Este agosto, como ya tenemos por costumbre, no podía pasarse sin otro
ataque a la yugular del llamado “Estado de derecho”. Ahora nos piden, como si
no estuviéramos ya suficientemente asfixiados, una devaluación interna del 10%.
Como no se puede hacer en forma de devaluación monetaria, que para eso está el euro, se hace en forma de
devaluación de los salarios y ya está. Maravilloso: bajan los sueldos
pero no los precios; quedamos un pasito más cerca de ser un país subdesarrollado.
La brillante idea “se filtra” (a modo de
globo sonda) de un informe del FMI, donde no pasa de ser un “ejercicio
teórico”. Pero rápidamente acude a respaldarla Olli Rehn, ese chupóptero
vitalicio de la Comisión Europea, y acto seguido la Comisión
dice que ésa es su opinión personal, pero que sí, que ya que alguien lo ha
dejado caer, que por qué no… Olli Rehn, el canalla que se pasó todo el otoño
pasado diciendo que España debería pedir el rescate total; un rescate que al
final no hizo falta, curiosamente, pero que ahora nos tendría como Grecia o
Portugal. Y el muy sinvergüenza lo dice en su blog personal, de vacaciones, y como es
muy sutil pincha en la misma entrada un video de “Balad of a Thin Man”, de Bob
Dylan. Y añade que el que no esté de acuerdo con él llevará sobre sus espaldas
la responsabilidad del paro en España.
Pero todo esto sale del FMI, cómo no. El FMI,
que hace apenas tres meses declaró haberse equivocado con Grecia, y que lo
lamenta mucho, que está muy sorprendido del fallo en sus análisis, etc.; pero
sigue incidiendo en las mismas políticas y busca contagiar a más países. Basta
con hacer como con las armas de destrucción masiva de Irak; se dice: “ah, pues
estábamos mal informados”, y asunto resuelto. Un país hundido. ¿Cuánto tardarán
en reconocer que también se equivocaron con esta última gracia suya? Pero es
que encima son tan cobardes que tiran la piedra y esconden la mano (ya está
Olli Rehn para hacerse eco de la propuesta): “no, si se trata de simulaciones
teóricas, no son recomendaciones explícitas… eso sí, deberíais aplicarlas. Ya”.
La nueva ideología tecnocrática de los “expertos” (siempre anónimos y sin
ninguna responsabilidad en caso de error) que proponen cosas, y los políticos
que se ven "obligados" a aceptarlas, porque lo dicen “expertos”. O
“sabios”, como también los llaman a menudo, ya en plan de guasa. Para adornarlo
todo un poco, nos hacen comparaciones con Irlanda (el “patio de atrás” del
Reino Unido, que ha inyectado allí de tapadillo cantidades ingentes de
libras esterlinas, porque no quiere tener otra Grecia al lado) o Lituania
(¡madre mía!, sin comentarios), que son simplemente insultantes.
Estas que ahora proponen son medidas que ya se
han demostrado totalmente inútiles en el resto de países donde se han aplicado,
pues siempre han creado más paro. Sin excepción. Y eso que la recomendación del
FMI nunca había llegado tan lejos en esta materia. Es otro experimento como el
de Chipre, a ver qué pasa. En España (se ve que no se han enterado) los sueldos
no han dejado de recortarse desde que empezó la crisis: una media del 7% en la
empresa privada y de un 25% en la administración pública (los “privilegiados”).
Pero los defensores del libre mercado –en el que los sueldos, como compraventa
de una mercancía que son (la fuerza de trabajo), se fijan según la oferta y la
demanda– quieren una intervención política insólita e históricamente inédita:
que un Estado devalúe sus costes salariales en un determinado porcentaje de
forma universal. Así, dicen, aumentará la contratación.
¿Lo hará? Por supuesto que no. Se apoyan
sobre una premisa no sólo falsa, sino absurda: la buena fe de los empresarios,
que a cambio de esta medida darán empleo a más gente. Parecida fue la excusa
del rescate bancario: reflotamos la banca con dinero público a cambio de que
ésta inyecte liquidez en el sistema, en forma de crédito, para reiniciar la
economía. ¿Y qué hizo la banca? Coger el dinero y ponerse a silbar mirando para
otro lado. Recientemente, oh sorpresa, datos del gobierno han revelado que da
prácticamente todo ese dinero por perdido. Y en el caso que nos ocupa, ¿qué es
eso de la “buena fe” (o “la palabra”) del empresario? Éstos no son conceptos
económicos. El empresario contrata a la gente que le es imprescindible
contratar, nunca a más (si puede, a menos, que ya explotará alícuotamente a los
restantes). Si se le abaratan los costes laborales un 10%, pues un 10% que
se ahorra, y punto. El paro no se va a reducir ni una décima. También decían
que abaratar el despido iba a “flexibilizar el mercado laboral” y a incentivar
la contratación. Pues no. Sólo ha incentivado el despido. Sálvese quien pueda;
pero sólo si es empresario.
Fuentes de la Comisión Europea han declarado
que saben que esto no puede funcionar, pero que lo piensan sacar adelante. ¿Qué
es lo que quieren conseguir, entonces? Está claro: cargarse por completo la
demanda interna y provocar más paro, para que se acepten condiciones laborales
cada vez más precarias. Pura doctrina del shock. Eso es lo que quieren, sin más
ambages: hundir el país, lanzar un torpedo a su línea de flotación y obligarnos
a pedir ese rescate total que tozudamente no pedimos, para que estemos (ya sin
cortapisa ni disimulo alguno) en sus manos. Más claro, agua. Quieren un sudeste
asiático en Europa (un "sudoeste europeo") que sea el taller textil
barato y el lugar de veraneo (alcohol, prostitución y juego) de los países del centro
y el norte. Nos toman por estúpidos. Y lo somos; por eso, lo conseguirán.