¿QUÉ ES UNA “IDEA” PLATÓNICA?

 

"Una Idea es, principalmente, la mordaza con que se ahoga la voz mendaz y oclocrática (es decir, demagógica, populista e irresponsable) del sofista, el arma definitiva que Sócrates no supo desarrollar o no quiso usar".

 
 

Filosofía | Artículos

 

STAT ROSA PRISTINA NOMINE

¿QUÉ ES UNA “IDEA” PLATÓNICA?

Una reflexión acerca del modo en que,
todavía hoy, cabe preguntarse por su sentido

 

 

 

Óscar Sánchez © 2021
 Publicado en 29/3/21
 


 

"Platón no debe ser considerado como un sistemático
in vida umbrática, sino como un político revolucionario
que desea subvertir el mundo entero y que
con este objetivo es, también, escritor".
‒Friedrich Nietzsche


 

Jorge Luís Borges siempre afirmó que él nunca había sido filósofo, en el sentido de que no había inventado o aportado nada filosófico nuevo al mundo, sino que se había limitado a jugar literariamente con las ideas de otros, y yo le tomo la palabra. No hay, en efecto, creación filosófica alguna en la escritura de Borges, aunque muchos pretendan adivinar una vaga estructura general, una intencionalidad de orden, como August Derleth quiso verla o establecerla en H. P. Lovecraft transformándole por no decir desmintiéndole por completo. Pero yo creo que no, que aunque Borges poseía, como todo lector, una cosmovisión tácita o expresa del estatus de los símbolos en la cultura libresca, jamás hizo ningún esfuerzo por aclarársela a sí mismo, sino que sencillamente escribía conforme a la inspiración o a la última lectura del momento. Por ejemplo, en lo que toca a la naturaleza del concepto platónico de “Idea” Borges lo mismo podía versificar lo siguiente, en El Gólem, porque acaba de leer el Crátilo del Platón…

 

Si (como afirma el griego en Crátilo)

El nombre es arquetipo de la cosa

En las letras de “rosa” está la rosa

Y todo el Nilo en la palabra “Nilo”.

 

… Que esto otro, que no tiene nada que ver con lo anterior, que supone una interpretación completamente distinta de la divina visión de Platón y además enteramente incompatible con aquella… 

 

LA ROSA


La inmarcesible rosa que no canto,
la que es peso y fragancia,
la del negro jardín de la alta noche,
la de cualquier jardín y cualquier tarde,
la rosa que resurge de la tenue
ceniza por el arte de la alquimia,
la rosa de los persas y de Ariosto,
la que siempre está sola,
la que siempre es la rosa de las rosas,
la joven flor platónica,
la ardiente y ciega rosa que no canto,
la rosa inalcanzable.

 

En general, Borges tiende más a comprender la Idea platónica en términos de Schopenhauer, pero en realidad da igual. A mi juicio, ni la Idea platónica inscrita en los propios caracteres de la palabra que la enuncia una exégesis tan poco saussuriana, por cierto, ni la Idea en tanto ideal inalcanzable a la manera de la Teología medieval o de la Cábala, ni la Idea como hieratismo estético donde se apacigua la Voluntad de Schopenhauer tienen relación alguna con lo que preocupa a Platón en su época. Platón no era ningún poeta, y tampoco ningún esteta en cualquier acepción que se le quiera endosar a este término, a Platón lo que le preocupaba, como es sabido, era el orden virtuoso y recto de la ciudad-estado de Atenas. “¡No se puede permitir hablar a los sofistas!”; ese podría ser su lema, como lo fue más tarde el de Aristóteles respecto de la retórica de Demóstenes. Puesto que la sofística defiende que el discurso humano no es más que el vehículo o el instrumento sumamente versátil de pasiones, intereses y afán de poder, despojemos a los sofistas de su juguete y elevémoslo a un nivel superior, allí donde no puedan tocarlo (al igual que un padre regaña un niño y coloca su tablet en el altillo de su habitación). A ese nivel se le conoce familiarmente como “Mundo de la Ideas”, que es el ítem desde donde mis queridos colegas profesores de Filosofía arrancan para explicar a Platón como si ese fuese un punto de partida en vez de uno de llegada pero, desgraciadamente, todos los profesores de todas las materias hacen eso mismo: comenzar con definiciones, como si todo concepto vivo formara parte de un sistema axiomático. De esta manera, los alumnos quedan desconcertados para siempre y ya nunca jamás entenderán nada, excepto algo así como la Idea como arquetipo, es decir, como si la Idea fuera el original del cual no tendremos más que copias (¡el mundo compuesto de sucedáneos impresos en 3-D!), o como si la Idea fuera el símbolo de realidades semejantes pero no idénticas, versiones ambas que son también las que acogieron en el fondo Borges, Santayana o Deleuze, entre otros. Lo cual, de hecho, da lugar a un pasatiempo muy divertido, que busca replicar aquel que entretuvo a la Escolástica durante siglos, ese de preguntarse si existen o no los Universales y que necesariamente producirá que el alumno no he hecho la prueba pero me juego el cuello se ponga de parte del Nominalismo, en el más puro espíritu del final de El nombre de la rosa de Umberto Eco, cuando Adso de Melk dice eso tan bonito y melancólico a propósito del recuerdo de la chica salvaje y sucia con la que yació por primera y última vez en su vida, Stat Rosa Pristina Nomine, Nomina Nuda Tenemus: “De la rosa original sólo nos queda el nombre, conservamos nombres desnudos…”

 

 

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Bueno, pues olvidemos todo eso. Y olvidemos también al Heidegger de La doctrina platónica de la verdad, que el hombre estaba pensando más en sus cosas que en las del maestro de maestros. ¿Qué es una Idea, para Platón? Una Idea es, principalmente, la mordaza con que se ahoga la voz mendaz y oclocrática (es decir, demagógica, populista e irresponsable) del sofista, el arma definitiva que Sócrates no supo desarrollar o no quiso usar. Si, por ejemplo, el sofista instruye a sus pupilos para que en la Asamblea sepan ejecutar volutas verbales en torno a la forma de la verdadera elegancia que los atenienses deben mostrar en su indumentaria diaria para ser los Brummell de la Grecia clásica, la Idea no es más que la supresión de ese sofista, esa falsa educación y de la práctica misma de la Asamblea bajo la admonición de que sólo el filósofo posee la genuina definición de la elegancia. Puesto que el filósofo tiene acceso (o al menos afición o gusto por tenerlo, como indica su nombre) al plano, al nivel de las referencias semánticas correctas, eso le faculta para zanjar cualquier debate y ser él el árbitro de la elegancia en su polis una vez disuelta por inútil y perniciosa la Asamblea democrática. Y esto es en primera instancia el Mundo platónico de las Ideas, una especie de diccionario enciclopédico que acaba con todas las dudas porque recoge las versiones más purificadas y certeras de las palabras. Es decir, aquella misma esperanza que albergaba Leibniz a la hora de reemprender la construcción de una lengua para todos los hombres, la Characteristica universalis, en la que estuviera contenida la verdad analítica de cada término, un poco a la manera del Crátilo y otro poco a la manera de la lógica lluliana. Leibniz expresaba esa esperanza así: dos hombres discuten en la calle, pero antes de que lleguen a las manos basta con que uno coja el concepto de lo que les ha llevado a disputa pongamos que una noción política y proponga “calculemos…”

Las Ideas (eidos, eide, en griego) no son, pues, el prototipo de nada, aunque el propio Platón sea el culpable de introducir esa visión en Timeo, ni el símbolo universal y ultraterreno de un grupo de entes, como la rosa borgiana o la Beatriz de Dante, la Idea es la explicación que acaba con toda presunción, es la voz de Dios sobreponiéndose a la voluntad del hombre que es, por cierto, como lo expresa Platón en Crátilo: “la verdad es aquello que no se alza ni se depone con la voluntad humana”. Visto así, se comprende mejor la analogía de la Idea y sus copias como Ulises y los pretendientes de Gilles Deleuze en Theatrum Philosophicum pero llevada ahora a su máximo grado de utilidad. ¿Puede haber algo más útil[1] sobre la tierra que poseer la definición precisa y eterna de algo, sea de la distinción entre “violación” o “abuso”, o sea del significado real de “guerra justa”? De haber Ideas, y estar bien blindadas y separadas en un ámbito aparte al que el cambio y las transformaciones naturales o históricas no pudieran tocar, los problemas de la humanidad se reducirían al ajuste entre la Idea y la situación presente, pero ya nunca a la batalla intelectual que precede a la otra batalla física por el uso de los términos en un discurso. Sabríamos, por poner más ejemplos, qué es amor, qué es prostitución, qué es libertad, qué es exactamente el bosón de Higgs (una presunta realidad que fue calculada con detalle antes de ser mínimamente corroborada experimentalmente, para que se vea que la ciencia hoy sigue siendo platónica), cómo se erradica el SARS-CoV-2 o, qué sé yo, si es legítima o no la erección de un estado palestino pared con pared con el de Israel. Platón, por tanto, no es un flipado que prefiera la imagen ideal de un gato a un gato real, eso es más bien lo que les ocurre últimamente a los japoneses. Ni es un soñador que presienta una rosa inmortal que alienta por encima de todas las rosas mortales de su jardín, como Borges (que a mi juicio además se equivoca, pues dice que no la canta y esa es justamente a la que está cantando). Platón es el hombre que creyó que la Idea es la solución eterna a cada problema temporal, a la vez el sentido y la referencia en el planteamiento de Gottlob Frege y por consiguiente no un símbolo, no un Juicio, no un arquetipo[2] ni un concepto (o es todo eso en función de lo siguiente, sobre todo un Juicio, en el sentido jurídico literal del término), sino la norma a aplicar en caso de polémica, el Deus ex Machina que lo arregla todo en el último momento como la Autoridad Competente en una obra de Lope de Vega. Por eso el que posea tal Diccionario Absoluto de todas la Definiciones Posibles es en opinión de Platón el único que tiene pleno derecho a gobernar, y por eso, también, se ha podido hablar de la “violencia de la Metafísica”, ya que solo la presencia hipotética de tal Diccionario Supremo, ansiado y buscado como un Santo Grial no puede más que tiranizarnos desde el mismo instante en que lo concebimos, sea quien sea el Filósofo-Rey (Stalin, Franco, el Método Científico o la Santa Madre Iglesia) que se arrogue la función de manejarlo...

  


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Las Ideas son, pues, normas, prescripciones, paradeigmata, leyes de una ontología política, eso es exactamente lo que son. Cuando Kant la reincorpore a su sistema las denominará Categorías[3] A Priori del Entendimiento, pero funcionan igual: las categorías son las instrucciones que el Entendimiento da a la Imaginación trascendental para elaborar Esquemas con el trasfondo y bajo la condición de las intuiciones puras, o sea, que de nuevo son normas objetivas y vinculantes. En realidad, Platón fue en este aspecto mucho menos dogmático que Kant, pese a que Kant se tenga por el adversario del dogmatismo de su tiempo. Porque Platón llega a ser consciente de la enorme dificultad de fijar una Idea, incluso la más sencilla de ellas, y Kant no, al remachar que las pone de modo puro la función Yo pienso. Lo que sí hay en Platón es una necesidad sistemática de introducir la inmortalidad del alma, o el alma y su inmortalidad, que es la misma cosa para él[4], más allá del hecho de que sea un místico arrebatado y un puritano rigorista, que también lo es o le gustaría serlo. Porque de nada sirve un Orden Ideal separado del mundo sensible si seguimos afirmando que este último es móvil, ilusorio, engañoso, etc. El sofista siempre podría seguir con su modo de racionalizar la política tranquilamente, aunque Platón le objetase que existen definiciones esenciales de los términos que emplea. “¿Y qué?” respondería el primero, “si no son de aplicación a este mundo como tú mismo afirmas”. K.O. técnico. De manera que las Ideas tienen por fuerza que ser de aplicación al entorno fenoménico caiga quien caiga, y antes de que a Platón se le ocurran otros atajos a este lío, tiene eso, el alma psyché de los pitagóricos muy a mano. Concebidas como de la misma naturaleza de la Idea, las almas son el anclaje ontológico de la idealidad en el mundo sensible. Ellas sí que pueden mantenerse constantes en un mundo caótico, ellas sí que son ousías substancias nadando en lo apariencial, y por ello pueden exigir a su entorno político y social la aplicación de la Idea al mundo sensible. Claro que únicamente para el mundo práctico, o sea, la Virtud y la Justicia vistiendo, por decirlo así, a todas las otras almas en la polis. El resto de las entidades sensibles, una pena, pero que las den por el momento morcilla, ya las rescatará Aristóteles para la ousía también más adelante a costa de rebajar y compartimentar el significado y el relieve del enigmático término “ser”.  De este modo podría por fin Platón dar en las narices al sofista, que como también tiene un alma inmutable no podrá ya gestionar el mundo apariencial con criterios asimismo aparienciales: el alma sirve de puente puesto que, en política, se opera con otras almas dotadas de eide, y no con volátiles cosas…

O, como para terminar, escribió Nietzsche contra la visión estetizante de Schopenhauer en un texto poco conocido de cuando todavía era el catedrático de Filología más joven de la historia de Alemania, el conocido como Curso de Basilea: Platón no llegó a la teoría de las ideas a partir de lo visible, sino solamente a partir de conceptos no sensibles como lo Justo, lo Bello, lo Mismo, el Bien. Y luego argumenta que, en Platón, la Dialéctica, y no la contemplación estética, es la vía hacia las Ideas, que Platón despreciaba el arte y que lo que realmente respetaba eran las matemáticas. Frente a la interpretación de Schopenhauer, Borges o Santayana de la Idea platónica, Nietzsche sostuvo allí que la pulsión estética es, para Platón, un instinto secundario de su naturaleza, y que este instinto estaba dominado por otro, que no podía ser más que el instinto moral. Platón fue ético por completo, según el Nietzsche veinteañero que admiró siempre a Platón, pero por motivos que no gustarían a Platón, y la génesis de la Teoría de las Ideas no se podría comprender para él sin ello. ¡Las Ideas como normas supremas e incontestables, con fuerza prescriptiva tanto de los fenómenos naturales como de los sociales!: más nos vale tener mucho cuidado con ellas...

 

 

 

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     [1] “Útil” en ese sentido superior a la labor y el trabajo a que se refiere Heidegger en su artículo citado, útil como to agathón.

[2] Que es como lo vio también Diógenes Laercio, las Ideas como Formas, que según él Platón tomó de un tal Epicarmo.

  [3] Es conocido que categorein significa “acusación” en griego, y Kant no se cansa de utilizar la metáfora del Tribunal de la Razón, aunque, en realidad, por lo que estoy argumentando aquí, no muy original, ya estaba todo en la filosofía antigua.

[4] Y para Aristóteles en su juventud, que abordó el tema totalmente en serio en su diálogo académico Eudemo, del que sólo quedan unos pocos fragmentos y donde venía a apoyar las tesis del maestro en Fedón tomándolas al pie de la letra.

  


 
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