Antes de seguir, quiero comentar algunas reacciones que este texto ha suscitado, especialmente al compartirlo en redes sociales
(en páginas de filosofía, de hecho, en las que se supone que el público
mayoritario tiene alguna formación filosófica). Es curioso que un texto de
índole ontológico-metafísica provoque reacciones más viscerales que otros
marcadamente políticos y deliberadamente polémicos; no sé si ello dice algo de
la vitalidad que, para mi sorpresa, pueda tener el asunto, o si por el
contrario la mayoría de los intervinientes son poco más que trols aburridos. De
ahí que antes de la segunda parte añada estas breves aclaraciones.
a) Me reitero en lo que dije hace
poco en Nadie lee a nadie: es obvio que la mayoría de comentaristas no han leído aquello que, sin embargo, sienten un impulso irrefrenable de glosar.
A lo sumo, el primer párrafo, del que deducen
a priori el resto del texto, así como la biografía completa del autor, su
ideología política, etc. Este apriorismo es hoy una patología intelectual muy extendida. Define habitualmente a un tipo de lector
vago y mediocre que sólo escribe a propósito de otros y sólo para intentar
quedar por encima, pero que nunca se arriesga con textos propios. Una suerte de
“parásito teórico” de la sociedad de la información.
b) Estoy bastante acostumbrado ya
a ser descrito como “neopositivista” o “reduccionista” por sostener lo que hubiera dicho cualquier filósofo a lo largo de
la historia (por lo menos hasta Nietzsche, y exceptuando la Edad Media): que la filosofía debe alimentarse del material brindado por
la ciencia, que no puede construir su discurso al margen de ésta. Al parecer, los recelosos de la ciencia poseen
un acceso privilegiado a la verdad y no necesitan obtener información mediante
procedimientos controlados, intersubjetivos y revisables; para ellos, la
ontología es el resultado de sus intuiciones trascendentales. Su saber
humanístico los libera de la obligación de tener un mínimo de formación científica
(que, claro, lleva mucho tiempo y es muy ardua). Mola más decir lo que a cada cual le parece (la mera dóxa) que elaborar un discurso que sea,
cuanto menos, coherente y convergente con la ciencia, que desde el siglo XVII
no ha dejado de producir avances incontestables. “No, para qué. La ciencia (porque
lo digo yo) está sometida a mi discurso de
letras. La ciencia la fundamento y delimito Yo”. Ése es el tono. Un tono
que únicamente revela un complejo de inferioridad tremendo. Y absurdo, por otro lado, pues
la ciencia no es la enemiga de la
filosofía, no viene a “quitarle el trabajo”, sino que es su principal
proveedora de material; así ha sido siempre. Ese material con el que el
filósofo produce teoría, una imagen totalizadora. Nada hay peor para la
filosofía que el filósofo solamente “de letras” (aunque se crea por encima de
tales designaciones) que cree que se
puede ahorrar ese trabajo. ¿No eres científico? Bien, yo tampoco. Pero lee
mucha ciencia, fórmate, no creas que hay atajo que te libere de eso. No dejes
al gremio en ridículo, por favor, que ya estamos bastante mal vistos.
c) En cuanto a lo de
“neopositivista”: esa estrecha y obtusa epistemología no sostenía que la filosofía deba elaborar material procedente de
la ciencia: decía, simplemente, que la
filosofía no tiene material que elaborar, que sólo puede ser lógica, análisis
del lenguaje vaciado todo contenido, y que más allá de eso ni siquiera existe,
que no tiene derecho a hablar del mundo. Cuando lo hace, produce un mero flatus vocis, inventándose pseudoproblemas
al darle alcance ontológico a simples conceptos. Así que llamar “neopositivista”
a alguien que escribe fundamentalmente sobre ontología, cuando no sobre
metafísica, es no haberse enterado ni de lo que se está hablando (que de eso
hay mucho en el ramo). Lo que sí sostengo, y nada tiene que ver con el
neopositivismo, es que una filosofía sin base científica alguna es mala literatura. La filosofía no es un saber sustantivo, sino una
elaboración teórica de segundo orden. No fundamenta la ciencia, sino que deduce a partir de ella. O eso, o es una
mera colección de opiniones y vivencias personales que seguramente no interesen
a nadie. Y así nos va, por cierto.
d) En cuanto a los metafísicos (que,
pese a los que me llaman “neopositivista”, son “mi gente”): no, la filosofía no
es un saber sustantivo, no tiene un campo
que reclamar como propio, y no vale apelar al ser, precisamente porque éste
no es “campo” alguno. El ser sólo aparece
en el límite de la demarcación de lo científico, pero se llega a él,
precisamente, por el lado de la ciencia y por la problemática inmanente a ésta
(que hay que conocer), no por esa literaria puerta de atrás de la que algunos
dicen tener la llave. Que el ser sea “algo otro” (trascendente,
transversal, analógico, etc.) sin relación alguna con contenido científico de
ningún tipo, sólo lleva al solipsismo académico, cuando no al bochorno, de la filosofía
actual. Ese saber escolástico, por
meras definiciones nominales, del que
muchos hacéis gala (así son muchas de las respuestas que he recibido), es letra muerta, algo de otra época, una forma
de autocomplacencia por la que creéis estar por encima de todos, cuando
todos os dejaron atrás hace mucho tiempo. Lo único que se adivina ahí es que
huís del contacto con las ciencias para que nunca nadie os pueda refutar. Es
miedo a lo que no se entiende (“yo no me voy a poner a estas alturas a estudiar
ciencia, que ya estudié lo mío”), puro espíritu altomedieval. El discurso inmaculado
y cristalino que no se contamina con “lo dado”; una trascendencia falsa,
impostada, cobarde, porque no es “la del ser”, es la que os atribuís vosotros. La metafísica así entendida es el cementerio de
elefantes donde nadie va a ir a desdeciros, sencillamente porque a nadie le
interesa ir.
e) En cuanto a los heideggerianos
(separémoslos de los anteriores para que no se ofendan): que no, que Heidegger
no decía que la filosofía fuera la ontología frente a las ciencias, que son
meramente ónticas. O en todo caso, dejó de decir eso, y de hablar de “ontología
fundamental” (fundamentada en la analítica existenciaria del Dasein), tras los años veinte (es decir,
muy temprano), al comprender que la
ontología es la ciencia, o para ser más exactos, la máthesis que la sostiene desde los inicios de la modernidad. O sea, que no sólo no voy contra Heidegger,
sino que estoy completamente de acuerdo con él. Con lo que no estoy de
acuerdo es con su concepción del ser, con esa ausencia constitutiva (esa nada) de la que “mana” el ente de forma
inexplicable, como misterio frente al que sólo cabe una actitud poética, cuando
no mística. Pero lo incuestionable es que Heidegger no le atribuía a la filosofía la capacidad de ser ya ontología. Por eso decía que ésta se ha acabado, y ahora empieza “el pensar”. Eso es lo que
significa el famoso dictum de que la
filosofía piensa y la ciencia no; y no que el filósofo le vaya a explicar o
imponer la ontología al científico, lo cual es risible. Eso él ya lo sabía. Sin embargo, a Heidegger se lo ha banalizado hasta convertirlo en una especie de
profeta del irracionalismo. No es que no se preste a ello, pero me parece una lectura muy limitada.
f) Hay una expresión que he empleado en el escrito (hablo
del "abismal 'burbujeo cuántico' cuyas mareas y olas resultantes son la
realidad que percibimos") y que ha recibido una especial atención. En efecto, ha
sido muy criticada, cuando no ridiculizada, y se la ha tachado de “palabrería
pseudocientífica”, “jerga deleuziana”, y no sé qué más. Algunos me exigen, como
decía antes, que demuestre que tal
cosa existe, o que de lo contrario me
calle. A ver, queridos lectores, legos algunos, filósofos amateurs
otros, e incluso docentes con plaza de funcionario, hasta en la universidad: leed un poco y luego habláis. Pero no de lo
que os gusta, que de eso leéis mucho, sino de todo. Por ejemplo, como venía
diciendo, leed sobre ciencia. Ahí está el problema, en creer saber mucho por
saber sólo de filosofía; en considerar
que ésta es un saber que te da derecho a hablar de todo sin formarte. Pero eso,
creo recordar, era precisamente la sofística
que denunciaba Platón (quien, habrá que recordarlo de pasada, era matemático).
No se puede ir por la vida sin saber nada de ciencia (“para qué, si es un saber
particular, y yo vivo en lo universal”) y luego creer que eres tú quien la
fundamenta o le pone los límites. En fin, os informo brevemente: “espuma
cuántica” es un concepto de la mecánica cuántica introducido por John Wheeler,
uno de los más destacados físicos de partículas del siglo XX; y lo conoce
cualquiera con lecturas superficiales
sobre esta materia. Desde luego, no es mío. Ya quisiera yo. Por mi parte, especularé
mucho en lo que escribo, y en esa medida seré todo lo criticable que sea, pero
no precisamente cuando empleo nociones científicas que tienen más de sesenta
años.
g) Y esto en relación a las
críticas “serias”, que luego están, como decía al empezar, las de los que
parecen poco más que trols. Pero venga… En primer lugar, insisto: no tengo que
demostrar lo que dice la ciencia. Y no porque yo esté por encima de tener que ofrecer demostraciones, sino porque lo que
dice la ciencia ya está demostrado (y en todo caso, yo no podría
demostrarlo). Cuanto menos, es la hipótesis sujeta a procedimientos rigurosos
de formulación que cuenta con más apoyos hoy, por parte de muchas de las mayores
inteligencias del planeta. Pero da igual, porque llega un chalado con cuatro o
cinco años de carrera de letras, o ni eso, y los corrige a todos; profetas de éstos
te los encuentras debajo de cada piedra. En fin; pese a sus ínfulas, lo que la
ciencia ha demostrado, no tienes que volver a demostrarlo tú: es conocimiento listo para ser usado, está
ahí a disposición del que lo necesite, que para eso es patrimonio de la
humanidad. Y lo puede usar incluso un
filósofo, porque ahí tenemos a este otro tipo de cretino, el que te dice
que “como eres filósofo, no puedes demostrar eso que dices”. A ver: que no, que
no lo digo yo, que no lo tengo que demostrar. Que ya está hecho.
Más allá de eso, ¿doy pasos especulativos? ¡Pues claro! Pero eso lo anuncio
desde el primer párrafo. Es algo perfectamente legítimo para la filosofía lanzar
hipótesis (filosofemas) construidas a partir de datos científicos, siempre que
estén sujetas a rigurosas condiciones argumentativas. Y de ahí la distinción que
hago en el texto, entre ontonomía
(ciencias) y ontología (filosofía).
Por eso, precisamente, no soy ningún “cientificista”, “reduccionista”, etc.,
que son términos que sólo emplea gente de letras ante todo discurso que huele a
ciencia, por el miedo atávico que le da ésta. Esa pretensión libresca y romántica de
desentenderse de la ciencia ya disponible para empezar el discurso “de cero”, para
construir uno mismo teóricamente la
realidad, es un rasgo narcisista y pueril de mucho filosofeo ignorante de que ya no estamos en el siglo XVII. Es perder el tiempo, no sirve
para nada ni puede conducir a nada: el propio Kant ya partía del factum científico para buscar sus
condiciones de posibilidad; era el primero en decir que la filosofía no puede construir conceptos, sino sólo pensar con ellos.
h) Luego están las habituales críticas
furibundas al enfoque materialista que defiendo, sobre todo por parte de
magufos new age. Para éstos el
materialismo es el coco, y con razón, porque resulta muy amenazador para el
discursito del “todo vale”; para todas esas intuiciones y experiencias subjetivas e intransferibles (esto las
protege, eso creen, de toda crítica) que, sin embargo, no dejan de contarnos. Estos simpáticos personajes creen que con su
cháchara “psiconáutica”, “teosófica”, “espiritual”, etc., acceden a una
“objetividad superior”. Se trata, más bien, del desvarío de la subjetividad autista. No hay, por definición, “objetividad”
(o sea, intersubjetividad verificable) que no sea lógico-matemática o material. Y por
eso, precisamente, para ser objetivos hay
que partir de las ciencias. Partir,
sólo eso. No hablar únicamente de ellas. Nadie
le dice al filósofo de qué tiene o no que hablar; pero sí cómo hacerlo para no hacer el ridículo.
i) Por último, por lo que toca a los negacionistas
de la ciencia: lo siento, yo con tarados y fanáticos religiosos no discuto.
¿Para qué? No se les puede convencer de nada. Entre otras chifladuras inspiradas,
éstos recurren mucho al argumento de que, como la ciencia no puede explicar todo, entonces no explica nada. Pero, eso sí, sus ridículas
teorías que no explican nada, según ellos
lo explican todo. Son los típicos
delirios de grandeza de gente que necesita atención psicológica, o cuanto menos
que les hagan mucho caso por sus insuficiencias afectivas. Ciertamente, la
ciencia no es perfecta, iluminados, pero toda
alternativa es peor: de éstas sólo quedan experiencias personales que se
creen sobre métodos comprobables; discursos arbitrarios que consideran
“retórica” a la ciencia (“ésa es la opinión de los científicos, y yo tengo la
mía, que es igual de válida”); ensimismados a los que, por más demostraciones
que se les pongan delante, siempre insistirán en que eso “nunca ha sido
demostrado”, etc. En fin, sed coherentes, y no os subáis a un coche ni a un
avión, porque los principios físicos que permiten su funcionamiento son falsos.
Y la próxima vez que enferméis, no llaméis a un médico: llamad al chamán de
vuestra tribu. Y no uséis internet, especialmente las redes sociales, que son
magia negra y os van a pudrir el karma.
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© D. D. Puche, 2018
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