esas causas de un modo que asombra a quien los ha conocido y sabe que nunca fueron por ahí (o se lo tenían muy callado, claro).
Uno de los más claros ejemplos es la forma en que profesores, periodistas o escritores (y un largo etcétera) se suman a la narrativa feminista. Entiéndase bien lo que quiero decir, y que nadie se ponga histérico: con independencia de que esté de acuerdo con el fondo de ese discurso, lo que no me cuadra es que, de la noche a la mañana, se abandone prácticamente toda otra preocupación teórica (normalmente, aquella a la que cada cual ha dedicado su carrera previa, ocupando así un cierto "nicho" profesional) para agitar esa bandera. De repente, ésta se convierte en la Gran Lógica Histórica que subsume a todas las otras, el prisma a través del que es obligatorio contemplar la realidad si uno no quiere ser criticado, con insólita virulencia, por asumir posiciones teóricas "conservadoras" o hasta "reaccionarias". No es que lo seas si te opones al Nuevo Discurso Legitimador; es que lo eres sólo por no haberte declarado abierta y entusiásticamente su seguidor. Tales conversos, desde el primer segundo, insultan y desprecian a los que no han experimentado semejante transformación espiritual, como si llevaran en la Causa toda la vida (y como si eso, en todo
caso, les concediera derecho a hacerlo).
Efectivamente, gente que hace sólo cinco años creía que los movimientos globales anticapitalistas como el 15-M, Occupy Wall Street, la confluencia que llevó a Syriza, etc., eran la clave de la transformación sociopolítica, y hablaban de economía colaborativa, prácticas comunitarias alternativas, nuevos espacios ecológico-productivos urbanos, etc., ahora creen firmemente que el feminismo es la clave, y que "la revolución será feminista o no será", y que "la tumba del fascismo será el feminismo". (Nótese que "feminismo" ha ocupado el lugar semántico que otrora ocupó "comunismo"; de hecho, a medidas típicamente socialistas, como la nacionalización de la industria, ahora se las llama "políticas feministas", en un vuelco ideológico que no tiene ni pies ni cabeza.) Lo que se adivina en todo esto, más que una reorientación debida a nuevos contextos, es la voluntad de arrimarse al sol que más calienta. Da la impresión de que los activistas-ahora-sí-conscientes (porque "ya se han deconstruido" y al fin entienden lo descarriados que estaban) quieren medrar profesionalmente asumiendo narrativas que a menudo incluso chirrían en relación a lo que hacían o decían previamente; no tanto porque fuera incompatible, sino porque seguían a todas luces líneas muy divergentes. Quizá por ello hagan de repente una profesión de fe exagerada e histriónica, la fe del converso que tiene que llamar la atención sobre que lo es ahora, para así ganarse el cielo.
En el ámbito académico, que conozco mejor que otros, se ve venir a la legua a los mediocres que quieren hacerse un hueco en la universidad vendiendo la ideología que esté de moda vender. Son los que no han despuntado en ningún campo sólido y riguroso y por ello ven un filón en el "descubrimiento" de vetas teóricas vírgenes; pero para ello se ha de crear un objeto epistemológico donde no lo hay, como lo hacen la mayoría de los estudios culturales, y de forma singular los de género, cuya cientificidad es comparable a la de la peor literatura. Burbujas teóricas que pincharán más bien pronto que tarde, dejando muchos cadáveres académicos (y editoriales) detrás. Y sobre todo, a muchos estudiantes con másteres, posgrados y doctorados de un risible contenido formacional, que no les servirán para nada dentro de unos años, me temo (aunque, en realidad, ningún título universitario lo hará, así que da igual). No es que uno no pueda evolucionar, tanto en lo personal como en lo intelectual; pero algunas transformaciones no se las cree nadie, y lo que es más, porque no quiero plantear esto en términos subjetivos, sino perfectamente objetivos: para ser especialista en una materia has de tirarte años trabajando y tener muchas publicaciones acreditadas. Pero hay "académicos" que con una veintena de libros leídos a la carrera, y dos artículos publicados en revistas de escaso prestigio, de repente cambian de especialidad (esto a un médico o un físico, por ejemplo, no se les permitiría jamás) y emprenden la nueva hoja de ruta en sus clases de la universidad o en el espacio que ocupan en la radio o en los libros que publican. Y eso es una estafa intelectual. No es ni más ni menos que el mercado de producción ideológica, que dicho sea de paso, es prácticamente todo lo que sale de las facultades de ciencias sociales y humanas desde hace tiempo. Puro oportunismo teórico al servicio de causas políticas.
Mi sospecha (y no deja de ser eso, una sospecha) es que el fracaso de la izquierda y la pérdida masiva de votos de la clase trabajadora, la cual además va a seguir desintegrándose en las próximas décadas (con lo que son votos estructuralmente perdidos), ha hecho que cambie su target político. La izquierda, antes roja, es ahora violeta: se ha buscado como nuevo electorado potencial un colectivo grande, el más grande, de hecho (más de la mitad de la población): la mujer en cuanto tal mujer. Pero ello pasa por "crear" ese colectivo político, puesto que las mujeres, en cuanto tales, no lo son; de hecho, en cuanto tales, no tienen ideología. Por eso, creo, la izquierda identitaria está recurriendo a la misma "doctrina del shock" que los conservadores usan con la inmigración o los neoliberales con el terrorismo: el miedo constante a un Otro que te amenaza, y llegado el caso te agrede y te mata. A saber, en este caso: el Varón Heteropatriarcal (quien, por supuesto, resume las esencias de la derecha). Para ello ‒y que conste que estoy hablando de países desarrollados‒ se sacan estadísticas de contexto, se exageran situaciones ciertamente lamentables hasta lo grotesco, se abren todos los informativos con la crónica de sucesos (convenientemente escogidos), se crean nuevas mártires mediáticas periódicamente, etc. Todo para crear un clima de resentimiento hacia los varones (especialmente entre las adolescentes, las futuras votantes de ese nuevo electorado en construcción) que se me antoja harto peligroso. No parece preocupar mucho el perder una gran masa de votos de aquéllos, y de hecho, cualquier reacción de disconformidad con esta estrategia es asumida como la confirmación del machismo que se siente amenazado ‒o directamente se la identifica con el "fascismo", lo cual a su vez retroalimenta ese rechazo.
Entretanto, toda la vieja guardia "roja" que sigue hablando de economía y trabajo y analizando el mundo en términos procesuales, que cree que la igualdad de hombres y mujeres se alcanza por vías materiales, y que ve en estos movimientos las desastrosas consecuencias de la posmodernidad, cuando no (y perdón por la redundancia) infiltraciones culturales neoliberales, es tratada en los círculos del activismo, en las redes sociales, etc., como "comumachos", "pollaviejas" y demás. Todo un deporte para veinteañeras con una cuenta de Twitter que lo más cerca que han estado de luchar para conseguir un derecho ha sido ir a una batucada en el Retiro un domingo, antes de las cañas. Una estrategia, esta que vislumbro con pesar, que conducirá a un desastre político y va a ser el descalabro definitivo de esa post-izquierda que, anulada en lo económico y rendida en lo social, se subió al nefasto carro de lo identitario. La más desesperada de las huidas hacia adelante. La de tantos conversos.
Entretanto, toda la vieja guardia "roja" que sigue hablando de economía y trabajo y analizando el mundo en términos procesuales, que cree que la igualdad de hombres y mujeres se alcanza por vías materiales, y que ve en estos movimientos las desastrosas consecuencias de la posmodernidad, cuando no (y perdón por la redundancia) infiltraciones culturales neoliberales, es tratada en los círculos del activismo, en las redes sociales, etc., como "comumachos", "pollaviejas" y demás. Todo un deporte para veinteañeras con una cuenta de Twitter que lo más cerca que han estado de luchar para conseguir un derecho ha sido ir a una batucada en el Retiro un domingo, antes de las cañas. Una estrategia, esta que vislumbro con pesar, que conducirá a un desastre político y va a ser el descalabro definitivo de esa post-izquierda que, anulada en lo económico y rendida en lo social, se subió al nefasto carro de lo identitario. La más desesperada de las huidas hacia adelante. La de tantos conversos.
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