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ENTROPÍA Y EXTINCIÓN

Es muy común pensar que el materialismo niega la existencia de algo irreductiblemente "humano". ¿Es el materialismo necesariamente reduccionista?
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Ciencia y filosofía

ENTROPÍA Y EXTINCIÓN

La muerte energética del universo tiene implicaciones antropológicas



Por D. D. Puche

Es una creencia muy arraigada desde la Antigüedad (tanto en Occidente como en Oriente) que la realidad es un juego de contrarios cuya oposición conduce siempre, finalmente, a un estado de equilibrio. Todo está contrapesado, el Todo mismo lo está; de hecho, es la expresión de ese balance. El equilibrio en sí, la legalidad universal, nunca se presenta como "una cosa más", entre otras; sin embargo, se muestra en cada proceso como el estado de reposo final hacia el que todas las partes de un sistema tienden por su propia naturaleza. Así pues, ese estado tanto "inicial" como "final", que se ve alterado (¿por qué?) en un intervalo determinado, ha sido visto como el orden subyacente, el ser o lógos, el ápeiron o Tao, o incluso como el theós. Esta comprensión global (ontología) ha sido el soporte teórico cualitativo de la ontonomía, de la ciencia de cada época (la física ante todo, pero también la biología, la química, etc., a medida que se desarrollaban), asumido como el presupuesto de toda concepción de "lo que ocurre" (de hecho, está en la base del principio de conservación de la energía, del principio de inercia o del principio de acción-reacción). La física moderna lo ha asumido como un presupuesto implícito sobre el que no tendría sentido siquiera hacerse preguntas, y ello aunque no se enunciara explícitamente como un principio físico. 

Ahora bien, dicho principio es lo que ciertos descubrimientos de la propia física comienzan a poner en cuestión desde el siglo XIX. No es que lo construido sobre él resulte ser "falso", sino que pasará a ser entendido desde una perspectiva más amplia. Esos descubrimientos arruinarán la imagen de lo real sostenida aún por un "sentido común" al que la ciencia ya no responderá más en absoluto, haciéndose cada vez más contraintuitiva. De forma muy especial, la segunda ley de la termodinámica arruinará esa concepción tradicional; no hace falta entrar en las geometrías no euclídeas o en la mecánica cuántica. El bello mundo perfecto y eterno explorado durante milenios, de repente se ha vuelto trágico e inhóspito. Ciertamente, que la energía ni se crea ni se destruye, pero se "dispersa", es un golpe mortal a ese modelo intuitivo de los contrarios en equilibrio. Planteémoslo un poco mejor: la cantidad total de energía en el universo permanece constante (no es cierto que "no se crea ni se destruye"; de hecho, lo hace: pero por cada quantum "creado" otro igual tiene que ser aniquilado, y viceversa), pero su capacidad de producir trabajo (es decir, cambios de estado de la materia, que siempre consumen energía) va reduciéndose irreversiblemente dentro de cada subsistema. Y en última instancia, dentro de la suma de sistemas que es el universo mismo. Así que la energía sigue existiendo, en efecto, pero cada vez más "diluida", esto es, que cada vez puede producir menos cambios de estado, cada vez puede "poner en marcha" menos procesos. La entropía del sistema crece, lo cual quiere decir: el desorden (siendo el "orden" la empleabilidad útil) de la energía total disponible. Y eso tiene una implicación terrible: que todo muere, que el universo mismo muere. Que no todo vuelve siempre a un estado de equilibrio inicial, sino que las cosas van decantándose en direcciones de las que cada vez les cuesta más salir, hasta que sea del todo imposible por no haber energía útil para ello. Y si la energía se toma de otro sistema, en cualquier caso se está restando a la cantidad total de energía del universo, con lo que se acelera su muerte. Ésta aún tardará decenas de miles de millones de años, pero es inevitable, en función de lo que sabemos hoy en día.


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Todo (por lo menos a partir del nivel atómico) fluye en una dirección, aunque sea a diferentes velocidades; todo está sujeto a la irreversibilidad del tiempo. Los movimientos temporales no se pueden hacer en sentido contrario, como los espaciales: lo que se mueve hacia el futuro no puede regresar hacia el pasado. Esto es: la energía consumida útil es irrecuperable. Los "contrarios" se oponen y alcanzan sucesivos puntos de equilibrio que poco a poco desequilibran el Todo, pues cada uno de ellos consume cantidades de energía ínfimas en relación a él, pero cantidades al fin y al cabo, que van haciendo que el Todo como tal languidezca. Es la ley del envejecimiento universal a la que nada escapa. El Ser decae, se consume, muere poco a poco. Tan lentamente que apenas es observable a escala cósmica por nosotros, seres efímeros; pero sabemos que es así, que la realidad se agota, se autodestruye. Que todo existe a costa de su futuro. No es ya que todo vaya a morir (eso siempre lo hemos sabido), sino que el Todo ha de morir, pues está condenado a una muerte energética, a un terrorífico estado final en el que ningún proceso físico-químico podrá suceder, así que todo quedará inmóvil, estático, congelado para siempre; lo cual es sólo una forma de hablar, porque el propio tiempo, que es la medida del cambio, habrá muerto. Será un concepto sin sentido. 

A escalas infinitamente menores, como la nuestra, esta ley ontológica es igualmente aplicable: cuanto existe decae, y esto vale para una civilización, que no deja de ser un sistema de consumo energético. Vive a costa de consumir recursos limitados, y aprendiendo a reproducirlos retrasa su propio final, pero haciendo cada vez más probable la llegada súbita de éste. Cada descubrimiento científico, cada desarrollo tecnológico que parece librarnos de este destino aciago, únicamente nos da una moratoria, pues consume cantidades de energía exponencialmente mayores que resta a la magnitud total del nuevo nivel económico-ecológico al que da acceso. Así, sobrevivir significa estar obligado a crecer a un ritmo cada vez mayor y recomenzar la muerte entrópica a escalas cada vez más difícilmente manejables. El conocimiento humano es la carrera contra reloj para evitar nuestra extinción, y bastará con llegar tarde a una de sus etapas para que dicha extinción nos alcance de repente, como tantas civilizaciones que en el pasado han colapsado súbitamente. Pero esta vez, dado el crecimiento alcanzado, quizá se trate de la humanidad entera. La opinión pública no quiere entenderlo, ni siquiera los más concienciados (que creen que apagando las centrales nucleares y con dietas veganas se arreglan todos los problemas); pero ese momento podría estar a la vuelta de la esquina.