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PUNTOS DE PARTIDA

La filosofía siempre parte de un punto de vista subjetivo para desarrollar una comprensión del mundo en su totalidad (la cual abarca y explicita, por supuesto, los principales aspectos estructurales de éste), es decir, parte de una serie de ideas rectoras (las "intuiciones" del pensador, que son básicamente nociones acerca de lo real, una cierta comprensión del espacio, del tiempo y de lo que hay) que ha de elaborar para construir un modelo de alcance universal, con la intención de convencer de su validez al receptor (en ausencia de demostraciones, su legitimidad es ante todo retórica, pero en el sentido clásico, aristotélico si se quiere, del término) y fundar, sobre esa base teórica, una determinada sensibilidad (páthos) y una actitud práctica ante dicho mundo (éthos). Se insiste poco en aquélla, pero sin esa sensibilización jamás se obrará cambio alguno en la subjetividad; la filosofía es, pues, mucho más que algo meramente teórico.

Como quiera que su punto de partida nunca consiste en una serie de datos formales u observacionales inmediatos (como en el caso de las ciencias puras o empíricas), el "comienzo" de la filosofía siempre podrá encontrarse "en cualquier lugar", a partir de cualquier punto, a través de la descripción de cualquier problema concreto, siempre que se aproveche para explicitar y desarrollar a través de él las intuiciones antes descritas, en forma conceptual. A la vez, toda filosofía es no sólo algo que comienza in medias res (la idea de una fundamentación absoluta, de hallar unos "axiomas primeros" filosóficos, no es sino un intento de poner en práctica algo reservado a las ciencias, cosa que la filosofía ni puede ni debería pretender ser, sin que ello vaya en perjuicio de su rigor conceptual), sino también un work in progress que continuamente debe reformular sus conceptos, a medida que la elaboración de lo concreto dé lugar a nuevos conceptos. La filosofía es dialéctica, el "camino del lógos", y por ello debe partir de las determinaciones dadas para negarlas y producir nuevos conceptos, esto es, nuevas determinaciones, que critiquen y por tanto superen las anteriores en función de sus limitaciones, de su unilateralidad e incompletud. El sujeto niega el objeto, pero con él también a sí mismo (y así, se transforma), en pos de una totalidad estructural que nunca terminará de darse, una totalidad que tiene una natualeza "moral", en cuanto es correlato de la idea de la justicia (en sentido ontológico), a saber, la negación de todo lo parcial, evocando la sentencia de Anaximandro. Ése es el "objeto" de la filosofía, si es que se le puede llamar así, pues no es objeto alguno (al carecer de limitación, de determinación), sino la totalidad de las determinaciones que por ello mismo no es determinación alguna (esto es: lo indeterminado); no se trata de algo dado, ni que "exista" en modo alguno, pues lo que existe lo hace precisamente en el seno de esa totalidad indeterminada en cuanto tal. Es un concepto rector, una idea (la idea de toda idea, la idea del Bien platónica, cuando se la entiende correctamente), algo que siempre se retirará de la representación, pero que es el "motor" del pensamiento. Es lo que han intentado intuir el Ser de Heidegger, el Dios de la teología monoteísta, la Nada de los místicos o el Tao (o cualquiera de sus equivalencias) de la filosofía oriental.

Se ha dicho que la filosofía es dialéctica, ejercicio del lógos; se podría decir también (y ello porque es antes retórica que epistéme) que es hermenéutica, ya que es inevitablemente discurso, interpretación, que va de lo determinado a una génesis o télos de las determinaciones (en función de que sean "teóricas" o "prácticas"), los cuales, sin embargo, nunca se van a agotar, pues remitirán a su vez a determinaciones anteriores o posteriores, en sendos recorridos regresivo/progresivo tan inacabables como nuestra propia experiencia. Eso indeterminado es un "camino" (méthodos, Tao), un momento del análisis o la síntesis, pero no se debe confundir nunca con "algo" que se pueda encontrar, con un "estado": no es summum ens alguno, pero tampoco es el Seyn heideggeriano, si entendemos por tal "algo" (aunque sea "la nada") que se dé "además de" lo ente (o incluso que lo ente). Se trata más bien del ejercicio del pensar, del lógos que no se detiene en ninguna determinación, que no se detiene en ninguna región de lo real, como las ciencias, sino que busca la totalidad (siempre en retirada), la sistematicidad de nuestra experiencia fragmentada. Es una idea, no algo ontológico; ontologizarlo, como Heidegger (por más que abandone ese lenguaje, es lo que hace), ya es recaer en lo que él mismo dice de la metafísica; ya es mistificarlo. La hermeneútica es dialéctica, pero una dialéctica finita (y por ello mismo sin fin: finalidad sin fin, según la formulación kantiana) que no presupone ni como punto de partida ni de llegada el Absoluto; éste, como negación de toda determinación (unilateralidad), siempre será camino, itinerario intelectual, pero nada más. El camino sin fin en el que se reescribe una y otra vez nuestra experiencia histórica.