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CULTURA Y POSMODERNIDAD

Nietzsche es considerado por muchos el “padre” de la posmodernidad filosófica, pero aunque lleva a cabo un duro cuestionamiento de los principios rectores de la modernidad (primacía de la subjetividad, autotransparencia de la razón, confianza en el progreso, etc.), en realidad cabe decir que es un tardomoderno preocupado por el fin de una época y empeñado en salvaguardar lo que considera más elevado y digno de ésta. Sus reflexiones en torno a la Kultur –primero en forma de Bildung clásica y más tarde como una Erziehung ligada al proyecto de la “gran política”– son el hilo conductor de su pensamiento, más propio de la modernidad que de una posmodernidad en la que semejante Kultur ya no tendrá sentido (en la medida en que establece diferencias y jerarquías, un orden, en suma, en la época que pretende homogeneizar todo y abolir los sistemas clasificatorios). Y con ella, quizá, dejará de tenerlo el propio pensamiento nietzscheano, vaciado de su sentido original por sus “herederos” y convertido en lo contrario de lo que pretendía ser. Ciertamente, los apologetas de la “integración” –en el sentido que da Umberto Eco a este término– se oponen frontalmente al carácter “apocalíptico” –también en dicho sentido– de Nietzsche, o más tarde de Heidegger, representantes por antonomasia de eso que Fredric Jameson llama el “modernismo” (plasmado en el pathos de la distancia o en la rememoración del ser, que son aún rasgos de una aristocracia intelectual que se considera llamada a establecer fines para la sociedad) frente a la cultura popular y horizontal del “posmodernismo”. La globalización, la multiculturalidad y el acceso cada vez mayor al conocimiento en la era de la información son contrarios a la noción de una “alta cultura” que distingue a ciertos individuos (poseedores de un gusto y un estilo superiores) del resto. Por lo tanto, Nietzsche no puede ser considerado el apóstol de una posmodernidad de la que vaticina sus principales rasgos con el mismo empeño en que los critica. “Analista” de la posmodernidad sí –¡adelantándose a ella!–, pero no “miembro” ni precursor de la misma. Nietzsche no puede mostrarnos cuál es el modelo sociocultural a seguir en nuestra época, y pretender extraerlo de su obra es un disparate intelectual; pero sí puede proporcionarnos algunas claves teóricas en relación al asunto de la “alta” y la “baja cultura” en la era de la información, a la hora de elaborar modelos críticos. Son nociones que sin duda hay que reelaborar, pero que no deberíamos darnos tanta prisa en abolir. Probablemente dicha abolición sea algo profundamente ideológico.