FILOSOFÍA | ARTÍCULO
"Los sesgos de confirmación del típico
lector-comentador conducen casi invariablemente a
una argumentación ad hominem contra el autor
del texto de turno, una vez que detecta que al menos
un punto de éste no encaja en su
pack ideológico".
D. D. Puche
«De todo lo escrito yo amo sólo aquello que alguien escribe con su
sangre. Escribe tú con tu sangre: y te darás cuenta de que la sangre
es espíritu. No es cosa fácil el comprender la sangre ajena: yo odio a
los ociosos que leen». Así comienza el capítulo “Del leer y el
escribir”, en Así habló Zaratustra. Un pasaje muy elocuente a
la hora de describir la experiencia solitaria, íntima y hasta
catártica de la escritura, esa pública confesión en la que uno deja
algo de sí en un texto que, una vez mostrado al lector, ya no le
pertenece, pues queda fuera de sí, objetivado y a disposición de un
público desconocido e imprevisible. Es una parte de uno mismo
(pensamientos, emociones) que se expone y arriesga, y a la que el
frágil ego se siente obligado a defender, llegado el caso.